Un estudio llevado a cabo por la
Universidad de Yale (Estados Unidos) ha mostrado que aún queda muchos pasos por realizar antes de que los
médicos puedan relacionar las
imágenes del cerebro con
trastornos psiquiátricos como el
trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Pese a que la tecnología de
neuroimagen ha demostrado ser prometedora para ayudar a los médicos a relacionar
síntomas específicos de trastornos mentales con patrones anormales de actividad cerebral, aún tiene sus limitaciones, tal y como demuestra esta investigación, que se ha publicado en la revista científica '
American Journal of Psychiatry'.
Los
Institutos Nacionales de Salud Mental de
Estados Unidos pusieron en marcha una iniciativa de investigación multimillonaria para localizar
biomarcadores de la actividad cerebral que apunten a las
raíces biológicas de una serie de enfermedades mentales, que hoy en día suelen identificarse mediante la
evaluación clínica de una constelación de síntomas, a menudo superpuestos, de los que informan los pacientes.
“La idea es olvidar la
clasificación de las enfermedades en función de los
síntomas y encontrar las causas biológicas subyacentes”, explica
Ilan Harpaz-Rotem, catedrático de Psiquiatría y Psicología de Yale y autor principal del estudio.
No se pudo replicar datos de neuroimagen similares
Para el nuevo estudio, el equipo trató de replicar los resultados de un estudio anterior de neuroimagen a
escala nacional, en el que
científicos de Emory y Harvard relacionaron grupos de actividad cerebral con diversos resultados entre pacientes que habían llegado a los Servicios de urgencias de Estados Unidos tras sucesos traumáticos.
Cuando los investigadores decidieron
medir la actividad cerebral de los pacientes durante la realización de tareas sencillas llegaron a identificar un grupo de
actividad cerebral que mostraba una
alta reactividad tanto a las
señales de amenaza como a las de
recompensa y parecía predecir síntomas más graves de TEPT más adelante.
Pese a este descubrimiento, cuando los investigadores analizaron
datos de neuroimagen similares recogidos de supervivientes de traumas recientes en
Israel,
no pudieron replicarlos. Aunque se llegó a identificar los distintos grupos de actividad cerebral observados en el estudio anterior, no hallaron ninguna relación con los posibles síntomas del TEPT.
Esta información no significa, tal y como exponen los integrantes del estudio, que
un conjunto de datos sea correcto y el otro erróneo, sino que queda mucho trabajo fundamental por hacer para desarrollar modelos fiables que puedan generalizarse a distintos estudios.
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