La
guerra de Ucrania nos está familiarizando con gentes y lugares cuya existencia hasta hace poco apenas intuíamos, como en general ocurrió durante mucho tiempo con todo lo que estaba situado más allá del telón de acero. Todo era la Unión Soviética o sus países satélites y no era fácil desde esta parte del mundo distinguir entre la gama de grises que se extendía nada menos que hasta el Pacífico con más de una veintena de repúblicas y centenares de etnias uniformizadas bajo la hoz y el martillo.
"En ciudades que pocos conocían como es el caso de Jersón, hoy campo de batalla, ocurrieron el pasado siglo acontecimientos tan relevantes como el primer trasplante renal de humano a humano registrado en el mundo. Realizado en 1933 y que, para mayor grado de exotismo, fue publicado en 1936 en una revista médica española: 'El Siglo Médico'".
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Sin embargo, en ciudades que pocos conocían como es el caso de
Jersón, hoy campo de batalla, ocurrieron el pasado siglo acontecimientos tan relevantes como
el primer trasplante renal de humano a humano registrado en el mundo. Realizado en 1933 y que, para mayor grado de exotismo,
fue publicado en 1936 en una revista médica española:
“El Siglo Médico”. Fue traducido al español del ruso en que lo escribió el autor, con el barroco título de
“Sobre el bloqueo del aparato reticuloendotelial del hombre en algunas formas de intoxicación por el sublimado y sobre la transplantación del riñón cadavérico como método de tratamiento de la anuria consecutiva a aquella intoxicación”.
El autor de esta proeza médica fue
un cirujano ucraniano (durante muchos años referido como “ruso” o “soviético”) llamado
Yuri Yurijevich Voronoy, nacido en Zhuravka un pueblo situado en el centro de Ucrania, en 1896. Se graduó en medicina en Kiev y se formó más tarde en Járkov. De allí pasó en 1931 a Jersón, donde el 3 de abril de 1933 llevó a cabo el primer trasplante de un riñón humano del que tenemos constancia (con anterioridad hubo varios intentos con injertos de monos, cerdos u ovejas todos sin éxito). La receptora fue
una mujer de 26 años intoxicada con cloruro de mercurio por un intento de suicidio, con el consiguiente fallo renal y el órgano se colocó en la pierna, conectado a los vasos femorales. El donante fue un varón de 60 años fallecido por traumatismo craneoencefálico y por supuesto en parada cardiaca ya que el concepto de muerte encefálica tardaría un cuarto de siglo en definirse.
El riñón produjo orina durante algo más de un día, pero a las 48 horas dejó de funcionar, el estado de la paciente empeoró y falleció. La isquemia prolongada del injerto y sobre todo una incompatibilidad ABO entre donante y receptor con rechazo hiperagudo, fueron los motivos más obvios. Lo curioso es que Voronoy era un experto en trasfusiones y el hecho de trasplantar un
riñón incompatible, aparte no haber muchas más posibilidades inmediatas, se basó en un extraño razonamiento de
bloqueo del sistema retículo-endotelial en un caso como aquel de intoxicación, que según él podría favorecer la tolerancia del injerto.
Tanto en este caso, como en otros cinco trasplantes posteriores realizados por el cirujano ucraniano y comunicados a finales de los años cuarenta, el objetivo no fue el tratamiento permanente de una
insuficiencia renal crónica, sino el mantenimiento con vida de enfermos con fracaso renal agudo, en ausencia de diálisis que aún no existía, hasta que sus riñones nativos recuperaran la función, algo que logró en 2 enfermas en las que los injertos funcionaron 4 y 7 días.
Historia del trasplante renal
Por descontado, la historia del trasplante renal cuenta con otros muchos pioneros que fueron sentando las bases de una actividad que hoy beneficia a 90.000 enfermos de los cinco continentes cada año. Entre otros muchos,
Hamburger hizo en Paris, en 1952, el primer trasplante de vivo emparentado, de madre a hijo que funcionó durante 21 días y
Joseph Murray en Boston el primer trasplante renal con éxito en 1954 al evitar el rechazo por ser donante y receptor hermanos gemelos. Jean Dausset descubrió en Paris el sistema HLA de histocompatibilidad y otros muchos contribuyeron a desarrollar los fármacos inmunosupresores que junto con las mejoras médicas, quirúrgicas y de anestesia, han hecho de esta intervención algo habitual en el día a día de los hospitales.
Pero fue un médico ucraniano, con décadas de antelación a estos logros quien hizo para el riñón algo similar a lo que Barnard realizaría con el corazón en 1967. Ni punto de comparación en cuanto a los réditos conseguidos por ambos porque Voronoy no era tan atractivo como el sudafricano, ni hablaba inglés, ni estaba en la época ni en el lugar adecuados y además el riñón nunca tuvo el glamour de la víscera noble cardiaca. Todo ello no quita para que cuando veamos las imágenes de una ciudad y de un país desconocido para muchos y ahora arrasado por la invasión rusa, pensemos que
allí se escribió uno de los episodios que han entrado por derecho en la historia de la medicina moderna.
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