Los
celadores y celadoras siguen siendo uno de los grandes y eternos actores secundarios del ámbito de la salud, valga el eufemismo. No en vano, ni siquiera están reconocidos como profesionales sanitarios. Y, a pesar de ello, la labor que ejercen en centros de salud y hospitales es fundamental, no ya sólo en lo que a mantener el orden se refiere -la labor a la que los limita el imaginario colectivo-, sino también -y he aquí el quid de la cuestión- para llevar a cabo
tareas auxiliares en el trato a pacientes, algo para lo que no se les forma. Ello conlleva un riesgo que se bifurca: por un lado, aumentan las posibilidades de agravar las dolencias de los usuarios y, por otro, los propios trabajadores sufren problemas físicos que, a la larga, pueden llevar a la incapacitación. Por eso llevan años quejándose.
La profesión de celador está regulada desde 1971. En el
Boletín Oficial del Estado (BOE) del 22 de julio de aquel año, aún en pleno franquismo, se publicó la Orden del Ministerio de Trabajo por la que se aprobó el
Estatuto del Personal no Sanitario al Servicio de las Instituciones Sanitarias de la Seguridad Social. Un apunte: el texto ni siquiera se ha adaptado a lenguaje HTML, sino que sólo puede consultarse el PDF del documento original.
El puesto viene recogido en el artículo nueve, junto al de jefe de personal subalterno, en la
categoría de escala general. Por debajo, en la escala de servicio, quedan englobados fogoneros, planchadoras, lavanderas, pinches y limpiadoras.
En el artículo 14.2 se detalla que las funciones de los celadores son, entre otras, ejercer la
vigilancia nocturna del interior y el exterior del centro sanitario, velar por que se respete “el mayor orden y el silencio posible”,
trasladar enfermos, ayudar “a las enfermeras y ayudantes de planta” al movimiento de enfermos encamados,
amortajar a los pacientes fallecidos, prestar ayuda auxiliar en las autopsias y hacer las veces de
ascensoristas “cuando se les asigne especialmente ese cometido”. Una suerte de chico para todo. Y lo de decir chico no es porque sí.
Cincuenta y tres años después, esas tareas establecidas para el puesto de celador siguen siendo las mismas.
El estatuto no se ha actualizado en más de medio siglo. Pero la vida, el funcionamiento de los centros sanitarios y las necesidades de los usuarios no son los mismos que entonces. “Las funciones que nos asignan no están adaptadas al siglo XXI, no se corresponden con la realidad de nuestro trabajo”, lamenta, en conversación con
Redacción Médica,
Elena González, celadora del
Hospital de la Cruz Roja en Madrid. “Hacemos mucho más de lo que está recogido en ese estatuto de los años setenta”, agrega
Nadia García, que trabaja en el
Hospital Rey Juan Carlos de Móstoles.
El Estatuto del Personal no Sanitario se aprobó en 1971 y, más de medio siglo después, no se ha actualizado
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Abocados a un autodidactismo sanitario
Los
requisitos para ser celador son pocos: básicamente, ser mayor de 16 años, contar un
certificado de escolaridad y tener la nacionalidad española o de otro país de la Unión Europea. No existe ninguna formación específica que capacite para ejercer el puesto. Basta con aprobar las oposiciones, que, aunque varían según la comunidad autónoma, por regla general consisten en un
examen tipo test.
“Se nos dan unas nociones mínimas”, protesta Elena. “Cuando empiezas a trabajar, hasta que no llegas al centro, no sabes a lo que te puedes enfrentar. Hay muchos compañeros que, en su primer día, tuvieron una situación de exitus,
pidieron una excedencia y no volvieron nunca más”, cuenta.
Sin embargo, los mayores problemas se hallan a la hora de mover y colocar pacientes. “Por ejemplo, participamos en la
pronación de enfermos en UVI con respiración asistida. Nosotros formamos parte de esos equipos de trabajo, pero
nadie nos ha formado para ello”, señala Nadia.
"Hablamos de situaciones como tener que
mover a un enfermo politraumatizado o con determinadas lesiones que todavía no están diagnosticadas, y nosotros hemos de contar con la habilidad suficiente para no producirle lesiones mayores, aunque no se nos haya enseñado cómo”, apunta
José María Velázquez, celador del área de Urgencias del
Hospital Universitario de Badajoz.
"En ocasiones tenemos que mover a un enfermo politraumatizado aunque no se nos haya enseñado cómo hacerlo"
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“No hay una titulación, no hay unas prácticas”, critica Nadia. “
Acabas sabiendo hacer todo eso ya con la experiencia, o porque quizás lo hayas podido estudiar por tu cuenta, o por cursos que imparte el sindicato, o porque un compañero se lo va enseñando a otro…”, describe José María. “
Todo se va aprendiendo por repetición o a través de otro compañero de superior categoría como un facultativo.
El riesgo es muy elevado. No olvidemos que, en esos casos, lo que está en nuestras manos es la salud de una persona”, añade Nadia. Y, al respecto, Elena recuerda: “No trabajamos en una caja de zapatos”.
“Aunque esta profesión siempre se ha asociado a cierta fuerza bruta, realmente, a la hora de mover pacientes,
el 95 por ciento es técnica. Por palanca, con cualquier peso contrapuesto puede se mover a cualquier persona, pese lo que pese. Pero claro,
hay que ensayarlo”, expone la propia Elena.
Lesiones por el sobreesfuerzo al mover pacientes
Ese -inevitable- autodidactismo, más allá de los riesgos que implica para con los usuarios de la salud, trae
consecuencias físicas para los propios trabajadores: “Tenemos muchos problemas de espalda fruto de un
sobreesfuerzo que se podría prevenir con una buena formación previa”, según Nadia.
Se trata de una circunstancia que, actualmente, al menos, queda mermada por las ayudas mecánicas que no existían cuando la profesión quedó regulada vía estatuto. “Antes, los celadores llegaban a una edad en la que, por culpa del
desgaste físico acumulado por no conocer técnicas para mover y colocar a los pacientes, eran ineficientes en su mayoría”, explica Elena.
No obstante, la celadora afirma que ese problema sigue existiendo: “Soportamos un riesgo físico con unas
enfermedades derivadas del trabajo en la espalda, las rodillas y los hombros que provocan
bajas e incapacidades permanentes, algo que se convierte en un gasto añadido a la Administración”. En este sentido, lo tiene claro: “Si ese dinero se invirtiera en formación antes de que un celador comenzar a trabajar, a lo mejor se habrían evitado muchas bajas”.
"Soportamos un riesgo físico con enfermedades en la espalda, las rodillas y los hombros que provocan bajas e incapacidades permanentes"
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El sesgo de género que sufren las celadoras
Nadia y Elena están limitadas, además de por todo ello, por un importante sesgo de género recogido de forma explícita en el estatuto del año 71, cuando el puesto de celador se asociaba directamente a los hombres. A las funciones antes mencionadas el citado artículo 14.2, se añaden las siguientes:
lavar “a los enfermos masculinos”, rasurar “a los enfermos masculinos que vayan a ser sometidos a intervenciones quirúrgicas”, bañar “a los enfermos masculinos cuando no puedan hacerlo por sí mismos” y hacer “labores de limpieza cuando su realización por el
personal femenino no sea idónea o decorosa”.
“Yo no puedo ejercer parte de mis funciones por ser mujer”, denuncia Elena, quien subraya que el día a día actual de la profesión dista mucho de lo reflejado en el estatuto. En cualquier caso, Nadia dice no sentirse discriminada por compañeros y pacientes por el hecho de desempeñar el puesto siendo mujer:
“Estamos bastante integradas”.
La reivindicación de la FP específica de celador
Recientemente, la
Federación de Sanidad y Sectores Sociosanitarios de CCOO (FSS-CCOO) presentó un
estudio sobre el colectivo de celadores en el que se reflejan todas las carencias que acumula la profesión tras cinco décadas sin actualizarse sus funciones. Además de reclamar la
contratación de, al menos, 20.000 celadores para aumentar la ratio de estos empleados a dos por cada cuatro enfermeras, el sindicato exige que se renueve el estatuto de 1971 para que, entre otras cosas, sean reconocidos como profesionales sanitarios.
Desde CCOO se pide, además, que
se reclasifique a este colectivo laboral en el grupo C2 para que el acceso al puesto requiera, como mínimo, tener estudios de Secundaria. Al respecto, se demanda a los
ministerios de Sanidad y de Educación que dialoguen para crear un
título de Formación Profesional específico para los celadores, una reivindicación que comparten los propios trabajadores: “Eso nos permitiría tener las habilidades y los conocimientos suficientes para poder ejercer con seguridad todas nuestras funciones sin perjudicar a los enfermos”, asegura José María.
Aunque pueda contener afirmaciones, datos o apuntes procedentes de instituciones o profesionales sanitarios, la información contenida en Redacción Médica está editada y elaborada por periodistas. Recomendamos al lector que cualquier duda relacionada con la salud sea consultada con un profesional del ámbito sanitario.