Hay una antigua fábula infantil, de
Esopo, llamada ‘Los hermanos desunidos’, también conocida como ‘Los hijos del labrador’, y dice así:
Un anciano labrador andaba muy disgustado porque las disputas entre sus tres hijos eran continuas, y a tal punto llegó la preocupación por la enemistad de sus hijos, que un día decidió reunirlos y darles una lección. Tomó un haz de leña y se lo dio a su hijo mayor, al que pidió que lo rompiera. Este, presumiendo de su fuerza, pensó que sería una tarea sencilla pero, tras varios intentos sin conseguirlo, tuvo que pasarlo al hermano mediano. Este, al igual que el primero, fracasó y se lo tuvo que pasar al hermano menor. Este no corrió con mejor suerte y devolvió el haz de leña a su padre, quien, entonces, les dijo: “Mirad hijos: cómo no habéis sido capaces de romper el haz de leña, si os mantenéis unidos como este haz, nadie será capaz de venceros”.
Ya en la Antigua Grecia, Esopo nos contaba, en forma de esta bella fábula, que
la unión hace la fuerza.
Deberíamos poder decir que, tras tantos siglos pasados desde la Antigua Grecia, en este siglo XXI en el que todos estamos conectados, los ‘nos’, ‘nosotros’, ‘nuestro’ y ‘con nosotros’ han conseguido prevalecer sobre el ‘mi’, ‘mío’, ‘me’, ‘yo’ y ‘conmigo’.
Tristemente, no es así. Vivimos en una sociedad que se caracteriza por la inmediatez, pero también por la
fragmentación, la singularidad y la
individualidad frente al
bien común o los intereses de la mayoría.
La profesión médica no es una excepción. Los médicos son un colectivo más bien pequeño, heterogéneo, con mil y un intereses (muchas veces contrapuestos), médicos de hospital o de Atención Primaria, temporales o propietarios, residentes o adjuntos…
El médico, al que suelen acusar de corporativista, suele ser muy competitivo, más bien individualista (por la naturaleza de su trabajo) y cuando pasa consulta con una agenda de pacientes u opera en un quirófano, se olvida hasta de que es un trabajador y que tiene que reclamar sus derechos. No no engañemos: a los médicos lo que nos gusta es ver a nuestros enfermos.
"Ya en la Antigua Grecia, Esopo nos contaba, en forma de esta bella fábula, que la unión hace la fuerza"
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Ese médico suele vivir inmerso en el mundo de las comunicaciones, las revistas científicas y los últimos avances para dar lo mejor de sí a sus pacientes pero, cuando tiene que protestar, suele hacerlo en las pausas para tomar un café porque no tiene nunca tiempo para movilizarse.
Podemos ir más allá y hablar de cómo esos miles de intereses opuestos no solo nos desunen, sino que también nos enfrentan.
Es llamativo ver cómo, siendo pocas las instituciones que representan a los médicos y a sus intereses, hay quien se dedica a la
crítica sistemática y al descrédito de las mismas sin aportar una alternativa válida a ellas. Atención: la crítica siempre es buena si es constructiva, si construye y no destruye.
Otros, movidos por unos intereses temporales y concretos, forman sus propios grupúsculos y llaman a otros para que se unan a ellos para conseguir esos intereses, sin importar lo que tengan que dejar en el camino. Se olvidan, así, del concepto del colectivo y los intereses del mismo, en aras de algo que no suelen conseguir o que consiguen a un altísimo precio que, además, no suelen pagar ellos.
Estoy convencida de que es hora de que la profesión recuerde las enseñanzas de la fábula de Esopo, ese “la unión hace la fuerza” tan usado, pero no por ello menos actual.
Tenemos que recordar que, aunque lo que más nos gusta es ver pacientes y curarlos, investigar, publicar artículos y discutir científicamente con los compañeros,
nuestras quejas laborales no se pueden limitar a las pausas del café porque, si de vez en cuando no somos capaces de recordar que somos simples trabajadores, corremos el riesgo de que nuestros derechos se pierdan o la calidad de nuestro trabajo empeore, para nosotros y para nuestros pacientes, a los que también tenemos que defender.
Es hora de que la profesión recuerde que esa crítica sistemática a las instituciones que nos representan y que, curiosamente, no suele venir acompañada de la adhesión a ninguna otra institución, aporta poco o nada.
Es tiempo de que la profesión recuerde que, aunque seamos muy capaces como médicos, no lo somos en otros aspectos y que, cuando nos empeñamos en resolver temas que no son científicos, nos podemos encontrar con que el resultado es una victoria pírrica.
Es momento de que la profesión recuerde que, aunque nuestras realidades pueden ser diferentes, lo que nos une a todos es nuestro
amor por la Medicina. En base a ese amor, tenemos que ser ese haz de leña que nadie sea capaz de romper.
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