Ismael Sánchez / Imagen: Miguel Fernández de Vega. Madrid
El progreso acelera una barbaridad, con todas sus fantásticas posibilidades. Mientras tanto, hay que seguir gestionando el urgente día a día, con sus miserias y pesares. Francamente, es muy difícil conciliar ambos escenarios y no solo para los farmacéuticos de hospital que escucharon maravillas de las posibilidades del
big data, pero que a renglón seguido tuvieron que deprimirse y empequeñecerse al constatar el lentísimo discurrir de un proyecto como la
gestión clínica, tan evidente como improbable.
A la derecha, difuminados, los ponentes García Palomo y Hernández Medrano.
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Dos ponentes muy diferentes, pero muy atractivos, nos abrieron las puertas de par en par al universo de los macrodatos, como propone nombrar la
Fundeu a uno de los términos de moda, no solo en la sanidad. Cada uno en un registro muy diferente, pero ambos con la capacidad de maravillar, prometiendo mundos inexplorados, que parecen discurrir a años luz, pero que están a la vuelta de la esquina. Primero el
oncólogo García Palomo, serio, riguroso e implacable en el uso de evidencias. Después el
neurólogo Hernández Medrano, audaz, desinhibido y hasta irreverente. Los dos coincidieron en que la revolución tecnológica terminará, más pronto que tarde, por revolucionar nuestro pequeño y estático sistema sanitario.
Y lo revolucionará porque
el sistema está en crisis. No sólo el Sistema Nacional de Salud español, sino muchos otros de países a los que admiramos. El problema secular, que atraviesa todos ellos, es la
ineficiencia. Y para combatirla, nada mejor que el ‘big data’, sostiene García Palomo, convencido de que el uso ordenado de la información (definida por las cinco uves: volumen, variedad, velocidad, veracidad y validez) evitará el peligro de derrumbe del sistema. El oncólogo augura que, gracias al
big data, pasaremos de una asistencia prestada en el hospital a una asistencia prestada desde el hospital. No es una quimera, ya hay algunos ejemplos en marcha, como el
Sant Joan de Deu, el ya conocido como
hospital líquido.
Más inclinado a la emoción, que es un poco fantasiosa, Hernández Medrano compartió con entusiasmo sus expectativas: “Vivimos en una permanente explosión de datos. Los acumulamos sin parar y cada vez más. Generamos más conocimiento del que somos capaces de absorber”. Pequeñitos en una planicie futurista, rodeados de ordenadores capacitadísimos para encontrar cualquier respuesta, a los humanos sólo nos quedará el puñetero arte de la pregunta, ora capciosa, ora insidiosa.
Pero Hernández Medrano, que a veces parece venir del futuro, como
Marty McFly, es tan animoso y positivo como el personaje de
Zemeckis. Y más que predecir temores y cambios, prefiere identificar
big data con grandes oportunidades. Como por ejemplo va a ocurrir, puede que ya mismo, con la secuenciación del genoma, un gran avance de la humanidad que solo unos años después de ser logrado puede presumir de un acceso universal: “Todos dispondremos de nuestro genoma”, ha predicho, marcando el camino a la llegada de la medicina de precisión que es en realidad a lo que siempre ha aspirado la medicina poblacional de siempre.
El cierre rozó, de manera seguramente voluntaria, un simpático apocalipsis: el proyecto secreto de Google, llamado
Calico, para investigar el envejecimiento y quién sabe si, gracias a los macrodatos, apuntar al deseo último del hombre: la inmortalidad. Por soñar que no quede.
De tan grandes que nos supusimos durante las intervenciones, terminamos en realidad siendo muy pequeños, como acertadamente apuntó
José Luis Poveda, mientras se arremangaba para hablar de una cosa tan terrenal, tan aburrida, pero ciertamente necesaria, como la gestión clínica, también para los farmacéuticos de hospital. El
big data nos había dejado tan noqueados que volver al mundo real pareció toda una hazaña.