Depresión e insomnio mantienen una relación bidireccional. Cuando ambos trastornos conviven se retroalimentan mutuamente y aumenta su gravedad.
Diego García-Borreguero, director médico internacional del
Instituto del Sueño, analiza el papel del insomnio sobre la depresión, un síntoma con una elevada prevalencia en esta enfermedad del cerebro.
La relación entre
insomnio y depresión es una vía de dos direcciones. Por un lado, el insomnio es un síntoma central de la depresión que afecta a aproximadamente el
75-80 por ciento de los pacientes con trastorno depresivo mayor, pero que también está presente en las formas menores de depresión, en torno al
50 por ciento, asegura García-Borreguero.
Además, quienes padecen insomnio tienen, a medio-largo plazo, un riesgo de depresión clínica tres veces superior al de la población general, por lo que el insomnio actúa como un factor predisponente hacia la depresión, tal y como demuestran algunos estudios de seguimiento a 20 años. “
De persistir en el tiempo, el insomnio puede acabar produciendo un cuadro de depresión clínica”, explica este especialista, pero no solo eso. “Una vez que el cuadro depresivo ha mejorado, si entre los síntomas residuales persiste el insomnio, las probabilidades de recaída son mayores”.
Otros trastornos del sueño presentes en la depresión
Aparte del insomnio, este profesional refiere que hay un
20-25 por ciento de pacientes en los que el trastorno del sueño se va a manifestar en forma de sensación de cansancio y somnolencia durante el día. “Tienden a estar mucho tiempo en la cama por la noche y refieren sensación de
fatiga y de hipersomnia. Es lo que se denomina depresión atípica”.
Por otro lado, quienes padecen apnea del sueño o narcolepsia tienen
mayor riesgo de desarrollar, también, síntomas depresivos, y en cuadros que afectan mucho al sueño nocturno como el síndrome de piernas inquietas, el riesgo de depresión es del doble frente a quienes no tienen ese diagnóstico. “En general,
todo aquello que afecte al sueño nocturno, reduciéndolo, aumenta la posibilidad de desarrollar trastornos del estado de ánimo como depresión y ansiedad”, matiza García-Borreguero.
A falta de un posible biomarcador con fines diagnósticos
Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿sería posible que las alteraciones del sueño pudieran convertirse en biomarcadores con
especificidad diagnóstica para la depresión? Como expone el director médico internacional del Instituto del Sueño, uno de los biomarcadores para la depresión que se ha investigado durante más tiempo es la
latencia del sueño REM, es decir, el tiempo que transcurre entre que el paciente comienza a dormir y la aparición del primer episodio de sueño REM.
“En pacientes con depresión, personas de riesgo o entre quienes han padecido depresión en el pasado se ve que el primer episodio de sueño REM
aparece con anticipación, esa latencia es más corta que lo habitual, por debajo de los 60 minutos en lugar de 90 que sería el valor de referencia normal”, asegura.
Tener la latencia del sueño REM corta se correlaciona con un mayor riesgo de depresión, pero
no todos los que la tienen acaban desarrollando la enfermedad. A su vez, no todos los que padecen depresión presentan la latencia corta. “A este parámetro del sueño le falta especificidad y sensibilidad. Sin ellas, no resulta
suficientemente útil para su utilización clínica”, concluye este experto, quien también apunta a que en algún momento se ha planteado si lo que está ocurriendo en los pacientes con depresión es una disminución del sueño de ondas lentas, del sueño profundo.
Sea como sea, “con las técnicas de rutina que se utilizan para evaluar los estudios de sueño no podemos establecer biomarcadores suficientemente precisos.
Para ello, tendríamos que entrar, probablemente, en otro tipo de técnicas de evaluación del sueño como puede ser la realización del electroencefalograma cuantitativo. Todavía está por explorar un biomarcador que podamos utilizar con fines diagnósticos”, concluye.
Abordaje de la comorbilidad depresión-insomnio
El insomnio
aumenta la severidad de la depresión. Cuando ambos cuadros conviven se retroalimentan mutuamente y su gravedad es mayor. A partir de los 40 años, aclara el García-Borreguero, el insomnio es un síntoma que acompaña frecuentemente a la depresión y se ve ya en todas las edades posteriores.
En el momento que la calidad de vida se vea afectada es momento de buscar ayuda profesional, pero
¿cómo debe ser el abordaje de esta comorbilidad? Para este experto en los trastornos del sueño, “la creencia todavía existente de que el insomnio siempre es secundario a otra patología, en este caso, la depresión,
y lo que debe tratarse es, por tanto, la depresión, requiere de otro enfoque, ya que ambos cuadros se deben tratar de forma conjunta y paralela”.
El tratamiento del insomnio debe hacerse, en la medida de lo posible, con métodos no farmacológicos, mientras que el de la depresión suele requerir de ellos, explica.
En el tratamiento del insomnio, al menos inicialmente, se debe optar por medidas de tipo cognitivo-conductual, cuya duración suele ser, habitualmente, breve.
Si bien ambos cuadros se exacerban mutuamente, hay que tener en cuenta que la privación de sueño -que no es lo mismo que el insomnio- es uno de los métodos antidepresivos más potentes.
“Si a una persona con depresión mayor se le priva de sueño, ya sea total o parcialmente, a la mañana siguiente experimentará una mejoría dramática de su estado de ánimo, que va a desaparecer en cuanto vuelva a dormir. Por tanto, hay algún factor depresógeno en esas primeras horas de sueño”.
En cuanto al tratamiento farmacológico de la depresión y su influencia sobre el insomnio, el doctor afirma que “los antidepresivos con efectos activadores o estimulantes
van a contribuir menos a mejorar el insomnio, y hasta pueden agravarlo. En general, aquellos que tienen efectos noradrenérgicos tienden a favorecer el insomnio nocturno, por lo que no serían los más aptos para este tipo de pacientes depresivos. Entre los antidepresivos que resultan útiles para el tratamiento del insomnio se encuentra vortioxetina”.
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