Investigadores de la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey, Estados Unidos, informan que, en los ratones, la fructosa, un azúcar que se encuentra en la fruta, se procesa principalmente en el intestino delgado, no en el hígado, como se sospechaba anteriormente. Además, estos expertos descubrieron que la capacidad del intestino delgado para procesar la fructosa es mayor después de una comida.
La evidencia de estudios previos en animales y humanos ha demostrado que la ingestión excesiva de azúcar puede ser perjudicial, especialmente para el hígado. El consumo excesivo crónico puede conducir a la obesidad y fomentar la resistencia a la insulina que puede progresar a la diabetes, y también tiene potencial para desencadenar la enfermedad del hígado graso no alcohólico, que puede conducir a la cirrosis o el cáncer de hígado.
"Hay una diferencia fisiológica fundamental en cómo se procesan cantidades más pequeñas y más grandes de azúcar en el cuerpo", explica Joshua D. Rabinowitz, del Instituto Lewis-Sigler para la Genómica Integrativa en la Universidad de Princeton, cuyo laboratorio dirigió el estudio. La opinión anterior era que el hígado procesa todo el azúcar ingerido; pero este estudio mostró que más del 90 por ciento de la fructosa fue eliminada por el intestino delgado en ratones.
"Podemos ofrecer cierta tranquilidad, al menos a partir de estos estudios en animales, de que la fructosa de cantidades moderadas de frutas no llega al hígado", ha asegurado Rabinowitz. Sin embargo, el intestino delgado probablemente comienza a abrumarse con el azúcar a medio camino procedente de una lata de refresco o un vaso grande de zumo de naranja.
El exceso de fructosa llega hasta el microbioma
En el estudio, Rabinowitz y sus colegas analizaron la ruta de la fructosa marcada con isótopos a través del sistema digestivo de ratones de laboratorio. Los investigadores observaron que el exceso de fructosa que no es absorbido por el intestino delgado continúa a través del intestino hacia el colon. Como consecuencia, también entra en contacto con la flora microbiana natural del intestino grueso y el colon, conocida como microbioma.
"El microbioma está diseñado para no ver nunca el azúcar. Uno puede comer una cantidad infinita de carbohidratos y no habrá una molécula de glucosa que ingrese al microbioma. Pero tan pronto como beba el refresco o el jugo, el microbioma ve un nutriente extremadamente poderoso para el que fue diseñado para no ver nunca", ha señalado Rabinowitz.
Si bien el estudio, que se detalla en un artículo publicado este martes en la revista 'Cell Metabolism', no demostró que la fructosa influye en el microbioma, los autores sugieren que es probable que surta un efecto y se debe estudiar más a fondo para aprender más acerca de las consecuencias biológicas de la ingesta alta de azúcar.
Los científicos también detectaron que el intestino delgado elimina la fructosa más eficientemente después de una comida. "Vimos que la alimentación de los ratones antes de la exposición al azúcar mejora la capacidad del intestino delgado para procesar la y eso protegió el hígado y el microbioma de la exposición al azúcar", concluyó Rabinowitz.
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