Según el último informe Adecco sobre Oferta y Demanda de empleo en España, la
Enfermería es la profesión
con mejor “cartel” internacional de España.
Resulta paradójica la noticia por cuanto dicho reconocimiento internacional parece contradecirse con el que en nuestro territorio de tiene tanto de la profesión como de sus profesionales, las enfermeras.
Mientras
en España las enfermeras sufrimos, al margen de cualquier victimismo que pueda o quiera argumentarse, para poder desarrollarnos como profesión y disciplina, mientras la ratio de enfermeras por habitante es de las más bajas de la OCDE, mientras asumimos competencias avanzadas sin que tengan respaldo normativo, mientras nos especializamos en diferentes ámbitos profesionales sin que se reconozca la especialidad, mientras se nos sigue exigiendo cada vez más y reconociendo cada vez menos… En el extranjero
se nos valora por encima de cualquier otra profesión.
El estado español a través de sus mandatarios
invierte una importantísima cantidad de dinero para formar a excelentes enfermeras. Tanto el grado de enfermería como las especialidades y las formaciones de posgrado de máster y doctorado logran la formación de excelentes enfermeras que, sin embargo y lamentablemente, tienen serias
dificultades para encontrar puestos de trabajo acordes a dicha formación. Tanto los políticos, como los gestores elegidos por estos para ordenar las profesiones de la salud, siguen anclados en planteamientos del siglo pasado en los que la medicalización, el biologicismo, la tecnificación, la enfermedad, el hospitalcentrismo… Marcan el devenir de dicha organización, identificando de manera casi exclusiva como protagonistas de los sistemas de salud a un único profesional, haciendo
pivotar cualquier decisión en torno al mismo, con independencia del coste social, económico y de salud y teniendo tan solo presente el coste político que tales decisiones tienen o pueden tener para ellos, al margen de la población a la que, en teoría al menos se deben.
En este sinsentido podemos destacar diferentes aspectos que, más allá de lo razonable, se mantienen y generan no tan solo la desvalorización de las enfermeras sino la
falta de racionalización de las mismas en el marco de las organizaciones donde trabajan, la
ineficiencia que dichas situaciones generan y la consiguiente merma de calidad en la prestación de cuidados derivada de dichas situaciones que no puede ser imputada a las enfermeras.
Se sigue con la idea de que una enfermera es un
profesional “todo terreno” que puede adaptarse a cualquier situación, circunstancia o entorno con independencia de su experiencia o su formación que, no tan solo no se valoran, sino que, en ocasiones incluso, juegan
en contra de las propias enfermeras a la hora de acceder a determinados puestos de trabajo.
No tiene sentido alguno que una enfermera recién graduada pueda incorporarse a las pocas horas de obtener el título de grado a cualquier puesto de trabajo por complejo que el mismo resulte siempre que con ello se cubra el “expediente” y se dé cobertura a la ausencia generada y a la ineficacia provocada. En este mismo sentido, por ejemplo, nos encontramos con la figura de la
enfermera “volante” que es utilizada para cubrir cualquier ausencia que se pueda producir en un momento dado con independencia del servicio, complejidad, especialidad o idoneidad de que se trate. Al fin y al cabo, una enfermera sirve igual
para un roto que para un descosido y de esta manera se cubren las deficiencias organizativas generadas por los propios gestores.
Pero si lo anterior
es incomprensible y atenta contra cualquier planteamiento de buena gestión, aún lo es más si cabe el que se inviertan fondos públicos de manera tan irresponsable como ausente de cualquier planificación, en la formación de enfermeras especialistas.Porque tras dos años de formación
se abandona a la suerte a dichas especialistas para que en el mejor de los casos la bolsa (maravilloso invento que atenta a los principios básicos de la buena gestión) les permita trabajar al margen de la especialidad por la que se han formado y por la que se ha invertido el dinero público.
Este fraude de ley de los políticos y gestores de la sanidad pública española ocasiona que se formen miles de enfermeras especialistas, de manera muy significativa en enfermería familiar y comunitaria, sin que existan plazas específicas de las citadas especialidades, con la
consiguiente frustración en las enfermeras que han dedicado dos años de su vida personal y profesional a especializarse para después tener que trabajar en cualquier servicio, unidad o destino que nada tiene que ver con la formación especializada adquirida.
Por otra parte, el desarrollo de “carreras profesionales” en las que la
antigüedad se constituye como el principal, cuando no
exclusivo, mérito para alcanzar los máximos niveles en las mismas contribuye de manera muy significativa a desvalorizar las citadas carreras profesionales al convertirlas en meros incentivos de antigüedad y en las que los méritos académicos, profesionales o investigadores tienen un valor simbólico cuando no anecdótico.
Para redondear el desastre, y como consecuencia de las prebendas con las que las administraciones obsequian a las fuerzas sindicales por motivos que a nadie se escapan pero que se mantienen en el tiempo, se admiten, planifican (lamentablemente es de las pocas cosas que se planifican) y
desarrollan concursos masivos de traslados con idénticos criterios con los que se regulan las carreras profesionales, es decir, la antigüedad. Con ello se consigue
desvirtuar un modelo de atención, destrozar los equipos, aniquilar la motivación profesional, generar conformismo, favorecer la frustración y, en definitiva,
minusvalorar el trabajo de las enfermeras situándolas como meros recursos que, como fichas en un tablero de juego, pueden moverse, incluso haciendo trampas, con tal de lograr la casilla deseada. Se ignora, por tanto,el auténtico valor de las enfermeras, determinado por criterios tales como la
experiencia real, la formación o la investigación que constituyen los valores por los que son apreciadas y reclamadas en el extranjero. Ahora, eso sí, esta desmesura organizativa tan solo se lleva a cabo con las enfermeras, porque al fin y al cabo “da igual donde estén para prestar cuidados”.
Se insiste en mantener unas
estructuras y organizaciones arcaicas pero que obedecen al sistema jerárquico instaurado por un determinado colectivo para lograr unas cuotas de poder que les mantengan como líderes, más allá de cualquier otra consideración que la de la tradición por ellos generada, alimentada y mantenida y a la que contribuyen los políticos y gestores influenciados por esa misma estructura de poder convertida en lobby de presión que consigue que nos encontremos en la situación inversa en la que se sitúan los países de nuestro entorno, es decir,
que haya, proporcionalmente, más médicos que enfermeras cuando las recomendaciones de los principales organismos internacionales van justamente en sentido contrario. Así aún nos encontramos, en un alarde de la gestión sanitaria, asignando enfermeras en función del número de médicos en lugar de por criterios poblacionales, de tal manera que se asigna una enfermera por cada dos médicos en Atención Primaria, por ejemplo.
Y ante este panorama de subsidiariedad y de falta de reconocimiento real, ya que el ficticio lo trasladan a los actos protocolarios que utilizan como escaparate para adular de manera tan artificial como artificiosa a quienes no se resisten a invitarlos,
las enfermeras “huyen” con ese bagaje a países en los que no tan solo se les reconoce como profesionales, sino que se les valora en su justa y real medida por lo que son y lo que aportan.
Mientras tanto, esos mismos políticos, se permiten el lujo de incorporar como mérito, y por tanto como medalla, dicho exilio forzoso a modo de éxodo profesional, argumentando para su rédito particular la excelencia de la formación enfermera etiquetándola incluso
como MARCA ESPAÑA, tal como esgrimió una Ministra del ramo.
Pero, lo que está sucediendo realmente es que los países a los que
se ven forzadas a trasladarse se benefician de la torpeza, cuando no la mediocridad, de quienes no son capaces de retener y sacar beneficio de la inversión realizada en dicha formación. ¿Para qué van a formar enfermeras en dichos países si en España se las forman de manera gratuita? Tan solo tienen que contratarlas. El negocio es redondo, mano de obra excelente a coste cero.
Una vez más España se sitúa a la cabeza de
la falta absoluta de planificación sanitaria, actuando sus dirigentes por estímulos de los órganos de poder y no por las necesidades reales que presenta la sociedad.
Las enfermeras, mientras tanto, parece que tengamos que sucumbir e incorporar, en una sociedad de cultura judeo-cristiana, patriarcal y machista, la resignación como único remedio a tanto despropósito.
Con estos mimbres construyen nuestros decisores políticos y sanitarios el cesto del sistema sanitario que a pesar de ellos y gracias a, en gran medida, las enfermeras, continúa siendo magnífico, pero que provoca fugas masivas de excelentes profesionales que se ven obligadas a irse para que se les valore y reconozca.
La próxima vez que algún político diga ante un auditorio que las enfermeras somos el pilar fundamental del sistema sanitario y que somos muy valoradas internacionalmente,
piensen si merece ser aplaudido y si no sería más razonable que no fuese ni tan siquiera invitado. Al fin y al cabo, para decirnos lo buenas que somos ya lo podemos hacer nosotras mismas que, además, nos lo creemos por ser la verdad y no tan solo una etiqueta de interés con precio de rebajas que nos cuelgan en temporada.
Pareciera como si España se hubiese convertido en una
empresa LowCost de formación de enfermeras para su adquisición por terceros países, pero con la particularidad de que dicha empresa a España le supone unos costes “Premium” lo que significa una ruinosa cuenta de resultados.
Las enfermeras nos sentimos orgullosas de ser valoradas internacionalmente. Nos encantaría que lo fuésemos además nacionalmente. ¿Será posible alguna vez o tendremos que
continuar viajando para adquirir conocimiento en el extranjero, como se atrevió a decir otra inefable ministra?
¡Mientras tanto seguiremos contribuyendo al crecimiento de Ryanair con nuestros viajes y a la ruina económica y de conocimiento para nuestra “empresa” low cost MARCA ESPAÑA!
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