El 22 de julio se ha celebrado el
Día Mundial del Cerebro, una fecha impulsada por la
Federación Mundial de Neurología, que bajo el lema 'Aire limpio para la salud del cerebro', ha incidido en el
impacto negativo que la
contaminación del aire tiene en la
salud cerebral. Porque estimaciones recientes señalan que anualmente se producen m
ás de 9 millones de muertes atribuibles al
aire contaminado, que cada año causa más de
tres millones de muertes prematuras en el mundo -
27.000 de ellas en
España- y que al menos
el 90 por ciento de la población
respira aire con niveles superiores a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, principalmente por la contaminación del tráfico.
Unas cifras que según ha dado a conocer la semana pasada la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (
OCDE),
podrían duplicarse o incluso triplicarse en el año
2060 si se mantienen las tendencias actuales.
“Los efectos que tiene la contaminación ambiental en la salud son numerosos y en ningún caso los podemos reducir a la salud pulmonar. En los últimos años son muchos los estudios que han encontrado evidencias significativas sobre cómo la contaminación del aire afecta a cerebro y cómo está dañando la salud neurológica de la población”, señala
Juan Carlos Portilla, vocal de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
“Las
partículas contaminantes que entran en nuestro cuerpo, principalmente a través del
sistema respiratorio y digestivo, llegan al cerebro a través de torrente sanguíneo y la lista de efectos negativos que pueden generar en nuestra salud neurológica es amplia: desde diversos
problemas vasculares que afectan a nuestro
cerebro hasta
estrés oxidativo;
respuestas inflamatorias;
deterioro de los mecanismos de protección de la b
arrera hematoencefálica; o
daños en las células cerebrales o en el
material genético, que no solo producen enfermedades neurológicas sino que también envejecen nuestro cerebro”, añade.
Papel relevante en el desarrollo de enfermedades cerebrales
Un reciente estudio llevado a cabo por el Global Burden of Disease señala que hasta el
30 por ciento de los ictus que se producen cada año son atribuibles a los contaminantes del aire. Y, aunque aún se tienen que realizar más estudios al respecto, son muchas las investigaciones que ya sugieren que la contaminación podría desempeñar un papel relevante en el desarrollo de ciertas enfermedades cerebrales como
autismo, trastornos por déficit de atención, demencias, párkinson, cefaleas o que
influyen de manera negativa en el proceso de
maduración cerebral o en el
desarrollo cognitivo de los niños.
El 30% de los ictus que se producen cada año son atribuibles a los contaminantes del aire
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“En los últimos años cada vez son más las sospechas de la comunidad científica sobre el papel que la contaminación del aire desempeña en un gran número de síndromes y enfermedades neurológicas. Llevar a cabo
estrategias efectivas de política ambiental y de salud dirigidas a
reducir la contaminación del aire podría ayudar a
prevenir numerosos trastornos neurológicos graves y comunes”, destaca
Jesús Porta Etessam, director de la Fundación del Cerebro.
“Además, actualmente ya se sabe que el aire contaminado es un
factor de riesgo importante para las
enfermedades cerebrovasculares así como para los
trastornos neurodegenerativos. Teniendo en cuenta que son las
principales causas de mortalidad en nuestro país y que en España cada año aumentan el número de personas afectadas por una enfermedad neurológica creemos que es urgente realizar cambios que eviten que la población se vea tan expuesta a la contaminación”.
El peligro de químicos
Pero no solo la contaminación del aire es un factor de riesgo para las enfermedades neurológicas. La SEN ya advirtió en 2012 de la
alta neurotoxicidad de ciertos
productos químicos a los que se ven expuestos los españoles en su
puesto de trabajo. Se estima que el 17,6 por ciento del total de los trabajadores españoles manipula contaminantes químicos y que el 22 por ciento de los trabajadores europeos inhalan
humos y vapores durante una cuarta parte de su vida laboral, que es la vía de absorción de sustancias neurotóxicas más frecuente.
“La exposición a neurotóxicos afecta a los procesos celulares que intervienen en el transporte de membrana y a las reacciones intracelulares, interfiriendo en la neurotransmisión. Además también pueden atravesar la barrera hematoencefálica, afectando directamente al
sistema nervioso”, explica
Juan Carlos Portilla.
Y añade: “Las
consecuencias pueden ser
muy graves: la exposición a pesticidas se asocia a un mayor riesgo padecer Parkinson y Alzheimer; los disolventes pueden ocasionar síntomas neuropsiquiátricos o incluso daño neuronal; se ha descrito parkinsonismo por alta exposición al manganeso y al plomo; y la exposición a metales participa en la formación de placas seniles y en la muerte neuronal; etc.”.
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