Opinión

Lo viejo y lo nuevo: La necesaria especialidad de Psiquiatría y Psicoterapia de la Infancia y la Adolescencia


José Luis Pedreira Massa, vocal del Consejo Asesor de Sanidad y Servicios Sociales, psiquiatra y psicoterapeuta de infancia y adolescencia
Firmas

17 mayo 2019. 13.30H
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Hace ya 68 años en el Casal del Metge de Barcelona se constituía la Sociedad Española de Neuropsiquiatría Infantil por un grupo de profesionales fundamentalmente de Barcelona y Madrid. No es cuestión de hacer un recorrido por sus nombres, baste decir que sentían dos inquietudes fundamentales: la infancia que sufría padecimientos mentales y comportamentales y comprender esa dimensión desde una perspectiva científica. Ambas se centraban en una esperanza y una ambición: tener un campo específico dentro del ejercicio médico, disfrutar de una formación adecuada y, por lo tanto, constituir una especialidad médica reconocida como estaba aconteciendo en el conjunto de Europa.

Con gran esfuerzo esa incipiente sociedad científica fue realizando actividades formativas en forma de congresos y reuniones científicas donde se abordaban los temas “candentes” en esos tiempos. Efectivamente, no podría entenderse dónde estamos hoy en día si no se recordara el inmenso trabajo de estos verdaderos pioneros por la discapacidad mental en la infancia donde todos ellos desarrollaban su actividad profesional de forma prioritaria. Pero también acudían a los orfanatos a trabajar con los niños abandonados y sus problemas de conducta y de adaptación social. Extendían su trabajo a los denominados “reformatorios” para trabajar con los preadolescentes y adolescentes que presentaban trastornos del comportamiento de cierta importancia. Abordaban los complejos cuadros mixtos de tipo neurológico con alteraciones comportamentales como las epilepsias o los daños cerebrales. Se iniciaron con las incipientes descripciones realizadas por Kanner y Asperger de los cuadros de autismo infantil y las incipientes esquizofrenias infantiles.

Querían comprender, entender lo que les acontecía a estos niños y a sus familias. Apenas tenían instrumentos: unos cuantos test psicológicos, casi todos para determinar el cociente intelectual, unos aparatos de RX que emanaban más radiaciones que claridad en las imágenes, unos aparatos de electro-encefalografía incipientes y llenos de interferencias y la observación clínica construida sobre una buena historia clínica y una semiología detenidas y precisas.

Para abordar estos trastornos detectados tenían los centros de menores, con todas sus dificultades, muy pocos fármacos con relevantes efectos secundarios. Así que solo podían realizar abordajes psicopedagógicos y psicoterapéuticos, fuesen dinámicos o cognitivos. Como aquí apenas podían aprender, tuvieron que salir fuera a Francia y Suiza, fundamentalmente, era la época donde predominaba la orientación francófona en la psicopatología de la infancia basada en el eclecticismo de un español puntero en esos tiempos: Julián de Ajuriaguerra quien, desde el exilio, admitía a profesionales españoles para formarse, su libro de texto se constituyó durante décadas en el referente para generaciones de profesionales de la Psicopatología y la Psiquiatría de la infancia y la adolescencia.

Fueron pasando los años, llegaron reformas asistenciales, leyes y aquellos profesionales seguían desarrollando su actividad, peleando por el anhelo de tener una especialidad autónoma cuyo reconocimiento, de forma reiterada, se veía frustrado en el último momento por razones espúreas y poco aclaradas. En determinadas ocasiones existieron destellos de luz, pero… nuevo freno y aún así estos profesionales seguían trabajando con la infancia y adolescencia, sin apenas reconocimiento, pero llegando a un gran nivel de interlocución internacional (fundamentalmente europea) de estos pioneros de la psiquiatría infantil española, celebrándose congresos destacados de la especialidad en España que se acredita cuando en 1979 se celebra el Congreso Europeo de la especialidad en Madrid, afirmando una relación científica fluida, muy enriquecedora a nivel interno. En 1993 España, con la intervención de estos profesionales, reinicia su activa participación en la Sección Especializada en Psiquiatría y Psicoterapia de la Infancia y la Adolescencia de la Unión Europea de Médicos Especialistas.

Llegaron nuevos aires con instrumentos y con fármacos potentes por doquier, con la informática y las redes del supuesto saber, con la información inmediata, con la invasión de la visión americanizada un tanto mimética y descriptiva, se perdía la frescura semiológica y psicopatológica y emergía un peligroso reduccionismo basado en la sumación, más o menos afortunada, de los síntomas, se excluía la expresión de la etapa evolutiva y del contexto y si había contradicciones se arreglaba con el invento de la co-morbilidad. Las visiones integradoras se debilitaban, era la “nueva” Psiquiatría infantil al decir de algunos grupos.

De forma simultánea emergía un cierto regusto por el dulzor del ejercicio del poder o de la cercanía con el poder, así se asimilaba al que agasajaba esta “nueva” forma de ver las cosas y surgía esa “nueva” forma basada en el cortoplacismo y la inmediatez. Se tapaba todo lo pre-existente y aparecía el “creacionismo” o “adanismo” de la especialidad, solo vale lo de los últimos 5-10 años, lo anterior es… la nada.

En el “creacionismo/adanismo” hay algo muy perverso: la negación de los hechos. Esa actitud es acientífica y antihistórica, se puede y debe interpretar los hechos pero no negarlos. Si no reconoces la historia no puedes progresar, siempre retrocedes. Recordemos lo que Lewis escribe en “Alicia en el país de las maravillas”: “¿Cuál es el camino? El conejo pregunta: ¿Dónde quieres ir? A ello responde: “no lo sé”, y el conejo concluye: Entonces da igual el camino que elijas”.

A pesar de todo y de tanta presión, la Psiquiatría de la Infancia y la Adolescencia se debe reconocer porque tiene historia y recorrido científico detrás, porque tiene fundamento psicopatológico y técnico detrás, porque se dedica a una etapa de la vida fundamental y clave para el desarrollo del ser humano y de sus procesos mentales de enfermar (el 70% de los trastornos mentales de la edad adulta se inician en la infancia), porque la interacción entre el sujeto infantil y el contexto que le rodea es de gran relevancia.

Si se sigue diciendo y comparando con lo que existe o deja de existir en otros países estamos anclados en razonamientos poco consistentes. Si metemos miedo con cifras descontextualizadas o con el suicidio, estamos alarmando sin necesidad.

Hemos de ser asertivos, avanzar y hacerlo sin renunciar a nuestros orígenes, el creacionismo es rígido y basado en el poder, no en el saber. Al exponer estas líneas hemos intentado ser seguidores de las sabias palabras de Federico Mayor Zaragoza, vinculado también a nuestra especialidad por sus aportaciones bioquímicas, y por su afinidad personal y científica con el Dr. López-Ibor Camós: “Me preocupa el silencio de la ciencia. Los científicos deben ser los portavoces de los sin voz”, recordemos que etimológicamente infante es el que no tiene voz, aquí hemos intentado dar voz.



(Dedicado a Dras. Dres. y Profs. Velasco, Folch, Rom, Serrate, Prieto, Rodríguez-Sacristán, Mendiguchía, Gutiérrez, Lara, Tomás, Teixidor, Pelaz, Linares, López-Ibor Camós, Cobo, Domenech, Fornell, Ballesteros y algunos más)
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