¿Hasta cuándo las mismas conclusiones en los mismos foros para que nada cambie? Es una pregunta que me hago cada vez con más frecuencia y que he vuelto a plantearme al leer
la declaración conjunta realizada por los ministros de Sanidad de 35 países, entre ellos, España, que han participado días pasados en una cumbre organizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD).
Si no fuera porque cambian las caras de los responsables ministeriales de turno, caso, en esta ocasión, de la titular española, Dolors Montserrat, se podría incluso pensar que
se trata de la misma reunión mantenida tiempo atrás o de encuentros similares auspiciados por otros organismos internacionales.
Lo primero que hacen,
el diagnóstico de situación, es siempre el mismo. Los sistemas sanitarios han conseguido logros muy importantes, como el aumento de la esperanza de vida o la reducción de la mortalidad infantil, pero su mantenimiento debe asegurarse con nuevas medidas y actuaciones que garanticen su sostenibilidad futura al tiempo que mejoran su eficacia y eficiencia.
Luego llega el análisis y debate de esas posibles soluciones a desarrollar para mejorar la situación actual y, finalmente, todos los cargos gubernamentales se dicen adiós, emplazándose a una nuevo encuentro, con el habitual documento de conclusiones en el que los
todos países se comprometen a hacer lo que esté en su mano para alcanzar los objetivos referenciados en el mismo.
Mejora de la eficiencia y calidad de la prestación sanitaria, eliminación de procedimientos, procesos y técnicas innecesarios y/o ineficaces, financiación justa y acorde a las necesidades reales del sistema sanitario, optimización de los recursos materiales y humanos empleados,
evaluación constante de los servicios prestados… ¿A qué les suenan todos ellos?
Son los mismos objetivos planteados en los años de crecimiento económico y los también escuchados en los últimos años, cuando aseguraban que la crisis podía constituir un inmejorable revulsivo para implementar las medidas necesarias y que los sistemas sanitarios del futuro funcionasen mejor a menor coste.
Lamentablemente,
las declaraciones de intenciones se quedan en eso, en buenos deseos que “lucen” bien en los documentos oficiales o en los titulares de prensa. Ocurre fuera de nuestras fronteras y también en nuestra casa. No es la primera vez que recuerdo, por ejemplo, que el acuerdo alcanzado en 2013 con la anterior ministra de Sanidad para mejorar la calidad y sostenibilidad de Sistema Nacional de Salud ha quedado en nada.
En estos foros, además, se habla y mucho del modelo de atención que requieren los usuarios y pacientes del futuro.
Se vuelve a insistir en que el mundo y sus gentes han cambiado y que han surgido nuevos retos y desafíos a escala global a los que todos los sistemas sanitarios deben dar respuesta, como el aumento de las enfermedades crónicas, la dependencia o el envejecimiento de la población.
Ante esta innegable realidad, también hay una
opinión unánime entre nuestros dirigentes de que hay que colocar las necesidades de las personas en el centro del sistema sanitario, fomentando una mayor participación de éstas a través del autocuidado.
Con esta misma premisa, para
los que venimos defendiendo desde hace mucho tiempo la conveniencia de cambiar nuestro actual modelo sanitario y que la profesión enfermera es un motor importante para lograrlo, nos suena ya a los mismos “cantos de sirena” de siempre.
Los sistemas sanitarios, el nuestro, todos, han sido, son y tienen que seguir siendo
fuente de salud, riqueza y desarrollo para los países. Es deber de todos, pero, sobre todo, de nuestros responsables públicos que así sea.
Espero que mi creciente escepticismo al analizar los resultados de foros internacionales como el recientemente celebrado en París se convierta en cosa del pasado en un futuro no muy lejano, al constatar que
las palabras han sido reemplazadas finalmente por realidades.
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