El estímulo eléctrico del cerebro con sensores superficiales, sin cirugía alguna, aumenta el control de los impulsos y la sensación de saciedad ante la comida. O ésa al menos es la hipótesis de partida de un estudio español inédito (solo existen 11 investigaciones con la misma idea en todo el mundo) que aspira a revolucionar la terapia de los trastornos de la alimentación.
Redacción Médica ha conversado con la autora principal del ensayo, la Doctora en Psicología en la Universidad Oberta De Cataluña Elena Muñoz-Marrón, quien ha llevado a cabo el trabajo en colaboración con el Servicio de Endocrinología de la Clínica Sagrada Familia de Barcelona y dos científicos de la Escuela Médica de Harvard de Boston (Estados Unidos).
Por lo pronto, los investigadores han realizado una primera fase del ensayo con ocho pacientes de entre 25 y 50 años y un índice de masa corporal (BMI, por sus siglas en inglés) de entre 30 y 35, que se corresponde con obesidad moderada. Y han descubierto que funciona de forma parcial pero que, con bastante probabilidad, surtirá efecto en una segunda fase una vez hechos una serie de ajustes.
Esta primera prueba ha consistido –ha detallado la psicóloga– en colocar dos electrodos, un cátodo (que inhibe la actividad cerebral) y un ánodo (que la estimula) en la zona donde se ubica el cerebelo y en el lóbulo frontal del cerebro, respectivamente.
“Así conseguimos, a priori, inhibir el estímulo del apetito y fomentar el autocontrol frente a la comida”, un efecto buscado en esta clase de trastornos como la obesidad, la bulimia o la anorexia, entre otros.
Se sometió al experimento a los ocho candidatos –de perfil más saludable que el habitual: por ejemplo, ninguno padecía diabetes ni otras complicaciones relacionadas con el exceso de peso– a razón de dos sesiones de 40 minutos cada una (20 para aplicar la corriente eléctrica y otros 20 para apreciar el efecto), si bien en la segunda se utilizaba un placebo.
De acuerdo con Muñoz-Marrón, este primer trabajo dio muestras de que aumentaba el autocontrol de los pacientes pero no se conseguía reducir su apetito o elevar su grado de saciedad ante los alimentos. “Revisamos la literatura al respecto y nos dimos cuenta de que había que cambiar de ubicación el ánodo, que colocamos en un hemisferio derecho del cerebelo, y resituarlo en el vérmix, donde es probable que sea más efectivo para nuestro propósito”, ha precisado.
Segunda fase del ensayo con 20 pacientes y un grupo control
Con ese cambio fruto de la primera experiencia, entre mayo y junio se lleva a cabo la segunda fase de la investigación. Esta vez se hace con veinte pacientes a quienes se aplican diez sesiones con los electrodos en dos semanas (cinco por cada una), todas ellas con el efecto real (el placebo se reserva a otro grupo control que “seguramente” se añada.
La esperanza de la investigadora estriba en que es sabido el “efecto acumulativo” de las sesiones reiteradas en el tiempo. Este hecho, unido al cambio en el cátodo, promete obtener buenos resultados en la prueba.
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