Se acerca peligrosamente la fecha. El
10 de febrero está a la vuelta de la esquina. No obstante, la ansiedad, el miedo al fracaso, las
altas expectativas, la tensión, el temor a la frustración… ya duermen con nosotros desde hace días.
Próximamente, nos sometemos a un
examen que debe categorizarnos como dignos o no, válidos o no, para una plaza de formación como residentes de la especialidad que deseamos (o podamos escoger).
¿
Pero de verdad nos categoriza este examen? He llegado a la conclusión de que no. Ésta es una manera muy pobre de valorar nuestra valía. Este examen trata de nuestra capacidad para memorizar, de nuestra habilidad con la técnica tipo test (¡bendita técnica!), de nuestra gestión de los nervios… de nuestra resistencia frente a un examen de
235 preguntas durante 5 horas…
Pero el
Ministerio de Sanidad no tiene ni idea del verdadero valor. No puntúa tu vocación, tu pasión. No puntúa tu don para
sostener la mano de un paciente desesperanzado, ni el tacto de tus dedos al recibir la vida de un recién nacido. Tampoco sabe de tu inteligencia emocional o de tus habilidades comunicativas, ni de cómo vas a acompañar a las personas en sus
procesos de salud o en sus ciclos vitales.
Pero tú sí lo sabes. Tú sí sabes lo que te motiva,
lo que te hace vibrar. Tú sí sabes de perseverancia, de constancia, de sacrificio. Tú sí sabes que darás lo mejor de ti, que te esforzarás por entregar lo que jamás podrá ser valorado en un examen tipo test; lo que sólo puede ser bonificado con la sonrisa de tu paciente y con un
“gracias” en sus labios, o en su mirada.
Por eso, sea cuál sea tu resultado en el
EIR, el
MIR… ello no te
definirá. SeaS bueno, seaS malo, no te categorizará. El verdadero reto
vendrá después, y ahí sí deberás demostrar tu valía y tu dignidad para el puesto. Y si no sale como esperabas, sigue.
Sigue, sigue, sigue. Porque tu vocación lo merece, y porque un intento más no es precio suficientemente alto como para abandonar tus sueños.
Una futura comadrona os desea… ¡Éxito a todos!
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