Opinión

Cognición y depresión


Jerónimo Saiz, jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid
Firmas

25 marzo 2015. 22.28H
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La depresión es una enfermedad de gran incidencia, - se estima que una de cada diez personas en el mundo ha padecido, padece o padecerá una depresión a lo largo de su vida -, que provoca, además de sufrimiento y pérdida de calidad de vida, graves repercusiones sobre la funcionalidad de los afectados. Por ello, se ha convertido en una de las causas más importantes de discapacidad, hasta el punto de haberse previsto por la Organización Mundial de la Salud que en 2030 sea el trastorno que origine una mayor carga de enfermedad en el mundo.

Una parte sustancial de esta discapacidad procede de una esfera de la sintomatología depresiva que ha recibido una atención escasa y es, a menudo, pasada por alto. Se trata de los síntomas cognitivos que interfieren con el normal funcionamiento de procesos tales como la atención y concentración, la memoria a corto y largo plazo, la capacidad para tomar decisiones, la agilidad mental, la planificación y organización, el uso del vocabulario, la pérdida de flexibilidad cognoscitiva, …

Lo cierto es que cuando pensamos en un enfermo con depresión, lo primero que evocamos son los problemas emocionales y afectivos, prototípicos del trastorno. La tristeza, pérdida de interés y placer por cosas que antes sí lo proporcionaban, ansiedad, irritabilidad, desesperanza, ideas de culpa o pérdida de autoestima son lo más característico. Sin embargo, para los propios enfermos hay otros síntomas, como los cognitivos, antes citados, o los de apariencia somática, tales como fatigabilidad, insomnio, falta de energía, disfunción sexual, pérdida de apetito y peso, que perciben en primer plano y les llevan a buscar una ayuda médica que pretende identificar una presunta enfermedad física causante de sus molestias y limitaciones. Ello conduce, en el menos malo de los supuestos, al retraso en el diagnóstico y a la realización de exploraciones y consultas innecesarias.

En el caso de los trastornos cognitivos las consecuencias pueden llegar a ser muy relevantes respecto al correcto desempeño de la actividad laboral, el rendimiento en los estudios o la pura funcionalidad de la vida diaria. La cognición puede definirse como la facultad para procesar información a partir de la percepción, la memoria, la representación de conceptos, el lenguaje y la función ejecutiva. Consiste en procesos y funciones tales como el aprendizaje, razonamiento, atención, memoria, resolución de problemas, toma de decisiones y capacidad de juicio. Estamos hablando de finos mecanismos unidos a la capacidad de nuestro cerebro para establecer relaciones con el mundo circundante, hacer representaciones internas del mismo, crear una historia de sus experiencias vividas, aprender y elaborar conocimiento y en último término tener la mejor posibilidad de adaptación a las situaciones. Esta es la parte más evolucionada y sensible de nuestras funciones mentales.

Los déficits en este área pueden afectar a todo tipo de roles y se podrían comparar, ahora que tanto dependemos de los ordenadores y sus pantallas, con un monitor que intermitentemente se desconectara, que nos ofreciera imágenes pixeladas o inmóviles y con el que tuviéramos que seguir trabajando y rindiendo al mismo nivel. Esto evidentemente no sería posible y en la práctica es lo que sucede a los depresivos. Su capacidad laboral se reduce dramáticamente. Un estudio europeo que incluyó una muestra de 21.425 pacientes con depresión mayor de seis países (Alemania, Bélgica, España, Francia, Holanda e Italia), mostró que pasaban de media un 25 por ciento de los días del mes sin poder realizar su actividad laboral con normalidad, comparado con un índice del 3 por ciento entre las personas sanas. La consecuencia es que se ha estimado que el coste de la depresión en 2004 en Europa fue de 118 billones de euros, significando 253 euros por habitante, lo que representa un 1% del producto interior bruto (PIB).

A escala personal, la lucha del enfermo por no perder su empleo, le lleva a no darse de baja laboral, a pesar de sus limitaciones y deficiencias, ello conduce al ‘presentismo’, que sin ser absentismo, genera la misma pérdida de productividad y, lo que es peor, el sufrimiento del afectado, sus sentimientos de minusvalía, culpa y pérdida de la autoestima.

El efecto de los distintos tratamientos, farmacológicos y psicológicos, sobre estos síntomas no ha sido suficientemente estudiado, aunque los datos disponibles apuntan a que los recursos más utilizados hoy no son particularmente eficaces en esta área. Del mismo modo es deseable el desarrollo de programas específicos de remediación (rehabilitación) cognitiva para esta patología. Más si consideramos que la depresión es una enfermedad esencialmente crónica en la mayoría de los casos, tanto por su tendencia a las recaídas como por la persistencia de síntomas residuales tras una remisión parcial. Precisamente, los déficits cognitivos se han mostrado persistentes en este tipo de evolución prolongada tan frecuente.

Tomar conciencia de la existencia de esta dimensión de alteración cognitiva en la sintomatología de la enfermedad depresiva puede ayudar a un mejor reconocimiento, abordaje y recuperación de los pacientes.
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