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Pasarse del cachete predispone a los niños a padecer trastornos mentales

Un estudio calcula un cinco por ciento de riesgo asociado

La psiquiatra Covadonga Martínez Díaz-Caneja.

12 ene 2017. 11.50H
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POR @JAVIERBARBADO
El castigo físico severo –y no un simple azote esporádico– se torna más peligroso con el tiempo de lo que se piensa. De acuerdo con un estudio de amplio espectro, existe una correlación de alrededor del cinco por ciento entre pasarse del cachete de forma reiterada con los niños y su posterior padecimiento de trastornos de ansiedad e incluso depresión.

Para ser precisos, los menores padecen entre un dos y un cinco por ciento más de probabilidades de padecer patología psiquiátrica cuando crezcan en el caso de los llamados trastornos del eje I, los que tienen más consistencia (a veces incluso genética) y no se refieren solo a un problema adaptativo o de la personalidad, que son los que integran el eje II en el manual diagnóstico de enfermedades de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés). En este último caso, el mismo riesgo oscila entre un cuatro y un siete por ciento.

Las alteraciones del eje I que, según este estudio, presentan una relación entre penalizar físicamente a los niños y su desarrollo son: depresión mayor, distimia, trastorno del estado de ánimo, manía, fobia específica, trastornos de ansiedad, abuso o dependencia de sustancias y trastornos externalizados.

En cuanto a qué se entiende en la investigación por castigo físico, se define como "aquellas personas que habían sido empujadas, abofeteadas, agarradas, lanzadas o pegadas por sus padres u otros adultos que vivían en el hogar".

Para llegar a estas conclusiones, se parte de una muestra de 34.653 adultos mayores de 20 años no institucionalizados y residentes en Estados Unidos a quienes se practica un sondeo diseñada al efecto para descartar casos de maltrato infantil como los abusos sexuales, en concreto la Encuesta Epidemiológica sobre Alcohol y Condiciones Relacionadas (Nesarc, por sus siglas anglosajonas).

El tamaño de la muestra y el método refuerzan el resultado

“Pese a las limitaciones del trabajo, opino que existe esa relación entre el castigo físico severo y la enfermedad mental posterior porque la muestra es importante y las conclusiones están respaldadas tanto desde un punto de vista biológico como psicológico”, ha señalado a Redacción Médica la coordinadora del Grupo de Investigación del Servicio de Psiquiatría del Niño y el Adolescente del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, Covadonga Martínez.

“Se sabe que existe un vínculo entre el maltrato infantil (excluido en el estudio) entendido como abuso sexual, bullying y similares y el desarrollo de ansiedad, pero también es un hecho la relación entre un entorno hostil durante la infancia y la susceptibilidad a padecer trastornos de ese tipo”, ha razonado.

“En cuanto a lo que atañe al trabajo, el propio estudio advierte de sus flecos; si uno padece un desorden de ansiedad o un cuadro depresivo de adulto tiende a recordar con más precisión que el promedio los pormenores de su infancia”, explica.

“Además, no se puede saber si la aparición del trastorno, aunque sea más tardía en el tiempo que el castigo físico recibido, tenga éste como causa directa a pesar de las variables de corrección del estudio”, advierte.

Coste-eficiencia y beneficio si se dejan de lado los castigos

El debate no es nuevo. Por eso la Asociación Americana de Pediatría (AAP, por sus siglas en inglés) lo deja claro desde hace tiempo y se opone de forma rotunda a que el castigo físico forme parte de las estrategias educativas de los padres.

Ahora, la investigación publicada en Pediatrics –referencia de la especialidad en todo el mundo– ratifica la postura de la APA y aventura la eficiencia que tendría dejar de aplicar ese clase de censura física a los pequeños tanto para ellos como para el sistema sanitario, que vería disminuida la incidencia de desórdenes mentales en adolescentes y adultos.

Cuánto descendería esa prevalencia no se calcula en el estudio y tal vez fuera en una proporción muy pequeña. Pero el solo hecho de que se sepa que bajaría la tasa de trastornos mentales justifica los resultados de la investigación para la psiquiatra entrevistada.

Acceda aquí al estudio publicado en 'Pediatrics'

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