Hubo un tiempo en el que los españoles envidiábamos el avance social de países como Suecia o Alemania basando estos celos en un indicador curioso a nuestros ojos: un ministro dimitía si le salpicaba un asunto que ponía en cuestión su honorabilidad. Hoy, después de casi 40 años de Democracia, podemos decir orgullosos que hemos avanzado en ese aspecto.
Sobre la mesa del presidente del Gobierno Pedro Sánchez está aún caliente la dimisión de Carmen Montón, una ministra que no llegó a cumplir los 100 días en el cargo porque un par de exclusivas periodísticas (de eldiario.es y laSexta) evidenciaron que un máster que lucía su currículo había sido conseguido con cierto trato de favor y el trabajo que lo culminaba no era todo lo original que sería deseable.
A los españoles, por suerte, ya no nos valen las dudas en torno a lo público, y la sociedad ha conseguido un punto de madurez suficiente como para presionar a las altas instancias del poder, hasta doblarles el brazo si es preciso.
El debate sobre si el paso de Montón por Sanidad ha sido positivo o negativo queda en un segundo plano ya. Si estaba siendo buena, mala o una ministra regular. En el momento en el que la mácula se posa sobre el gestor, y no se puede limpiar de forma rotunda, es mejor no dañar la imagen de las instituciones.
La valenciana deja a su sucesora, María Luisa Carcedo, un buen legado: un equipo que parece sólido, que ha calado bien en el sector sanitario, con gente experta en sus responsabilidades y con una trayectoria que invita a pensar que aún tienen recorrido en este ministerio. Comenzar de nuevo el baile de ceses y nombramientos sería además perjudicial para el ritmo propio de la cartera.
Carcedo parte también con la ventaja y el honor de ser la primera ministra de Sanidad (Consumo y Bienestar Social) que asume la responsabilidad sabiendo fehacientemente que en España a los políticos y gestores de lo público ya no se les pasa ni una. Seguro que hoy en algún país nos están envidiando por la madurez de nuestra sociedad.
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