Nuestro país se ha convertido en uno de los más longevos del mundo. El informe del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre la situación de España en 2015, publicado recientemente, recoge que
la esperanza de vida ha subido diez años desde 1970. Una década en cuarenta y cinco años.
La esperanza de vida es un indicador en el que influyen diversos factores. El informe Lalonde, realizado en Canadá en 1974 y referente mundial para la Salud Pública, defendía que
la asistencia sanitaria tenía un escaso impacto en la esperanza de vida comparado con la aportación de la biología, el medio ambiente y los estilos de vida. La desaparición de los sistemas sanitarios en los países de la URSS hizo que los indicadores de salud se desmoronaran de forma estrepitosa, lo que llevó a pensar que quizás Lalonde había subestimado la importancia de la asistencia sanitaria en la esperanza de vida.
Pero sea cual sea su aportación, qué duda cabe que la asistencia sanitaria tiene parte del mérito en la mejora de la salud de nuestra sociedad.
Tendríamos que hablar pues de un tremendo progreso, tanto sanitario como social, de un éxito indiscutible. Pero si nos fijamos en cuál ha sido la opinión en los entornos profesionales, podremos comprobar que no se ha percibido exactamente así. Los médicos no nos hemos sentido triunfadores, sino todo lo contrario, sentimos que en algún momento hemos perdido algo importante. A pesar de que de forma repetida seamosuna de las profesiones más valoradas y de los espectaculares avances en todos los campos, el discurso médico sobre el malestar profesional se ha convertido en una constante.
Hasta se ha importado el término bournout para referirse a estar quemado en el trabajo.
Si hacemos un poco de memoria desde ese año de 1970 e intentamos encontrar una etapa dorada de la medicina, una Ítaca a la queañorar en épocas de zozobra, veremos que no es una tarea fácil. Siempre se ha hablado de escasez de recursos, del exceso de trabajo, de las condiciones laborales, de la remuneración o del desconocimiento de la realidad clínica de los gestores.
Pero es curioso constatar que la ausencia de cualquiera de estos factores causantes, e incluso la ausencia de todos ellos, no ha protegido contra esta insatisfacción.
Quizás habría que buscar otras explicaciones, bien factores externos a la propia profesión o incluso en factores internos estructurales ajenos a las condiciones coyunturales de cada momento.
Lo que sí parece claro es que la rápida evolución del entorno social ha convertido a la consulta médica en un espacio en el que confluyen tensiones y dilemas que a veces son difíciles de resolver.
Por una parte, los límites entre la salud y la enfermedad ya no son definidos por el médico, sino que forman parte del ideario y las expectativas de cada persona.
El individualismo y la necesidad de respuestas inmediatas se han convertido en valores preponderantes en la sociedad actual, como también recoge el Centro de Investigaciones Sociológicas, por lo que conseguir y mantener el completo bienestar físico, psíquico y social, como define la OMS el concepto de salud, es prácticamente imposible a pesar de la mejora objetiva de todoslos indicadores clínicos.
También hay que tener en cuenta que desde Hipócrates hasta el siglo XX, la medicina funcionó mayoritariamente como una profesión liberal en la que el médico decidía lo que había que hacer con total autonomía para organizar su propio trabajo y para definir los límites de su propia actuación.
Con la consolidación de los sistemas sanitarios, es el Estado el que asume la responsabilidad de la salud de la población y el médico pasa a ser un asalariado que debe dar cuenta de sus actuaciones, ya que el coste de sus decisiones se sufraga con recursos públicos que se recaudan mediante impuestos. El estado de las carreteras, la educación o los servicios sociales también se pagan con los impuestos y también tienen impacto sobre la salud, por lo que modificar el reparto de los recursos con los que contamos no es una cuestión baladí.
En cuanto a la generación del conocimiento, también se han producido cambios trascendentales. En un artículo publicado en 2010 por el sociólogo Juan Irigoyen sobre la reestructuración de la profesión médica en la revista Política y Sociedad, ya recoge que los avances tecnológicos de los últimos años han reforzado a la industria biosanitariay han modificado la naturaleza del trabajo médico erosionando su autonomía y haciendo que pierda influencia. Según Irigoyen,
la industria biomédica se ha convertido en parte de la industria del bienestar, promueve innovaciones, pero también construye discursos sobre la vida y la salud que tienen gran impacto en el imaginario social. Los médicos son desposeídos entonces de la exclusividad en cuestiones fundamentales para la profesión como es la generación del saber. Participan en los ensayos clínicos o en la elección de los tratamientos, pero es la industria quien diseña la producción del conocimiento.
La convergencia de todos estos cambios ha modificado de forma sustancial la autonomía profesional que ha quedado expuesta a las tensiones que genera la interacción entre las expectativas de bienestar individual de los ciudadanos,
la necesidad de cuadrar los presupuestos y de velar por el bien común de la administración y la búsqueda de beneficios de la maquinaria de consumo de la industria farmacéutica.
El profesor de Bioética, Diego Gracia, explica el profesionalismo médicocontandoque,en el inicio de las sociedades, las tres únicas profesiones que podían considerarse como tales por dedicarse al bien común, y por lo tanto distintas de otros trabajos u oficios,
eran los sacerdotes que se ocupaban de la salud del alma, los médicos que se ocupaban de la salud del cuerpo y los gobernantes que se ocupaban de hacer leyes y de administrar justicia. A cambio del bien que hacían a la comunidad, gozaban de total autonomía, nadie interfería en sus decisiones y eran inimputables, es decir, no se les podía juzgar.
Con el paso del tiempo, los sacerdotes y los médicos hemos ido perdiendo esos privilegios. Hemos cambiado la libertad por la evaluación continua de nuestro trabajo, y sobre la inimputabilidad, mejor no entrar, la revolución francesa ya dejó el tema más o menos claro. En cuanto a los jueces, bueno, los jueces… Creo que si los médicos lloramos es porque en el fondo lo que queremos es ser como los jueces. Una verdadera autoridad.
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