Opinión

Un día de guardia de cualquier médico (no más guardias de 24 horas)


Julián Ezquerra Gadea, médico de familia jubilado
La atalaya sanitaria

11 diciembre 2025. 10.15H
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Empiezo este artículo con esta célebre frase de Hipócrates: “en la medicina, lo primero es no hacer daño”, Primum non nocere. Para no hacer daño, involuntario, primero estar en condiciones psico-físicas y eso no es posible si te ves obligado a realizar guardias de 17+7 o de 24 horas ininterrumpidas. Y conviene recordar que algunos hemos hecho turnos de hasta 31 horas entre jornada normal, guardias y nueva jornada normal; algunos no hemos descansado las guardias.

El reloj marcaba las 7:30 cuando el Dr. Samuel Herrera cerró con un clic suave la puerta de su apartamento. La mochila, ya pesada con la carga de lo que vendría, llevaba lo esencial: un termo con café fuerte, un suéter grueso para las madrugadas gélidas del hospital, un libro de poesía que nunca leería y dos barras de cereal. Los preparativos eran un ritual supersticioso. Cada objeto, colocado en un orden específico, era un amuleto contra el caos.

El trayecto en metro fue un espacio liminal. Observaba a la gente: parejas riendo, familias de vuelta a casa, el cansancio benigno de quien termina su jornada. Él, en cambio, se dirigía hacia el turno que definiría su próximo día. Una sensación de aislamiento le envolvía, como si una burbuja de cristal lo separara del mundo que se preparaba para descansar.

A las 8:00, puntual, firmaba la entrega en el mostrador de Enfermería de la planta de Medicina Interna. La doctora a la que relevaba, Laura, tenía ojeras profundas. Su resumen fue rápido, eficiente, un traspaso de responsabilidades que pesaba más que cualquier mochila. "Cama 314, Fernández, estable pero vigilante. Cama 302, Rojas, puede descompensarse en la noche. Y llegó uno nuevo a Urgencias, ascenso enzimático sospechoso. Te toca a ti." Una palmada en el hombro. Buena suerte. Samuel asintió. La guardia comenzaba.

Las primeras horas fueron de relativa calma. Visitó a sus pacientes, revisó historias, ajustó pautas. El hospital de día, bullicioso, se transformaba. Los pasillos se vaciaban, los ruidos se amortiguaban, solo interrumpidos por el susurro de las enfermeras y el pitido rítmico de los monitores. A las 11:00, el primer café. Aún sabía bien, era un gesto de compañía.

La medianoche llegó con un escalofrío. El cansancio era aún una presencia leve, un pensamiento en la lejanía. Pero a la 1:17, la llamada. Urgencias. "Doctor, tenemos a la señora Gracia, 78 años, disnea y confusión repentina." Samuel bajó corriendo las escaleras (siempre escaleras, los ascensores eran traicioneros). Lo que siguió fue un torbellino de decisiones tomadas en segundos, con el sueño empezando a pegarse a los párpados. Oxígeno, acceso venoso, gasometría, decisión: ¿neumonía? ¿TEP? ¿Edema? Cada pregunta bifurcaba un camino con riesgos distintos. Ordenó una TAC urgente. Su mente, entrenada, funcionaba como un algoritmo, pero detrás de cada elección latía el miedo frío a equivocarse. La responsabilidad era un peso físico, un yugo sobre las cervicales.

A las 3:00, con la señora Gracia estabilizada en UCI, volvió a la planta. El silencio era ahora denso, opresivo. El segundo café ya no sabía a café, sabía a necesidad amarga. Abrió el libro de poesía, pero las palabras bailaban sin sentido. El sueño no era un deseo, era una necesidad fisiológica que lo acechaba, haciéndole pesados los párpados, lentos los pensamientos. Se lavó la cara con agua fría. El espejo del baño le devolvió la imagen de un extraño, con los ojos inyectados y la expresión vacía.

Las 4:00 a las 6:00 fueron un valle de sombras. Cada alerta del teléfono le hacía dar un respingo, el corazón acelerándose en seco. Atendió una fiebre alta, una nausea, un dolor ansioso. Las decisiones se volvían más intuitivas, menos elegantemente clínicas. Luchaba por mantener la claridad, sabiendo que la fatiga nubla el juicio tanto como cualquier toxina. En un momento, apoyado frente a un monitor, el sueño lo venció por diez segundos. Un microsueño. Soñó que caía. Al despertar bruscamente, un sudor frío le recorrió la espalda. ¿Había mirado bien aquel último electro? Lo revisó de nuevo. Estaba bien. El susto, sin embargo, lo dejó alerta.

Las 6:30 trajo el primer rayo de luz grisácea por la ventana del pasillo. Un cambio sutil, pero vital. El mundo exterior empezaba a existir de nuevo. A las 7:00, con las articulaciones doloridas y la mente como algodón, comenzó a redactar los informes de evolución. Escribir era un esfuerzo titánico. Las palabras le resultaban esquivas.

A las 8:00, el relevo. La Dra. Mónica llegó fresca, con olor a jabón recién usado. El resumen de Samuel fue farfullado, inconexo. Ella lo miró con comprensión. "Ve a casa, Samuel. Descansa".

Al salir, la luz del día le dolió en los ojos. El mundo parecía demasiado brillante, demasiado rápido. En el metro de vuelta, ya abarrotado, se dejó llevar por el vaivén. La mochila, ahora más ligera, solo pesaba por el cansancio acumulado. No sentía triunfo, ni heroísmo. Sentía un vacío enorme, un agotamiento que iba más allá de lo físico. Había tomado decisiones que alteraban vidas en la penumbra de la noche, sostenido solo por el conocimiento, la intuición y el café.

Ahora, le invadía una fragilidad brutal, la sensación de haber estado al borde de un abismo, sosteniendo a otros, mientras él mismo luchaba por no caer.

Al abrir la puerta de su apartamento, el silencio era absoluto. Se dejó caer en el sofá, sin fuerzas ni para desvestirse. El sueño, por fin, llegaba sin pedir permiso.

Pero antes de rendirse, un último pensamiento: a las 8:00, alguien más firmaría la entrega. El ciclo nunca terminaba. Y en ese pensamiento había una tristeza profunda, pero también un extraño consuelo. Él, y otros como él, serían siempre los centinelas de las horas oscuras.

Este relato de ficción, se parece mucho a la realidad, aunque a veces la realidad supera a la ficción. En el pensamiento del médico siempre estará presente Hipócrates y su primero no hacer daño, por eso ahora más que nunca debemos reivindicar un Estatuto propio que contemple esta verdad, este riesgo propio del facultativo, la necesidad de respetar sus descansos y la seguridad de los pacientes. Por el fin de los turnos/guardias de 24 horas, por la seguridad de todos, Estatuto propio ya y, si es necesario, huelga mas que justa.

Ánimo a todos los compañeros que están de guardia.
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