La
pandemia de covid, al menos en España,
parece haberse dado prácticamente por finalizada. Se unen los altos índices de vacunación, con el hecho de que una buena parte de la población ha sido infectada por la variante ómicron, en general con un curso clínico leve o asintomático salvo para la población de riesgo, y que la presión hospitalaria (no la de primaria)
es ahora tolerable. Todo ello ha llevado al Ministerio de Sanidad, esta vez con bastante acuerdo de las comunidades, a dejar de contabilizar los casos en menores de 60 años, eliminar los aislamientos en asintomáticos, así como las restricciones de aforo en todo tipo de espacios públicos e incluso al anuncio de quitar la obligatoriedad de mascarillas en lugares cerrados a la vuelta de semana santa. Se ha inventado hasta un “palabro” horroroso:
la “gripalización” del Covid.
Aunque se han alzado algunas voces en contra, sobre todo por las prisas en implementar estas medidas liberalizadoras cuando la incidencia sigue siendo alta y sin visos de descender, lo cierto es que
la llamada fatiga pandémica, el hartazgo por todo lo que ha implicado el dichoso virus en nuestras vidas durante los últimos dos años,
ha sido un factor decisivo para el aplauso casi generalizado y sin reservas de la medida. La terrible guerra de
Ucrania ha contribuido decisivamente al apagón informativo al centrar en ella toda la atención y provocar la desaparición progresiva de expertos en epidemias en los programas de televisión, para ser sustituidos por los de conflictos bélicos.
Ya comentamos hace tiempo en estas líneas que una reacción previsible de la sociedad cuando la pandemia se diese por finalizada podría ser
la tendencia a olvidar lo antes posible todo lo ocurrido durante este bienio negro que tanta muerte y sufrimiento nos ha traído. Los primeros en dar ejemplo de tendencia al olvido, son como siempre las administraciones, tanto centrales como autonómicas. ¿Quién recuerda ahora la tan solicitada y prometida auditoría de la pandemia para la que incluso se nombró una comisión de cuyos trabajos nada se sabe? ¿Cómo va lo del Centro Estatal de Salud Pública que hace ya casi dos años se consideraba indispensable para ésta y futuras pandemias? ¿Dónde quedaron todas las propuestas de refuerzo del sistema nacional de salud pedidas por los expertos y suscritas por todos los grupos políticos en la Comisión de Reconstrucción? Y así podríamos seguir con muchas de las afirmaciones de políticos y expertos desde aquellos días de principios de 2020 en que
las previsiones oficiales eran que hubiera “unos pocos casos” y las mascarillas estaban “contraindicadas”.
"Me temo que vamos a tener que convivir con medidas que a lo mejor tuvieron sentido alguna vez"
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Pero, en cambio, hay una serie de medidas implementadas durante la pandemia, muchas de las cuales serían incluibles en lo que se ha llamado “teatro pandémico”, de utilidad muchas veces dudosa o nula, pero que
una vez implantadas, nadie se encarga de quitar y pueden pasar a formar parte del paisaje por los siglos de los siglos, generando profundas incoherencias con la paralela liberalización de las restricciones a la que antes nos referíamos.
Un ejemplo muy gráfico es el señalamiento de asientos prohibidos para sentarse en salas de espera de todo tipo, públicas y privadas con visibles aspas rojas, algo que muy probablemente permanecerá largo tiempo y que a nadie se le ocurra incumplirlo sopena de disputa con el vecino.
Mientras tanto, los cines, teatros y demás han recuperado su aforo completo con asientos bien juntitos o por ejemplo, los padres de la patria no es ya que se sienten juntos en el Congreso, sino que en la comparecencia televisada del líder ucraniano Zelenski se retiraron los sillones y se cambiaron por sillas para que fueran los senadores y pudieran estar más juntos todavía. Solo se podría explicar si entendemos que
la inmunidad parlamentaria que protege legalmente a nuestros próceres actúa también contra los virus, algo inalcanzable para la plebe.
Los ejemplos son múltiples. Aunque l
a transmisión por fómites hace tiempo que quedó prácticamente descartada, los dispensadores de gel hidroalcohólico siguen presentes en todo tipo de establecimientos y algunos con indicaciones coercitivas o personas dispensándolo en las manos del visitante (visto sin ir más lejos, a la entrada de un hospital público hace unos días). Recientemente tuve ocasión de ir a una consulta de dentista donde imperaba la alfombrilla con desinfectante en la entrada, el gel hidroalcohólico y hasta la prohibición de colgar el abrigo en el interior de la consulta, como se había hecho siempre, supongo que por si llevara pegados virus o algo así.
También en el campo sanitario,
la asignación telemática de las plazas MIR, motivo más que justificado de protesta por parte de los afectados fue justificada en parte en su día por las medidas anti Covid. Este año, el mismo Ministerio que las dictó, las ha retirado pero la elección de plaza seguirá siendo telemática, ahora ya no se sabe muy bien por qué.
Y así podríamos continuar.
Me temo que vamos a tener que convivir con medidas que a lo mejor tuvieron sentido alguna vez (o probablemente no la tuvieron nunca), pero que van a seguir ahí mucho tiempo porque nadie se va a tomar la molestia de decir que sobran. En el nombre del Covid, vivamos la incoherencia.
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