Los
programas para jóvenes diseñados para
prevenir el consumo de drogas y la delincuencia y apoyar el desarrollo saludable pueden obtener beneficios duraderos no solo para los participantes, sino también para sus
hijos, según un estudio de décadas
publicado en el Journal of the American Medical Association (JAMA) Pediatrics.
"Este es el primer estudio publicado que muestra que un programa de
prevención de la primera infancia ampliamente implementado puede tener efectos positivos en la próxima generación", asegura el autor principal
Karl Hill, director del Programa de comportamiento positivo y desarrollo positivo de la juventud en la Universidad de Colorado Boulder, en Estados Unidos.
"Estos resultados muestran que los beneficios también pueden extenderse a la próxima generación"
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"Estudios anteriores han demostrado que las intervenciones en la infancia pueden demostrar
beneficios hasta la edad adulta. Estos resultados muestran que los beneficios también pueden extenderse a la próxima generación", añade.
Para el estudio, Hill y sus colaboradores en la Universidad de Washington evaluaron a los niños cuyos padres habían participado en un programa llamado Raising Healthy Children (RHC) de primero a sexto grado en la década de 1980.
Ubicado en
escuelas primarias públicas que prestan servicios en
vecindarios de alta criminalidad en Seattle, el programa fue uno de los primeros en probar la idea de que las conductas problemáticas se podrían prevenir con
capacitación especializada para maestros, padres y niños pequeños.
"A los maestros se les enseñó cómo manejar mejor sus aulas, a los padres se les enseñó a manejar mejor a sus familias y a los niños se les enseñó cómo
manejar mejor sus emociones y la
toma de decisiones", recuerda Hill, quien se involucró en la investigación, conocido como Proyecto de Desarrollo Social de Seattle, en la década de 1990 mientras era profesor en la UW.
Mejor rendimiento académico
Estudios anteriores han demostrado que a los 18 años aquellos que habían pasado por el programa demostraron un
mejor rendimiento académico que los no participantes y tenían menos probabilidades de involucrarse en violencia, uso de sustancias o sexo inseguro. A los 30 años, habían ido
más lejos en la escuela, tendían a estar
mejor económicamente y obtuvieron mejores puntajes en las
evaluaciones de salud mental.
"Comenzamos a pensar que si están creciendo para ser adultos más saludables tal vez también sean mejores padres y tal vez podamos medir ese impacto en sus hijos", apunta Hill.
"Comenzamos a pensar que si están creciendo para ser adultos más saludables tal vez también sean mejores padres"
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A partir de 2002, los investigadores comenzaron a
seguir a los hijos primogénitos de los participantes del programa a través de cuestionarios para sus maestros y padres y, a partir de los 6 años, entrevistas anuales con los niños. Se estudiaron un total de
182 niños para el nuevo trabajo, incluidos 72 cuyos padres habían pasado por el programa y 110 cuyos padres no.
Aquellos cuyos padres habían participado en RHC tuvieron menos retrasos en el desarrollo en los primeros cinco años de vida, menos problemas de comportamiento,
menos síntomas de trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y una
mejor madurez cognitiva, académica y emocional en el aula. También eran significativamente menos propensos a reportar el uso de drogas o alcohol cuando eran adolescentes.
"Ya sabemos que si se puede evitar que los niños se involucren en el
sistema de justicia penal, que se involucren en el
consumo de alcohol y drogas de menores y que experimenten depresión y ansiedad, se puede ahorrar mucho dinero a los gobiernos y a las familias -señala el coautor
Jen Bailey, director adjunto del Grupo de Investigación de Desarrollo Social de la Universidad de Washington-- Nuestros resultados sugieren que estos programas, al producir
efectos intergeneracionales, pueden funcionar incluso mejor de lo que pensábamos".
El estudio fue un ensayo controlado no aleatorio
Hill, profesor de Psicología y Neurociencia del Instituto de Ciencias del Comportamiento, señala que los niños cuyos padres habían pasado por el programa en los años 80 también mostraron
menos "desafío opositor" y "
comportamientos de externalización", dos precursores comunes de la violencia grave más adelante en la vida. Esto sugiere que tales intervenciones podrían desempeñar un papel en detener la
ola de violencia escolar.
Los investigadores advierten que el estudio fue un ensayo controlado no aleatorio establecido en solo una región del país y que debe replicarse antes de poder llegar a conclusiones generales.
Pero en medio de una pandemia, cuando la depresión y la ansiedad de los jóvenes están
aumentando pero los presupuestos se están recortando y los legisladores pueden tener una tendencia a colocar la prevención en una prioridad más baja, Hill espera que los hallazgos envíen un mensaje.
"Al invertir en los niños ahora y continuar invirtiendo en ellos, podríamos hacer que las generaciones sean más resistentes para cuando llegue la próxima emergencia nacional", advierte.
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