MADRID, 10 (EUROPA PRESS)
Un estudio pionero realizado en la Universidad de Ohio (Estados Unidos) sugiere que la discriminación que sufren los adolescentes y los jóvenes podría relacionarse con un daño o empeoramiento de la salud de sus madres, lo que pone el foco en que el acoso debería considerarse como "un problema de salud", en lugar de social, según los investigadores.
Los hallazgos revelan que, cuando se han contabilizado las explicaciones biológicas y ambientales para el estado de salud en mujeres con edades comprendidas entre los 40 y los 50 años, se ha observado una asociación entre el trato injusto que estaban recibiendo sus hijos y un declive en su salud.
"Nuestro estudio sugiere que, cuando un niño experimenta malos tratos, estos episodios contribuyen a un aumento de la probabilidad de dañar la salud de su madre", según la líder del estudio, la profesora de Sociología de la Universidad de Ohio Cynthia Colen.
"Hace tiempo que sabemos que las personas que son tratadas de forma injusta tienen más probabilidad de tener una salud mental y física más pobre", ha expresado Colen. "Ahora sabemos que estos efectos negativos sobre la salud no se restringen solo a la persona que los sufre en primera persona, sino que son intergeneracionales", ha señalado la autora.
La discriminación registrada en los datos incluía incidentes de alto impacto en el mal trato recibido en el lugar de trabajo, así como malos tratos cotidianos que van desde el mal servicio de restaurante hasta el acoso.
Así, aunque algunas investigaciones previas apuntaban que las experiencias de malos tratos en mujeres embarazadas podía afectar negativamente a la salud de sus bebés, esta es la primera vez que se identifican efectos nocivos de estos malos tratos en la dirección opuesta, esto es, de niños mayores hacia sus madres de mediana edad, lo que muestra, según sus investigadores, "que el acoso debería considerarse no un problema social, sino de salud".
"Cuando pensamos en discriminación, tendemos a pensar que le ocurre a un individuo si ellos mismos experimentan esta situación, ya sea por su sexo, raza o cualquier otra razón", ha señalado Colen. Sin embargo, este artículo señala que "los efectos en la salud de los abusos repercute en sus familias y tienen el potencial de repercutir en sus comunidades", ha añadido la investigadora.
Colen y sus colegas estudiaron dos generaciones de familias usando datos de pares madre-hijo aparecidos en la Encuesta Nacional Longitudinal de Juventud en 1979, una muestra representativa de hombres y mujeres que han sido encuestados en una base regular a lo largo de 40 años.
Así, el estudio incluye a 3.004 madres y 6.562 niños, y se ha focalizado en las respuestas adolescentes y adultos jóvenes a preguntas sobre la exposición a discriminación crónica y la salud de sus madres a la edad de 40 y 50 años.
Los parámetros que se han usado para medir la discriminación fueron desarrollados en la década de los 90 por el coautor del estudio, David Williams, de la Universidad de Harvard. Según el investigador, la discriminación aguda podría incluir hechos como "ser despedido injustamente de un trabajo" o "un encuentro amenazante con la policía".
La medida de discriminación crónica, por otro lado, evalúa la frecuencia de los intercambios interpersonales de rutina que hacen que una persona se sienta poco respetada, insultada o degradada.
Para la discriminación aguda, las medidas se determinaron basándose en respuestas a preguntas como "¿Le han denegado alguna vez un ascenso de forma injusta?" o "¿Has sido alguna vez parado, buscado, cuestionado, maltratado físicamente o abusado por la policía?".
Para medir la discriminación crónica, por otro lado, los encuestados respondieron a preguntas como "¿Con cuánta frecuencia has sido tratado con menos respeto que otras personas?" o ¿Con qué frecuencia eres insultado?".
LAS MADRES AFROAMERICANAS, LAS QUE MÁS SUFREN
Así, los adolescentes afroamericanos informaron de un mayor número de experiencias de discriminación: casi el 22 por ciento de negros registraron episodios frecuentes de discriminación aguda, en comparación con el 14 por ciento de los hispanos y el 11 por ciento de los blancos.
El reflejo de las desigualdades raciales en el estado de salud de las madres también eran evidentes, ya que, a los 50 años, el 31 por ciento de las madres negras afirmaron tener un estado de salud más pobre que el 17 por ciento de las madres blancas o el 26 por ciento de las hispanas.
Analizando los datos de modelos estadísticos, las madres de niños que informaban sobre niveles moderados o altos de discriminación aguda tenían un 22 por ciento más de probabilidad de enfrentarse a un declive de su salud entre los 40 y los 50 años que las madres cuyos niños informaron sobre niveles bajos de discriminación aguda. También se observaron empeoramientos más pequeños pero significativos en la salud de las madres cuyos niños experimentaban discriminación crónica. Estas situaciones eran evidentes entre afroamericanos, hispanos y blancos.
Colen esperaba encontrar que las experiencias de los niños con la discriminación podría ayudar a explicar por qué las madres negras tenían peor salud que las blancas, pero hallaron que esto solo era cierto en madres afroamericanas. "Esto significa que las personas negras podrían morir más jóvenes y gozar de menos salud", ha sentenciado la autora del estudio.
Además, el análisis muestra que las experiencias de los niños con discriminación aguda explicaba casi el 10 por ciento, y la discriminación crónica sobre el 7 por ciento de la brecha en los empeoramientos de salud entre mujeres negras y blancas, pero no se ligaba al hueco de salud entre las madres blancas y las hispanas, aunque los datos mostraban que estas disparidades existían.
Colen ha expresado que, añadiendo datos de las madres a los 60, que no estaban disponibles cuando ella condujo esta investigación, se podría proporcionar una imagen "más clara" sobre los efectos intergeneracionales en la salud de la discriminación a lo largo del tiempo.