Controlar algunos hábitos de vida saludables relacionados con la pérdida de audición, el tabaquismo, la hipertensión o la depresión podrían servir para prevenir hasta un tercio de los casos de demencia en el mundo, según un trabajo de la Asociación Internacional del Alzhéimer que publica la revista The Lancet. Este hallazgo es una de las conclusiones del informe de la primera Comisión de Prevención y Atención a la Demencia formada por esta organización científica.
“Ha habido un gran esfuerzo en el desarrollo de medicamentos, pero no podemos perder de vista los grandes avances que ya hemos hecho en enfoques preventivos”, ha destacado Lon Schneider, profesor de Psisquiatría de la Keck School of Medicine de la Universidad del Sur de California (Estados Unidos), que ha participado en esta comisión. Schneider fue uno de los 24 expertos internacionales encargados de revisar sistemáticamente toda la evidencia científica disponible para elaborar recomendaciones sobre prevención y tratamiento de la demencia, enfermedad que afecta a 47 millones de personas en el mundo aunque se estiman que la cifra ascienda a 115 millones en el año 2050.
Buenos hábitos en todas las etapas de la vida
El informe identifica nueve factores de riesgo prevenibles en diferentes etapas de la vida que pueden aumentar la probabilidad de desarrollar demencia y que están detrás de alrededor del 35 por ciento de los casos registrados en el mundo. De este modo, consideran que mejorar la educación en las primeras etapas de la infancia y abordar la pérdida de audición, la hipertensión y la obesidad durante la mediana edad se podría reducir la incidencia de la demencia hasta un 20 por ciento.
Y en los últimos años de vida, otros hábitos saludables como dejar de fumar, tratar la depresión, aumentar la actividad física, aumentar las relaciones sociales y controlar la diabetes podría reducir la incidencia de demencia otro 15 por ciento adicional.
“La magnitud potencial del efecto sobre la demencia de reducir estos factores de riesgo es mayor de lo que podríamos imaginar y de lo que los fármacos experimentales podrían conseguir”, según Schneider, quien asegura que es una “poderosa manera” de reducir la carga global de la enfermedad.
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