Conseguir insulina se ha convertido en un problema importante para los pacientes diabéticos de Estados Unidos. El precio de la insulina, en particular los análogos, ha aumentado sustancialmente en las últimas dos décadas.
Los precios en farmacia de un frasco de, por ejemplo, glargina y detemir (análogos de insulina) o de lispro y aspart (análogos de insulina de acción corta) superan actualmente los 170 dólares. Incluso los inyectores de pluma precargados son aún más caros. El seguro puede cubrir parte del costo, pero la carga económica se desplaza cada vez más hacia los pacientes en forma de primas y copagos más elevados. Como resultado, los análogos de insulina no son asumibles para muchos pacientes sin seguro o con uno insuficiente.
La insulina sintética humana, como pilar del tratamiento, es más barata pero se prescribe con menos frecuencia. Aunque hace 20 años se entendía el uso de insulinas humanas, actualmente no se recomiendan este tipo de productos. Sin embargo, se está demostrando que las supuestas ventajas de los análogos de insulina frente a la humana es menos evidente en la diabetes de tipo 2 que de tipo 1.
Así, en este tipo de pacientes no mejora el control glucémico ni disminuye el riesgo de padecer una hipoglucemia grave. La única diferencia es que una insulina de acción duradera reduce, moderadamente eso sí, el riesgo de una hipoglucemia general y nocturna. Además, las dosis de insulina para el cáncer de tipo 2, y por lo tanto sus costes, son cada vez más elevados. Si se usan hábilmente Humulina Regular, la Humulina NPH y fórmulas mezcladas de insulina humana pueden ser más efectivas para el control glucémico en la diabetes de tipo 2.
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