El
telescopio Euclid, que la
Agencia Espacial Europea (ESA) lanzó al espacio el pasado 1 de julio con el objetivo de dibujar el mayor mapa 3D del cielo de la historia y estudiar la materia oscura y la expansión del universo, ya ha ofrecido sus primeras imágenes. “Los fascinantes resultados indican que el telescopio espacial logrará los objetivos científicos para los que ha sido diseñado, y posiblemente mucho más”, manifestaron desde la ESA en un comunicado el 31 de julio. En ese “mucho más” se contempla multitud de posibilidades, un abanico en el que tiene cabida la ampliación de las perspectivas en la
aplicación de física de partículas en el ámbito médico.
Aún es pronto para pronunciarse, pero una cosa está clara: “Que los avances en Física han repercutido en Medicina lo llevamos viendo desde que Roentgen descubrió en 1895 los rayos X”. Lo afirma
Gabriela Llosá Llácer, científica del
Instituto de Física Corpuscular (IFIC), coordinadora del grupo IRIS de física médica y especialista en el desarrollo de sistemas para aplicaciones médicas, principalmente
tomografía por emisión de positrones (PET) y cámaras Compton para monitorización de terapia hadrónica. La experta destaca, entre otros, el caso de los
tubos fotomultiplicadores, un tipo de fotodetector que se ha usado durante muchos años en dos de los campos en los que es especialista:
PET y Spect -tomografía por emisión de un solo fotón-. “Los experimentos de física de altas energías siempre han impulsado los avances tecnológicos, pero hay algunos campos de mercado que benefician a la sociedad, como la medicina. Los tubos fotomultiplicadores, que se han mejorado muchísimo durante más de setenta años en experimentos de altas energías, tienen una importante aplicación en física médica”, detalla.
¿Cómo funcionan los tubos fotomultiplicadores?
La PET es una
técnica diagnóstica no invasiva que
permite obtener imágenes del organismo del paciente mediante el uso de sustancias marcadas radiactivamente que se distribuyen por el cuerpo. En primer lugar, se administra al paciente una sustancia con un
isótopo radiactivo preparada para dirigirse a los órganos o a los tumores que se quieran visualizar. Esa sustancia emite
positrones, que, como antipartículas de los electrones que son, se aniquilan con los electrones del paciente y provocan la emisión de
fotones, para detectar los cuales se usa un
cristal centelleador, que es capaz de hacer que interaccionen y depositen energía. Acoplado a los cristales se utiliza el fotodetector, que permite convertir la energía depositada en los cristales centelleadores en
señales eléctricas, para luego digitalizarlas, procesarlas y reconstruir las imágenes. Estos fotodetectores son los tubos fotomultiplicadores a los que se refiere Llosá.
A lo largo de los años, tal y como también resalta la experta, se ha trabajado para mejorar la calidad de la imagen que se obtiene mediante esta técnica, de cara a conseguir
diagnósticos más certeros. “Ahora, en los escáneres PET
se están usando los más modernos fotomultiplicadores de silicio, que permiten mejorar aún más las prestaciones. También se está investigando el uso de las
cámaras Compton, un tipo de detector de rayos gamma”, indica la científica. De hecho, estas cámaras Compton son otro claro ejemplo de tecnología que no nació para uso médico, pero que, a la larga, puede contribuir a la
mejora de la medicina nuclear: “Antes ya se usaban en experimentos de astropartículas y en
Seguridad Nacional para detectar fuentes radiactivas como, por ejemplo, en
Fukushima, tras el accidente nuclear, y nosotros estamos investigando para emplearlas en
monitorización de terapia hadrónica y en verificación de tratamientos con partículas alfa, para determinar si cuando se administra un radiofármaco a un paciente, ese fármaco va a donde debe, y para calcular la dosis administrada a los diferentes órganos”, concreta Llosá.
Más financiación en investigación base
Pero para que se sigan sucediendo los avances en física que puedan aplicarse al ámbito médico no sólo basta la voluntad -que la hay- de los investigadores, sino que también es necesario contar con el suficiente
apoyo de las administraciones, algo en lo que España cojea. Según datos del
Instituto Nacional de Estadística (INE), la inversión española en I+D alcanzó en 2021 el
1,43 por ciento del PIB, una cifra que supera ligeramente el 1,41 por ciento de 2020, pero que se queda todavía muy lejos de la media del
2,3 por ciento de la Unión Europea.
“En España siempre
falta dinero para investigación. Hay colaboradores extranjeros que se extrañan de lo que somos capaces de hacer con la financiación que tenemos aquí”, asegura Llosá, quien aboga por un mayor soporte a la inversión en este sentido: “Se está empezando a dar ayudas a descubrimientos que ya tienen una aplicación concreta, lo cual es muy importante para apoyar el retorno social de la investigación, pero, cuando uno se pone a investigar, no sabe qué es lo que va a funcionar y lo que no. Por ello
no se debe recortar la financiación de la investigación básica, que es lo que permite que en el futuro haya avances y descubrimientos. Sin eso, no habrá hallazgos de aplicaciones concretas a los que apoyar financieramente”, sentencia.
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