Se conoce como
sesgo retrospectivo, al fenómeno que sucede cuando, una vez que sabemos lo que ha ocurrido, se tiende a modificar el recuerdo de nuestra opinión previa, en favor del resultado final. Es más o menos
el “ya lo decía yo”, aunque en realidad lo que se dijo fuera todo lo contrario.
El mecanismo es francamente curioso: cuando se conoce el resultado final de un proceso, mucha gente modifica su recuerdo al pensar que
siempre supieron lo que iba a ocurrir, pese a que objetivamente, nadie hubiera predicho lo que realmente pasó. La mente crea un falso recuerdo, una
memoria distorsionada con la que los individuos acaban creyendo que siempre supieron lo que iba a ocurrir.
"Son muchos los que opinan que se ha perdido un tiempo precioso durante las últimas semanas por no haber tomado medidas más severas contra el coronavirus"
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Nos encontramos en una fase de la
lucha contra el coronavirus en la que son muchos los que opinan que se ha perdido un tiempo precioso durante las últimas semanas por no haber tomado medidas más severas de aislamiento como las que se han ido adoptando recientemente y que han culminado en el
estado de alarma. Se dirige la mirada a la experiencia china con la espectacular
virtual eliminación de casos nuevos de coronavirus gracias a medidas draconianas y se proclama a los cuatro vientos que había que haberles imitado antes.
Probablemente sea cierto, pero la verdad es que desde la primera de las múltiples ruedas de prensa del incansable
Fernando Simón, con sus sedantes y cartesianas fases de la lucha contra el virus y sus repetidas
recetas de tranquilidad y medidas “light”, no se produjeron prácticamente voces que aconsejaran en aquellos días ir más allá (alguna hubo, pero muy aislada). Nadie de los ahora convencidos de que, por decirlo suavemente, no estuvimos nada finos (y me incluyo) manifestó en público que había que ser drásticos con los bares, los restaurantes, los colegios, el futbol o las fiestas populares y no digamos ya del
confinamiento a la italiana pese a que el ejemplo lo teníamos al lado.
Colaboración ciudadana contra el coronavirus
Dicho esto sobre lo ocurrido y sin que valga la pena ya lamentarse, lo que resulta muy negativo son las repetidas pruebas de contradicciones flagrantes con que nuestra clase dirigente nos está obsequiando cada día en una lucha contra el coronavirus 100% dependiente de la colaboración ciudadana.
El punto probablemente sin retorno lo marcaron las
manifestaciones del 8M, junto con otras reuniones y congresos multitudinarios celebrados ese mismo día, todos permitidos y muchos alentados por el ejecutivo (hasta 77 hubo ese fin de semana, solo en Madrid). Todo ello en
flagrante contradicción con lo recomendado por el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades (ECDC) días antes, con multitudes apretujándose y dándose besos y abrazos.
Algo que se nos escapa debió ocurrir la noche del domingo porque solo unas horas después de los abrazos se pasó a reconocer que estábamos en situación cataclísmica. Hasta el New York Times comentó extrañado esta paradoja, para nada aparente de que toda
la situación epidemiológica cambiara en 24 horas sin que nadie lo hubiera previsto. La positivación de (al menos) dos ministras y políticos de variado signo que estuvieron encabezando las muchedumbres de aquel día es el mejor ejemplo de la magnitud del dislate, tanto si se contagiaron allí como si fueron esparciendo virus.
"Es absolutamente imprescindible que los dirigentes y en general la gente con relevancia social sean los primeros en dar ejemplo con el aislamiento"
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Pero no queda ahí la cosa. Cuando se necesita y se pide la colaboración sin ambages de toda la población, con una serie de normas y protocolos para frenar el virus, es absolutamente imprescindible que los dirigentes y en general la gente con relevancia social sean los primeros en dar ejemplo.
Por desgracia no ocurre así. En las primeras semanas de la crisis, las
pruebas diagnósticas del coronavirus se hacían a cualquier persona con síntomas, y desde el Ministerio se insistía que hacérselo a los contactos no estaba indicado y no añadía nada. Los ciudadanos de a pie se las veían y se las deseaban llamando durante horas y esperando durante días a que le hicieran las pruebas y tener los resultados. Hoy se ha pasado ya a una segunda fase en la que solo se hace a los casos con infección respiratoria aguda, excluyendo aquellos con sintomatología leve y por supuesto a los contactos, que cuando lo son, simplemente deben guardar cuarentena.
Nada que ver con lo que nuestros dirigentes twittean con absoluto desparpajo. Apenas tienen algún síntoma se hacen las pruebas con toda rapidez, y por descontado a sus contactos que a su vez proclaman a los cuatro vientos que han dado negativo (como si eso fuera un salvoconducto de que no se va a positivizar en los días siguientes).
La cuarentena por coronavirus de Pablo Iglesias
A partir de ahí sigue el espectáculo, con
el vicepresidente del gobierno incumpliendo de forma clamorosa la cuarentena obligada por el positivo de su pareja. En puridad debería guardarla el gobierno en pleno pues todos han tenido contactos, aunque algunos más que otros, y con su actitud están haciendo oposiciones a que caiga la mayoría del ejecutivo, algo que no se si en una situación como esta nos podemos permitir.
Con sus imprudencias, los políticos se están convirtiendo en un colectivo de riesgo para infectarse con el virus (a las pruebas me remito) y lo que es más grave, para difundirlo.
Difícil explicar a la gente que no puede salir de dudas sobre si ellos o sus familias se han infectado cuando están con síntomas de catarro o han tenido un contacto, a diferencia de lo que hacen los VIP, o que tienen que guardar una cuarentena estricta cuando otros no lo hacen. Ese valor intangible que es
la confianza, tan necesaria en las crisis para caminar en la misma dirección, la están destrozando cada día con este tipo de gestos sin que parezca que haya nadie que imponga un poco de sentido común.
Saldremos adelante porque
los españoles se crecen ante la adversidad, sacan lo mejor de sí mismos en las situaciones difíciles, y porque tenemos un tesoro llamado sistema nacional de salud al que en estas circunstancias toda la sociedad valora y valorará cada día más. Pero desde luego no será por el liderazgo de nuestros políticos.
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