Con motivo del
Día Nacional del Trasplante, la directora de la
Organización Nacional de Trasplantes,
Beatriz Domínguez Gil fue invitada al Foro de la Nueva Economía, donde tuve la ocasión de hacer una presentación de su brillante trayectoria profesional. Un acto agradable donde se desgranaron con notable capacidad de síntesis, aparte las bondades y resultados del
sistema español de donación y trasplantes, toda una serie de riesgos que pueden ponerlo en peligro y desafíos pendientes para seguir avanzando.
Algunos de ellos han sido ya tratados en esta columna como no podía ser menos dado que intentamos abordar aquí los aspectos de actualidad o de especial relevancia en el mundo de los trasplantes. Es el caso del
trasplante de útero que como no podía ser menos y siguiendo la ley de Murphy, se va planeando ya al menos en un hospital español, el turismo de trasplantes y su necesidad de control, la
contribución de la sanidad privada al sistema de donación de órganos (que no de trasplantes) o la triste paradoja de que la ONT no haya tenido
competencias en investigación, lo que entre otros motivos ha condicionado una evidente asimetría entre la hegemonía española en actividad trasplantadora y su discreto papel en la de investigación.
Las características organizativas de nuestro sistema de trasplantes hacen imposible cuantificar con exactitud la gravedad del problema
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También se tocaron aspectos de futuro como la utilización del
big data en muy diversos aspectos de la gestión de los trasplantes, como conseguir la más correcta atribución de órganos o el apasionante tema de las
células CART, un ejemplo palpable de cómo una vez más, la Unión Europea muestra una preocupante tendencia a dejarse influenciar por los
lobbies y
ha apostado claramente por considerarlas medicamentos y dejarlas en manos de las compañías farmacéuticas. Total, sólo nos van a costar entre 5 y 10 veces más que las
CART 'académicas' que podrían preparar nuestros hospitales. Este sí que es un campo donde el ministro/a de turno debería plantear una batalla muy seria en Bruselas y ordenar adecuadamente un tema que ya genera pasiones tanto económicas como geográficas y que va a generar muchas más en el futuro con el riesgo cierto de poner en peligro la sostenibilidad del sistema.
Pero quizás lo que más titulares suscitó fue el análisis sobre las consecuencias de la crisis y el riesgo de quiebra del sistema si no se toman las medidas adecuadas. Me he referido a este tema en varias ocasiones y también desde estas líneas hemos tratado las consecuencias de la crisis sobre la sanidad española en general y en especial sobre la
disminución y no renovación de las plantillas médicas y de Enfermería, con su consiguiente envejecimiento con el paso del tiempo (no olvidemos que la crisis comenzó hace ya más de una década y para algunas cosas no está tan claro que se haya terminado). Los trasplantes no son más que un caso particular de esta situación generalizada, pero que, por algunas de sus características como la necesidad de trabajo en equipo, el hecho de ser fácilmente contabilizables y el esfuerzo físico y mental que conlleva la disponibilidad repetida para unas jornadas agotadoras para las que es preciso estar en forma, pueden hacer aflorar el problema de una forma más visible.
Las características organizativas de nuestro sistema de trasplantes, con
personal mayoritariamente no dedicado de manera exclusiva al mismo y sí con otras responsabilidades asistenciales, hacen imposible cuantificar con exactitud la gravedad del problema, pero lo cierto es que en algunas comunidades
se están dando serias dificultades para renovar los equipos de trasplante o bien los puestos de coordinador. Pese a lo que algunos piensan y de vez en cuando proclaman, formar parte de un equipo de trasplante no es ninguna bicoca y para muchos cirujanos jóvenes ha dejado de ser una opción profesional preferente como lo fue en su día.
El riesgo de morir de éxito es una posibilidad cierta
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Desprovistos la mayoría de los trasplantes del
glamour mediático y social que tuvieron hace décadas cuando todo era un mundo por descubrir, el hecho de estar de alerta permanente para salir disparado a cualquier hora del día o de la noche hace ya tiempo que dejó de ser atractivo ni económicamente ni en cuanto a calidad de vida para las nuevas generaciones de médicos en muchas especialidades, que van eligiendo otras parcelas más cómodas o simplemente más rentables. Con los coordinadores, aunque quizás a un ritmo menor, la tendencia es la misma.
No abundan las vocaciones y el necesario recambio generacional se va retrasando.
A todo ello se une una sobrecarga progresiva de trabajo, consecuencia del aumento sostenido en la actividad de donación y trasplante registrada, sobre todo en los últimos 5 años, de casi un 40 por ciento, partiendo de cifras de por sí muy elevadas,
sin que ni los equipos de coordinación ni la dotación de la ONT hayan crecido al mismo ritmo. Para los equipos de trasplante, además, el acumulado de pacientes con injerto funcionante crece a ritmo vertiginoso con todo lo que ello implica de consultas y ocupación de camas que en algunos servicios y hospitales llegan a ser masivas. Todos estos factores hacen ineludible un refuerzo y una renovación del sistema porque, de otra forma, el riesgo de morir de éxito es una posibilidad cierta. Unas medidas que la crisis han demorado o impedido en la última década pero que difícilmente pueden dilatarse más.
La primera condición
sine qua non para solucionar un problema es reconocerlo y hacer un diagnóstico correcto.
La ONT es perfectamente consciente de esta situación como quedó patente en el Foro al que antes nos referimos, y aunque la solución es obviamente multifactorial y depende de muchas instancias y sobre todo de las disponibilidades económicas, como en otras ocasiones este organismo actuará de catalizador del sistema nacional de salud en estos aspectos para encontrar las mejores soluciones. Va en ello la supervivencia de nuestro sistema de trasplantes tal y como lo conocemos ahora.
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