De nuevo nos encontramos en una fase muy complicada de esta “Pandemia de las mil caras”. Y de nuevo con incertidumbres, debates, improvisación, equivocaciones que ya empiezan a ser clásicas, y, sobre todo, enfermos, y personal sanitario exhausto. Lo que no falta nunca es mucho mensaje político pleno de certeza y triunfalismo.
En este contexto, les propongo una revisión sobre los aspectos más controvertidos de la gestión de la pandemia con un enfoque orientado al cambio de paradigma, y no tanto porque se haya hecho mal en el pasado, sino porque el presente es diferente y determina respuestas diferentes.
La mutación del virus, que conlleva un comportamiento distinto en lo referente a su capacidad de transmisión, patogenia, etc., el estado inmunológico de la población, y la experiencia acumulada, aconsejan esta revisión, al menos en algunos aspectos.
Vacunas, mascarillas y test: las mejores herramientas
Existen pocas dudas (serias) acerca de esta afirmación. Hace apenas dos años no se contaba con ninguna de ellas. Aunque había mascarillas, no eran suficientes e, incluso, se dudaba de su utilidad.
Hoy contamos con una vacunación, que, sin ser la panacea anunciada, constituye sin duda científica la mejor estrategia para limitar, no para acabar, con la pandemia. Su fortaleza es la de disminuir eficazmente los efectos más graves de la infección, incluida la muerte. Su debilidad, especialmente en esta nueva variante, es no evitar la transmisión.
Asumiendo estas dos premisas, cabe cuestionar, y mucho, la estrategia del pasaporte covid. Estar vacunado, o haber pasado la enfermedad, no impide los contagios en espacios cerrados sin mascarilla. De hecho, en las Comunidades en los que se ha pedido, o se sigue pidiendo, aumentan los contagios al mismo ritmo que en las que no. Y si el argumento es que con ello se obliga a la vacunación, entonces hágase obligatoria la vacuna, y no se recurra al “chantaje”.
Pero dado que es muy cuestionable poder obligar a nadie a vacunarse, la vía más acertada es seguir facilitando masivamente la vacunación, ahora en forma de tercera dosis, a toda la población diana que definan los técnicos, e intensificar las campañas de información para convencer a los escépticos, a la vez de luchar con más eficacia contra las falsas campañas de intoxicación. Hace falta endurecer la legislación contra la desinformación y las falsedades, muchas veces interesadas, en los temas de salud.
Una mascarilla adecuada, usada correctamente, es la estrategia más eficaz para evitar la trasmisión del virus y por tanto el contagio. Y, sin embargo, a pesar de todo el camino recorrido, se sigue sin sacar todo el provecho que esta medida simple nos puede ofrecer. Con frecuencia vemos a gente utilizar la mascarilla en espacios abiertos sin ningún tipo de aglomeración, (y para confundir más, se adopta la obligatoriedad de ello como única medida estatal) y sin embargo no se usa en ambientes privados, en reuniones con familiares y amigos, o durante todo el tiempo en el que permanecemos en un local de restauración, y no digamos de ocio nocturno, en vez de prescindir de ella estrictamente el tiempo necesario para beber o comer.Hay margen de mejora: quitar el IVA para abaratar, distribuir gratuitamente en espacios públicos con aglomeraciones, mayor concienciación…
Respecto a los test, una vez aceptada, por fin, su utilidad, (cuánto costó convencer a la Administración Central) conviene facilitar su distribución para que lleguen con facilidad a todos los ciudadanos, y que se puedan utilizar con frecuencia. No se entienden las dificultades de acceso a los mismos en comparación con los países de nuestro entorno.
Es fundamental tener la mayor capacidad posible para detectar casos positivos, (en esta nueva variante se estima que cada positivo puede infectar a 10 personas) pero en la situación actual solo se puede conseguir mediante el auto chequeo periódico. Con una IA a 14 días que ronda los 2000 casos oficiales, y que se estima que la real sea al menos tres veces esta, ha pasado el tiempo de los cribados e incluso de los rastreos. Ya no son eficaces, y por el contrario consumen recursos que se pueden destinar a otras actividades.
Solo el autocuidado, en este caso mediante el uso de mascarilla todo el tiempo en que nos encontremos cerca de no convivientes, y test frecuentes, como en otros tantos aspectos relacionados con la salud, puede garantizar un modelo sostenible, con capacidad para atender adecuadamente una cantidad asumible de personas que así lo requieran.
En esta variante, el peligro no es tanto el Virus, sino la desinformación
Aunque entiendo que no es fácil manejar los mensajes que se lanzan a la población, tratando de equilibrar información, orientación, tranquilidad, confianza en la autoridad sanitaria, etc., conviene reflexionar sobre los mensajes que se están dando a la población, muchas veces contradictorios. Se insiste en que, habiendo muchos contagios, la proporción de pacientes hospitalizados es mucho menor que en olas anteriores. Y es cierto. Pero también lo es que al ser mucho mayor el número de infectados, aunque en proporción los graves sean muchos menos, en números absolutos pueden llegar a ser, al final de la ola, tan numerosos, o casi, en términos de ingresos y muertos, como en olas anteriores. Además, el riesgo de un ritmo de transmisión tan rápido es el colapso de la atención primaria, así como la incapacidad laboral en ocupaciones esenciales como las sanitarias, seguridad, transporte... Por tanto, cautela y poco triunfalismo.
No cabe dejarlo todo a su evolución natural. Sigue siendo necesario gestionar adecuadamente esta pandemia, pero esta sexta ola es diferente, y por ello tenemos que hacer cosas diferentes, aunque manteniendo el mismo objetivo: preservar la salud y a la vez mantener una sociedad en funcionamiento, y esto sigue pasando por enlentecer el ritmo de transmisión, para no colapsar el sistema sanitario, pero también por cambiar el enfoque asistencial que se le viene dando.
Enlentecer la transmisión
El mayor factor de impacto es la responsabilidad individual. Siempre lo ha sido, pero en esta ola aún más. Las medidas restrictivas generalizadas, que en un momento dado pudieron tener su justificación, hoy ya no son eficaces. Su enorme coste socioeconómico no es proporcional a su beneficio. Este tipo de medidas pueden valorarse al principio de una ola, o cuando las consecuencias en términos de salud son devastadoras, como en marzo del pasado año, pero no en este momento en que una parte importante de la población esta contagiada, la mayoría con síntomas muy leves. Estas restricciones ya no van a enlentecer el ritmo de transmisión. Diferente son las concentraciones masivas de personas, especialmente en espacios cerrados. Este tipo de actividades si debe valorarse muy cuidadosamente su autorización por el riesgo de que actúen como un elemento de aceleración de la trasmisión.
Vale más insistir en el uso continuado de la mascarilla en ambientes cerrados con no convivientes, tanto en espacios públicos como privados, ventilación adecuada, ayudas para la instalación de filtros HEPA o instalación visible de medidores de CO2 pueden ser más eficaces que cerrar establecimientos o toques de queda.
Y también cabe reconsiderar medidas como las cuarentenas de contactos estrechos, no solo vacunados, también de no vacunados. El protocolo actual contempla diferenciar ambos grupos, aquel no hace cuarentena, y el resto si, lo que no parece, a día de hoy, que tenga sentido, ya que no hay diferencias significativas entre ambos grupos en su capacidad de transmisión del virus en caso de haberse contagiado. Lo importante pasa a ser el mantener el uso estricto de la mascarilla y evitar el contacto social sin distancia de seguridad en actividades en las que no se use un EPI.
Cambiar el enfoque asistencial
Esta sexta ola está implicando una presión difícilmente sostenible en los servicios de atención primaria, de urgencias, y en menor medida, aunque poco a poco también, en hospitales, con todo lo que ello conlleva, destacando la posible falta de atención al resto de patologías, y desde luego el desgaste de los profesionales.
Aunque lo deseable sería reforzar significativamente las plantillas, como creo que debe de hacerse, posiblemente no fuera ya suficiente para afrontar las consecuencias de esta sexta ola si no tenemos en cuenta los cambios respecto a las anteriores: El estado inmunológico de protección, aunque sea relativa, de la mayor parte de la población, la sintomatología de esta variante, con una afectación principal a nivel del bronquio, la experiencia acumulada, etc., hacen posible un enfoque más clínico y menos epidemiológico; es decir, tratar esta variante como cualquier otro virus respiratorio, en la que las actuaciones sanitarias vengan determinadas por la sintomatología de los pacientes, relegando otras funciones más orientadas al rastreo o burocráticas, en un momento en que el Tsunami que ha provocado esta variante las hace irrelevantes, y sin embargo restan tiempo a otras más necesarias, incluyendo la atención al resto de pacientes no covid.
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