En los días posteriores a las
terribles inundaciones generadas por la DANA y mientras los dos partidos mayoritarios y sobre todo sus medios afines y corifeos se dedicaban a la poco edificante tarea de lanzarse las culpas los unos a los otros, se han registrado una serie de informaciones periodísticas que bordean lo alucinógeno. Es por ello que quizás convenga hacer unas
reflexiones sobre los curiosos fines a los que dedican su tiempo nuestros políticos y analizar sus consecuencias. No me refiero a los diputados rasos ni a los que se dedican a las tareas de partido, porque salvo obedecer y adular al jefe, no suelen tener mucho más que hacer. Hablo de aquellos que tienen una responsabilidad ejecutiva de un cierto nivel en el gobierno central o en los autonómicos y a los que financiamos sueldos y prebendas, a veces muy considerables con la esperanza, casi siempre vana, de que nos solucionen los problemas.
Ineficiencia en la gestión pública durante la DANA
Por un lado, se ha publicado que el día de la tragedia, la
agenda del presidente valenciano recogía una serie de actos, cuando no intrascendentes, si perfectamente aplazables a la vista de la situación que se fue gestando a lo largo del día hasta desembocar en una comida con una periodista que se prolongó durante no menos de tres horas. Con todos estos trajines, a una reunión enfocada a la crisis, ya de entrada convocada tarde para lo que estaba ocurriendo, llegó con dos horas de retraso, exigiendo eso si que se lo volvieran a explicar todo desde el principio (a que usted también ha vivido un “replay” como éste con su jefe). Lo que siguió es bien conocido por desgracia.
Pero por el lado de la
administración central, aparte una parálisis general similar a la valenciana en cuanto a la toma de decisiones que sirvieran para algo, con la ministra de medio ambiente con “sus cosas” en Bruselas y en fase de mutismo durante un montón de días, la directora general de protección civil y emergencias, en teoría responsable técnico del desarrollo del operativo desde el gobierno estatal, no tuvo mejor ocurrencia que viajar a Brasil, cuando ya la alerta por lluvias había virado a roja, eso sí, a una reunión para la prevención del riesgo de desastres.
Gestión del tiempo: el talón de Aquiles de los políticos
Son actitudes extremas y no del ámbito sanitario, pero vienen al caso para ilustrar el problema que quería tratar.
Cuando alguien accede a un cargo público relevante, habitualmente de director general para arriba y lo quiere hacer bien, todo el tiempo que le dedique va a parecer poco. Suelen ser unas jornadas maratonianas que, al menos en España, pueden acabar con una cena de trabajo a horas hispanas y vuelta a empezar tempranito al día siguiente. Esta dedicación podría ser digna de encomio si la acompañaran los resultados y se pudiera decir que son horas aprovechadas, pero el problema es que muy raramente ocurre así.
Cuando uno evalúa la labor de la mayoría de los
equipos ministeriales que han ido pasando por el Paseo del Prado en las dos últimas décadas (extensible a no pocas consejerías de comunidades), y que muy probablemente han tenido un horario similar al descrito, es difícil no recordar lo que solíamos contestar cuando nos preguntaban por lo que hacíamos en el ya lejano servicio militar:” Pues hacer, lo que se dice hacer, prácticamente nada, pero eso sí, deprisa, deprisa”.
Con los actos públicos de un ministro/a "se puede completar una agenda totalmente inútil pero que al interesado le parece de trabajo agobiante y agotador y por supuesto hace que cuando realmente se le necesite para algo importante sea más que complicado que tenga disponibilidad para nadie"
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El análisis de
la agenda de un ministro/a puede estar compuesto por varias inauguraciones o actos totalmente intrascendentes, a los que acude por compromisos personales, de alguien del partido o simplemente como maniobra de postureo para hablar con los periodistas y “porque le han invitado”. A ello se une alguna reunión interminable con su equipo, en la que no se decide casi nada, recibir a personas o delegaciones que vienen a pedir algo pero que raramente aportan nada de interés, alguna entrevista, y como decíamos antes, comidas y cenas de trabajo con prolongadas sobremesas que pronto se reflejan en su índice de masa corporal (yo he llegado a presenciar aumentos de peso realmente notables en tiempo récord). Con ello se puede completar una agenda totalmente inútil pero que al interesado le parece de trabajo agobiante y agotador y por supuesto hace que cuando realmente se le necesite para algo importante sea más que complicado que tenga disponibilidad para nadie. A los hechos antes expuestos me remito.
A todo ello se suelen unir viajes, muchos de ellos totalmente intrascendentes y prescindibles y que, pese a la abundancia de los medios actuales para comunicarse, suelen comportar la desconexión durante periodos de tiempo más o menos prolongados y también la no disponibilidad cuando se le necesita.
Evidentemente
no se puede generalizar este patrón pues afortunadamente ha habido y hay grandes servidores públicos en altos cargos que realmente cumplen con su trabajo y distribuyen perfectamente su jornada, pero a poco que se conozcan las administraciones sanitarias y no sanitarias, se podrá comprobar que lo dicho no es ni mucho menos la excepción.
La necesidad de priorizar en emergencias como la DANA
Probablemente una de las primeras cosas que debería aprender un político a estos niveles es a
gestionar adecuadamente su tiempo, ser consciente de que por muy Superman que se sienta (más de uno/a lo ha pensado así), nadie puede rendir adecuadamente y todo el tiempo durante una jornada que puede ser entre unas cosas y otras, de más de doce horas (los médicos que hemos hecho guardias lo sabemos bien). Tener las ideas ordenadas, saber priorizar por encima de las presiones y las lisonjas y sobre todo:
aprender a decir que no, porque ni el día ni el cerebro dan mas de sí, es imprescindible separar lo esencial de lo superfluo y hay que estar preparado ante cualquier eventualidad que pueda surgir para entonces dar lo mejor. A muchos no les vendría nada mal un cursillo con todas estas instrucciones y con evaluaciones periódicas de que las cumplen. Habría menos saraos con autoridades, pero quizás algunas de ellas podrían hacer algo de provecho.
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