Corría el jueves 30 de enero, parece que hace siglos. Llegaban
noticias de China hablando de una epidemia que en un país de
1.300 millones de personas había causado oficialmente 200 muertos (como la tercera parte de los muertos españoles diarios en estos días) y
10.000 contagios. La
OMS no había declarado aún la emergencia sanitaria (lo haría al día siguiente) y en la prensa española, el
coronavirus se trataba en la sección internacional y en la financiera porque el daño al gigante chino comenzaba a hacer temblar la economía mundial. Los únicos que parecían preocupados en España eran los miembros de la colonia china que compraban
mascarillas para enviarlas a sus familiares y poco más.
El doctor Pedro Cavadas acude a
Espejo Público y entre las preguntas sobre sus
trasplantes y sus
operaciones milagro surge el tema del virus. Sus respuestas, más de dos meses después merecen ser enmarcadas por mostrar una clarividencia que tanto se echa de menos en estos días: “
Es un virus que se contagia muy fácilmente, es
muy agresivo y cuando en China, que no es el país más transparente del mundo, aparentan transparencia desde el minuto uno a mí preocupa”. De hecho, respecto al número de casos de infectados que reportaban las autoridades chinas ya recalcaba que “
no hace falta ser muy listo como para pensar que son diez o cien veces más” … “si
han levantado un hospital en dos días tienen que tener un buen motivo. No parece una broma ni un truco para vender mascarillas”. Y añadía: “
han confinado a una población equivalente a la española y para ello, deben tener un buen motivo”.
Lo clavó. Hoy nadie, salvo la OMS (quien paga manda, no nos equivoquemos),
se cree las cifras chinas cuando declaran haber tenido poco más de 3.000 muertes y menos casos que España o Italia. Los muchos miles de restos de los difuntos que solo en la capital de Wuhan están recogiendo ahora los familiares, o los
23 millones de líneas de teléfono que se han dado de baja en China durante la epidemia (aunque haya otros factores ajenos a los fallecidos que han contribuido de manera importante), hablan por sí solos, sin que por supuesto el gobierno chino se preste a aclarar la más mínima duda.
Cavadas reconocía que “
no era un experto en epidemiología, más allá de los conocimientos adquiridos durante la carrera”, pero evidentemente la aplicación de estos conocimientos, junto con
su experiencia vivida en China como padre de dos hijas de este origen y sobre todo una muy buena dosis de sentido común le permitió hacer un diagnóstico más que certero de lo que estaba ocurriendo y por extensión de lo que nos podía venir.
Los "expertos oficiales" tardaron mes y medio en dar relevancia al Covid-19
Como era de esperar y como vulgarmente se dice “
le cayó la del pulpo”. Es lo que toca, en la más pura tradición española, para quien saca la cabeza y se sale del carrilito oficial. Las críticas le llovieron sobre todo por
hablar del tema “sin ser experto” y
“alarmar a la población”, pero lo cierto es que los
expertos oficiales, a los que el gobierno traslada de forma monocorde la responsabilidad de cualquier medida tomada o dejada de tomar, tardaron casi mes y medio en dar suficiente relevancia a lo que se nos venía encima. Alguno de los que forman el comité del ministerio fue hasta hace nada un firme defensor de que esto
era poco más que una gripe (hay testimonios en prensa).
Lo que d
iferencia una buena gestión de otra que no lo es tanto, en cualquier tema de la índole que sea, es la capacidad de hacer un diagnóstico de situación, interpretar los signos de alarma, aunque sean mínimos y adelantarse a los acontecimientos antes de que estallen, tomando las medidas oportunas. Por desgracia, nada de esto ha ocurrido en España, donde la anticipación ha sido nula hasta que la catástrofe nos cayó encima (
la imagen del 8M es y será icónica del despropósito). Y ello pese a que como muestran las palabras de Cavadas y algunas opiniones más que fueron convenientemente relegadas,
algunos signos había que los verdaderos expertos deberían haber captado y trasladado a las autoridades, algo que según éstas no sucedió.
Aludir a los expertos, la constante del Gobierno
Porque la alusión a los expertos ha pasado a ser un lugar común cuando le preguntan a cualquier responsable sanitario o no por el último desaguisado del día: “
se ha hecho lo que dijeron los técnicos”. El problema es que hay que tener criterio para saber a quienes se escogen, y por descontado usar ese criterio, si es que se tiene, para adoptar las decisiones políticas oportunas.
"Los récords mundiales alcanzados en contagios y muertes por millón de habitantes inducen a pensar que muy brillantes no hemos debido ser"
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Hay que tener presente
cuando se parapeta uno tras los técnicos, que en Medicina y en cualquier otra disciplina científica,
no todos los expertos piensan lo mismo. Los
sucesivos errores y continuos cambios de rumbo que se han dado en la gestión de la crisis, si es que se han basado exclusivamente en su criterio, como dicen los políticos, quizás deberían haber hecho pensar que había que preguntar también a otros. Los
récords mundiales alcanzados hasta el día de hoy: mayor número de casos (salvo USA con una población 7 veces mayor), mayor número de muertes por millón de habitantes y
mayor porcentaje de sanitarios contagiados, inducen a pensar sin necesidad de ser muy críticos, que
muy brillantes no hemos debido ser.
Salvando por supuesto las distancias por la muy distinta trascendencia y repercusión de ambos temas, las grandes líneas que marcaron nuestro
sistema de donación de órganos en la última década (donación en asistolia y detección de potenciales donantes en urgencias) y que nos han permitido unos crecimientos espectaculares muy por encima del resto del mundo, se plantearon en 2008 y se desarrollaron en los años siguientes. Con ello
nos adelantamos a una evolución epidemiológica de la muerte encefálica, que de no haber tomado medidas, nos habría hecho quedarnos en la mitad de las cifras actuales con lo que se habrían perdido o dejado de salvar muchos miles de vidas.
Se consiguió
gracias al trabajo de muchos expertos, pero eso sí, elegidos con criterio. Y sobre todo, sin que las responsabilidades para bien o para mal de las medidas que íbamos adoptando sin saber qué resultado darían, (algunas con evidente riesgo por ser entonces muy rompedoras en aspectos muy sensibles del final de la vida) y que solo a la ONT correspondían, les fueran asignadas en exclusiva
mientras nosotros nos lavábamos las manos. No es lo mismo.
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