Europa Press
26 oct 2020. 16.17H
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MADRID, 26 (EUROPA PRESS)

Investigadores del Instituto Karolinska, en Suecia, han encontrado una explicación probable de por qué el ejercicio ayuda a ralentizar el crecimiento del cáncer en ratones. Al parecer, la actividad física cambia el metabolismo de las células T citotóxicas del sistema inmunológico y, por lo tanto, mejora su capacidad para atacar las células cancerosas

El estudio, que se publica en la revista 'eLife', trata de responder a por qué las personas con cáncer que hacen ejercicio generalmente tienen un mejor pronóstico que los pacientes inactivos. Investigaciones anteriores han demostrado que la actividad física puede prevenir la mala salud y mejorar el pronóstico de varias enfermedades, incluidas diversas formas de cáncer.

Sin embargo, todavía se desconoce exactamente cómo el ejercicio ejerce sus efectos protectores contra el cáncer, especialmente en lo que respecta a los mecanismos biológicos. Una explicación plausible es que la actividad física activa el sistema inmunológico y, por lo tanto, refuerza la capacidad del cuerpo para prevenir e inhibir el crecimiento del cáncer.

"La biología detrás de los efectos positivos del ejercicio puede proporcionar nuevos conocimientos sobre cómo el cuerpo mantiene la salud, así como ayudarnos a diseñar y mejorar los tratamientos contra el cáncer", ha señalado Randall Johnson, profesor del Departamento de Biología Celular y Molecular del Instituto Karolinska, y autor correspondiente del estudio.

En este estudio, los investigadores del Instituto Karolinska ampliaron esta hipótesis al examinar cómo responden al ejercicio las células T citotóxicas del sistema inmunológico, es decir, glóbulos blancos especializados en matar células cancerosas.

Dividieron a los ratones con cáncer en dos grupos y dejaron que un grupo se ejercitara regularmente en una rueca mientras que el otro permanecía inactivo. El resultado mostró que el crecimiento del cáncer disminuyó y la mortalidad disminuyó en los animales entrenados en comparación con los no entrenados.

A continuación, los investigadores examinaron la importancia de las células T citotóxicas mediante la inyección de anticuerpos que eliminan estas células T en ratones entrenados y no entrenados. Los anticuerpos eliminaron el efecto positivo del ejercicio tanto en el crecimiento como en la supervivencia del cáncer, lo que, según los investigadores, demuestra la importancia de estas células T para la supresión del cáncer inducida por el ejercicio.

Los investigadores también transfirieron células T citotóxicas de ratones entrenados a no entrenados con tumores, lo que mejoró sus perspectivas en comparación con los que obtuvieron células de animales no entrenados. Para examinar cómo el ejercicio influyó en el crecimiento del cáncer, los investigadores aislaron células T, muestras de sangre y tejido después de sesiones de entrenamiento y midieron los niveles de metabolitos comunes que se producen en el músculo y se excretan en el plasma en niveles elevados durante el esfuerzo.

Algunos de estos metabolitos, como el lactato, alteraron el metabolismo de las células T y aumentaron su actividad. Los investigadores también encontraron que las células T aisladas de un animal ejercitado mostraban un metabolismo alterado en comparación con las células T de animales en reposo.

Además, los investigadores examinaron cómo estos metabolitos cambian en respuesta al ejercicio en humanos. Tomaron muestras de sangre de ocho hombres sanos después de 30 minutos de ciclismo intenso y notaron que los mismos metabolitos inducidos por el entrenamiento se liberaban en humanos.

"Nuestra investigación muestra que el ejercicio afecta la producción de varias moléculas y metabolitos que activan las células inmunes que luchan contra el cáncer y, por lo tanto, inhiben el crecimiento del cáncer. Esperamos que estos resultados contribuyan a una comprensión más profunda de cómo nuestro estilo de vida impacta en nuestro sistema inmunológico e informan el desarrollo de nuevas inmunoterapias contra el cáncer", ha explicado Helene Rundqvist, investigadora principal del Departamento de Medicina de Laboratorio del Instituto Karolinska y primera autora del estudio.

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