Hace unos días,
intercambiaba anécdotas con un compañero peregrino en el Camino de Santiago. Expliqué a Diego mi crisis en el cuarto y penúltimo año de mi
especialización MIR en
Medicina Interna, mi sensación de maltrato a la especialidad, la sobrecarga asistencial a una especialidad pluripotente, la que no escoge pacientes, la que nunca dice no, en una rutina hospitalaria de reparto de cromos y en la que se huye de la pluripatología y complejidad, la medicina más humana.
Creo que
se nos está acabando la vocación, Diego. Hoy en día, escogemos plaza en base a otros factores, se huye de la medicina clásica y necesaria, buscamos caminos más intervencionistas,
alejados del contacto humano y con cabida en la Medicina Privada. De esta manera, los profesionales más noveles como yo, no tardamos en desarrollar sentimientos compartidos de perro viejo, de cansancio y frustración.
Y
es una pena, algún día el sistema claudicará y el barco se hundirá. Yo no quiero vivir en un mundo así, me dijo. Y el gesto de su cara me empujó a compartir esta reflexión que quizás y ojalá pudiera remover algo en quien tiene voz y voto.
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