Pocos cirujanos pensarían que el olor fétido del suelo o aguas impuras son los únicos factores capaces de infectar a un paciente. Sin embargo, el pensamiento era común hace 200 años, cuando el miasma era considerado la principal causa de las enfermedades y de las complicaciones operatorias. Las escasas condiciones higiénicas ocasionaban que tres de cada cuatro pacientes operados falleciesen en el postoperatorio.
“Lo más habitual es que murieran por infección postoperatoria, pero para minimizar la muerte por hemorragia los cirujanos de la época trataban de hacer las operaciones lo más rápido posible”, apuntan Gareth Miles, que ofrece en el museo de Londres una charla semanal sobre la cirugía en el 1800, como aquellas que se practicaban en el reconocido St. Thomas, uno de los centros más antiguos de la capital británica. Con el fin de evitar la muerte del paciente, se intentaban que las intervenciones no tuvieran una duración superior a los 20 minutos.
“Serrar un hueso durante una amputación podía tomar dos o tres minutos y los cirujanos ganaban fama cuanto más rápidos fueran sus procedimientos”, precisa Miles. Son embargo, no es la única práctica que aterraría a un cirujano actual. Otro aspecto a tomar en consideración es la ausencia del uso de la anestesia. El único ‘analgésico’ que recibían era alcohol para intentar soportar el dolor, aunque era una solución solo para los hombres, por lo que las mujeres tenían que conformarse con morder un bastón que estaba revestido en cuero.
En este sentido, hasta 1846 no se empezó a usar éter como anestesia durante las cirugías en los hospitales de Reino Unido, mientras que, un año después, se sumaría el uso del cloroformo. Además de los registros, el uso de esta práctica era bien conocido por el gran número de personas que podían acudir a una cirugía, siendo la presencia de unas 200 personas un aforo común durante una intervención quirúrgica.
Entre el público, en su mayoría conformado por estudiantes de Medicina, aprendices y ayudantes de cirujanos, carecía de unas normas estricticas por lo que era común ver que se empujasen frente a la mesa de operaciones para poder ver mejor o que, incluso, algunos de los presentes optaran por disfrutar de un cigarro mientras observaban de la operación. Así como en el caso de la anestesia, las mujeres tenían un rol delimitado, ya que no se les permitía la entrada al considerar que “no son lo suficientemente fuertes para aguantar del espectáculo”.
La última técnica que tampoco tendría cabida en la práctica quirúrgica actual es el tipo de limpieza empleada en los instrumentos operatorios. Específicamente, las herramientas e, incluso, las manos del médico solo se lavaban al terminar la operación, sin olvidar que las vendas eran reutilizadas. Este era el procedimiento común, ya que se consideraba que los microbios no eran capaces de transmitir ningún tipo de enfermedad.
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