Vivimos momentos de
tensa calma hasta la investidura del
próximo presidente del Gobierno y son muchos los asuntos que,
como si de un paciente se tratase, se encuentran en la ‘sala de espera’
para mostrar el alcance de su enfermedad cuando el ‘doctor’ ya pueda recibirles.
Uno de los más preocupantes, por no decir el principal, es
la reiterada insistencia de la Comisión Europea de que España debe hacer nuevos recortes presupuestarios después de no cumplir los objetivos de déficit público comprometidos con Bruselas.
Europa cree necesario que
nos volvamos a apretar el cinturón y, no solo nos anima a ello, sino que amenaza con una sanción económica, que
puede alcanzar los 2.100 millones de euros, y con la congelación de los fondos estructurales, aún muy necesarios en determinadas comunidades autónomas.
Pese a que el actual Gobierno en funciones insiste en que
no llegará la sangre al río, todos somos conscientes del gran peso que tiene la Unión Europea y no es nada descabellado pensar que podemos volver a encontrarnos en
un escenario de nuevos ‘ajustes’ para contentar, aunque sea en parte, a nuestros socios europeos.
Una futurible situación en la que
el ya muy deteriorado y debilitado sistema sanitario de nuestro país puede volver a ser un ‘blanco fácil’ para los gestores de turno a la hora de elegir donde aplicar el tijeretazo.
Si bien la memoria suele ser frágil, sobre todo para nuestros políticos, no debemos olvidar que
el presupuesto de las administraciones públicas para sostener la sanidad pública española cayó un 13 por ciento durante el periodo de mayores recortes (2009-2013), o lo que es lo mismo,
10.000 millones de euros.
Los distintos gobiernos, de todos los colores políticos y sin excepción, optaron por intentar hacer la cuadratura del círculo en sus cuentas generales a base de bisturí, sin anestesia, en sus partidas destinadas a sanidad, lo que conllevó más esperas y menos servicios y derechos para usuarios y pacientes.
Una innegable pérdida de recursos que se cebó especialmente en
los profesionales enfermeros, los cuales vieron que sus condiciones laborales empeoraban y que el drama del desempleo afectaba a cada vez más compañeros sino se daba el caso de sufrirlo en primera persona. Fuimos los ‘paganos’ de la crisis, se mire por donde se mire.
Cierto es que no hay que ponerse la venda antes de la herida y habrá que esperar a que
el nuevo Gobierno empiece a adoptar sus primeras decisiones en materia de política económica para realmente saber a qué podemos atenernos, pero lo que está claro es que nuestro Sistema Nacional de Salud, sus usuarios y profesionales, no pueden, en modo alguno,
volver a sufrir más recortes indiscriminados.
Volviendo al símil utilizado al inicio del artículo, si el doctor yerra en el diagnóstico y tratamiento a seguir recentando nuevos recortes, nuestra sanidad, que aún se encuentra en planta,
tras salir de la UCI, puede volver rápidamente a la misma sin posibilidades ya de recuperarse.
No podemos permitirlo, una vez más, no.
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