Un test con cartas de juego, el Iowa Gambling Task (IGT), aplicado a perfiles de pacientes con obesidad, adicción al juego y a sustancias ha revelado características neuropsicológicas comunes en los tres perfiles.
Los estudios que lo revelan parten de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Servicio de Psiquiatría del Hospital de Bellvitge (HUB) y el Ciber de Obesidad y Nutrición (Ciberobn). Y sus conclusiones se centran en que los tres colectivos sufren más dificultades que la población sana a la hora de tomar decisiones, con un grado de déficit similar.
Asimismo, las investigaciones han descubierto que, en pacientes con anorexia nerviosa, este menor rendimiento cognitivo se revierte con el tratamiento adecuado.
Estos resultados se han presentado en la 22ª Reunión de la Sociedad de la Investigación de los Trastornos de la Alimentación en Nueva York (Estados Unidos), y se han publicado en importantes revistas científicas internacionales.
Uno de los estudios ha escogido una muestra de 106 pacientes con adicciones a sustancias, 178 con trastorno de juego y 194 personas sanas. Todos fueron evaluados con la prueba neuropiscológica en formato de videojuego con cartas, el IGT, que permite medir hasta qué punto una persona aprende de sus errores para adoptar la decisión que más le beneficia.
Los resultados han demostrado que los tres grupos de pacientes del estudio obtienen peores puntuaciones que el grupo de personas sanas.
Asimismo, también se han observado diferencias específicas asociadas a cada trastorno: los pacientes con obesidad comienzan a aprender más tarde y con más lentitud de sus errores que los sanos; los que sufren adicciones a sustancias aprenden antes, pero después mejoran con más lentitud, y los que padecen trastorno de juego presentan decisiones muy aleatorias y no muestran aprendizaje durante la tarea.
Según ha explicado Fernando Fernández-Aranda, jefe de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del HUB, “la toma de decisiones implica hacer un balance de las ganancias y perjuicios de llevar a cabo una acción y, en este balance, tienen un papel importante las emociones, las motivaciones y las cogniciones”.
“Si hay una alteración en el proceso de toma de decisiones, este hecho puede tener repercusiones en la salud. Por ejemplo, puede influir en la salud de una persona con un alto riesgo cardiovascular, ya que esta persona debe tomar diariamente muchas decisiones sobre qué come y qué no come”, ha razonado.
Según Fernández-Aranda, las diferencias detectadas en este estudio “se deberían tener en cuenta a la hora de realizar los tratamientos a nivel clínico”.
Un hallazgo esperanzador para pacientes con anorexia
Otro trabajo de los mismos investigadores tuvo como objetivo examinar la toma de decisiones en 42 pacientes con anorexia nerviosa y 46 personas sanas con peso normal. A diferencia de otras investigaciones realizadas con esta clase de enfermos, el estudio evaluó las funciones cognitivas al iniciar el programa de tratamiento en el Hospital de Bellvitge y al cabo de un año.
Se observó que el rendimiento en toma de decisiones de las pacientes con anorexia nerviosa, al comenzar el tratamiento ambulatorio, era más bajo que el de los controles. Sin embargo, las pacientes que lograron una remisión completa de la anorexia nerviosa al cabo de un año (74 por ciento) presentaron un rendimiento similar al de los controles en esta prueba. Por tanto, el estudio demuestra que, si la anorexia remite, los efectos sobre el cerebro también lo hacen.
Fernández-Aranda ha valorado este hallazgo como “muy esperanzador ya que, en contra de algunas teorías que sostenían que la malnutrición propia de la anorexia posee un efecto nocivo permanente a nivel cerebral, se ha visto que estas alteraciones son reversibles en caso de que se alcance un peso saludable y una reducción de la sintomatología alimentaria a largo plazo”.
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