Cuando empezamos la residencia, lo haces con una mezcla de miedo y emoción. Por fin,
tras seis años de carrera y uno de MIR (en el mejor de los casos…), estás donde querías estar. Durante el primer año siempre te ves muy patoso, muy inútil, pero siempre encuentras a alguien que te recuerda la frase
“nadie nace sabiendo”.
Y sí, eso es verdad, pero sin darte cuenta va pasando el tiempo y llega un momento en el que cada vez oyes menos esa frase y más la frase de
“esto deberías saberlo, ya eres R mayor”.
A lo largo de los cuatro o cinco años de residencia, vas aprendiendo, vas estudiando y vas disfrutando más de la especialidad que has elegido. Pero también
vas adquiriendo más responsabilidades. Poco a poco vas asumiendo pacientes y casos más complejos y, como quien no quiere la cosa, vas
haciéndote un hueco en tu servicio. Ya no te miran como cuando llegaste (o como cuando ni siquiera reparaban en ti), ya cuentan contigo casi casi como un igual.
Pero… ¿lo somos?
¿Somos los residentes mayores iguales a los adjuntos? Legalmente está claro que no, ya que (aunque asumes la responsabiliadad) siempre debe asumirla también el adjunto. Y de cara al resto del hospital, a los pacientes y sobre todo, de cara a tu formación, sigues siendo residente (y, por supuesto, de cara al sueldo).
"El último año de residencia es, sin duda, el más intenso de todos. Por una parte sientes que eres independiente, pero que siempre puedes contar (y debes contar) con un médico adjunto a tu lado para respaldar o criticar tus decisiones"
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Y por eso,
el último año de residencia es, sin duda, el más intenso de todos. Por una parte sientes que eres independiente, pero que siempre puedes contar (y debes contar) con un
médico adjunto a tu lado para respaldar o criticar tus decisiones. Pero por otro lado, ya estás más cerca de terminar, de abandonar ese camino que has recorrido durante los últimos años;
ese camino que empezaste con miedo e ilusión y que terminas con todavía más ilusión y miedo. Porque mientras lo recorrías, ya te ibas haciendo una idea de lo que iba sucediendo a cada paso que dabas. Y ahora, en el momento en el que te crees en la cumbre, que ya conoces el hospital, a tus compañeros… ¿ahora debes empezar otro camino?
Pues sí, y eso es lo que hace del último año de residencia uno de los más complicados tanto laboral como emocionalmente. Año tras año has ido viendo como tus residentes mayores pasaban a ser médicos especialistas; pensando que quedaba mucho para que tú estuvieras allí…pues ya está llegando. Ya no tienes a tu residente mayor por encima, si no a muchos residentes por debajo, a los que debes
enseñar, regañar y animar como hicieron tus residentes mayores contigo.
Por otro lado, cuando se va acercando el final
empiezas a prestar atención a conversaciones que nunca te habían interesado mucho y a familiarizarte con conceptos en los que nunca antes habías recaído como “contrato de larga duración”, “contrato de búho”, “traslados”…
Durante estos años no te has preocupado de otra cosa más que de ir aprendiendo y de ir superándote año tras año y ahora, de un día para otro,
pasas de tener un contrato de residente a estar en el paro. Y empiezas a moverte, a agobiarte por no encontrar trabajo, a visitar otros hospitales, a conocer otras ciudades… con el miedo de dejar el hospital en el que has crecido y en el que tan seguro te sientes.
Pero debes hacerlo, porque ya lo has hecho antes, cuando llegaste de residente de primer año para iniciar un camino que ahora te parece fácil pero que en ese momento era todo cuesta arriba. Y cuando empieces de adjunto en un nuevo hospital, con un nuevo equipo, con un nuevo ambiente y seguramente con un contrato mucho peor….recuerda que
“nadie nace sabiendo”.
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