Los especialistas en
Medicina Interna lo tienen claro: el hecho de padecer enfermedad pulmonar obstructiva crónica (
EPOC) conlleva un elevado riesgo de desarrollar
patologías cardiovasculares. A pesar de ello, esta circunstancia está infradiagnosticada, muchas veces pasa desapercibida y existe una notable carencia de estudios científicos al respecto. Frente a ello, la solución, para los expertos, está clara: fomentar el
diagnóstico precoz.
"La relación entre la EPOC y la enfermedad cardiovascular es un matrimonio mal avenido", ha resumido
Francisco Javier Medrano, internista del Hospital Universitario Virgen del Rocío, de Sevilla. La suya ha sido una de las tres voces expertas que han analizado los riesgos en torno a ambas dolencias en la
XX Reunión de Riesgo Vascular de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), que acoge Málaga.
También han intervenido en la mesa los médicos internistas
Carlos Santiago Díaz, del Hospital Universitario Virgen de las Nieves, de Granada, y
Belén Alonso Ortiz, del Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín, bajo la moderación de
Luis Castilla Guerra, facultativo del servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario Virgen Macarena, de Sevilla, y coordinador de la cita malagueña.
Medrano ha recordado que las
enfermedades cardiovasculares y la
EPOC, además de ser “muy frecuentes en la
práctica clínica”, constituyen, respectivamente, la tercera y cuarta causa de mortalidad mundial. Además, “son importantes” los efectos negativos de la una sobre la otra y viceversa.
“La EPOC, en sí, es un factor de
riesgo cardiovascular equiparable a otras enfermedades crónicas como la
diabetes o la
insuficiencia renal”, ha afirmado Santiago, quien ha subrayado que esa circunstancia hace que empeore tanto la propia EPOC como el otro factor de riesgo vascular con el que se asocie, según el caso.
Entre esos factores se hallan los “clásicos”, como la diabetes, la
hipertensión y la
dislipemia, pero también otros eventos cardiovasculares como la cardiopatía isquémica y el ictus. “En los pacientes con EPOC, ese agravamiento es un 25 por ciento más frecuente que en pacientes no EPOC”, ha concretado Alonso.
La internista ha añadido que, “a nivel ambulatorio y en las consultas de
unidades de riesgo vascular”, uno de cada cinco pacientes tiene EPOC, “aunque no lo sepamos”. Y he ahí la clave de que esta dolencia se haya convertido en ‘aliado desconocido’ de las enfermedades cardiovasculares.
La clave de la intervención y el diagnóstico temprano
El antídoto contra ello, según Alonso, es claro y doble: por un lado, actuar “de forma más temprana” contra la EPOC y las patologías cardiovasculares, y por otro, “conocer mejor” la propia EPOC, “que, tal y como se ha visto en los últimos años, no es una enfermedad pulmonar al uso, sino un
síndrome inflamatorio que afecta a todos los sistemas”. “En el control de ambas enfermedades está la clave de que el paciente no muera de forma precoz”, ha concluido.
Al respecto, Medrano ha destacado que, actualmente, los grupos de trabajo de Riesgo Vascular y de EPOC de la SEMI están trabajando conjuntamente para “construir un modelo que nos permita calcular el extraordinariamente elevado riesgo cardiovascular en los
pacientes con EPOC”.
Riesgo vascular en enfermedades minoritarias
La dificultad de diagnosticar y tratar a tiempo problemas cardiovasculares aumenta por la incidencia en los factores de riesgo de enfermedades poco frecuentes como el
déficit de lipasa ácida lisosomal y la
disbetalipoproteinemia, que, como cualquier otra dolencia de esta índole, están infradiagnosticadas.
En el primer caso, se trata de una enfermedad que se manifiesta dependiendo de la edad: en el caso de niños muy pequeños, aparece si es muy grave, con consecuencias como la
insuficiencia hepática e incluso la muerte; en cuanto a adolescentes o adultos jóvenes, la dolencia causa daño hepático en forma de
hígado graso y puede evolucionar hacia la
cirrosis, además de alterar los niveles de
colesterol LDL, en cuyo caso los enfermos también pueden desarrollar enfermedades cardiovasculares y sufrir
infartos de miocardio e ictus.
“Debe estudiarse más esta enfermedad porque su diagnóstico es sencillo, basta con analizar una gota de sangre, y, si no se detecta, puede llegar a ser muy grave”, ha explicado el doctor
Jorge F. Gómez Cerezo, del Hospital Universitario Infanta Sofía, de Madrid. El facultativo ha agregado que, de hecho, desde hace cinco años hay un tratamiento para paliar la falta de la encima lipasa ácida lisosomal: “Estabiliza la enfermedad y reconduce los niveles de colesterol, aunque deja estable el daño hepático”.
En lo referente a la disbetalipoproteinemia, también conocida como
hiperlipoproteinemia tipo 3, es una enfermedad de origen genético que padecen las personas homocigóticas para una isoforma de ApoE, la E2E2. Sin embargo, a ello ha de sumarse el hecho de padecer diabetes, tener sobrepeso, llevar una dieta inadecuada, consumir alcohol o sufrir alguna otra dislipidemia genética como la hipercolesterolemia familiar.
“Desde el punto de vista clínico, esta enfermedad es muy aterogénica: los que la padecen sufren
patología vascular aterosclerótica de forma prematura y agresiva, es característica la presencia de xantomas planos en las manos y se manifiesta una
dislipidemia mixta, con una elevación prácticamente idéntica de triglicéridos y colesterol total”, ha detallado
Agustín Blanco Echevarría, médico del Hospital Universitario 12 de Octubre, de Madrid.
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