La edad y los problemas con la justicia han emparentado, quizá no por casualidad, a dos personajes que poco o nada tienen que ver pero que a mí se me han aparecido como siameses: Simón Viñals y Jordi Pujol, Jordi Pujol y Simón Viñals, o
cómo emplear la senectud en destrozar tu imagen pública y tu consideración profesional.
Yo quiero creer que la vejez es para disfrutarla, para hacer todas esas cosas que no pudiste hacer antes por falta de tiempo o de paciencia. Desde luego,
no para seguir en el ojo del huracán, rehuyendo a periodistas, negociando comparecencias o discutiendo argumentos jurídicos en los más diversos tribunales. Pero algunos, como Viñals o Pujol, parecen condenados a prolongar su actividad, y su controvertida proyección social, por los siglos de los siglos.
Viñals fue uno de los padres del Samur, el Servicio de Asistencia Municipal de Urgencias y Rescate de Madrid, y este único mérito le hubiera deparado un lugar relevante en la historia de nuestro sector. También fue sempiterno concejal de Sanidad del Ayuntamiento de Madrid con Álvarez del Manzano de alcalde. Y, bien mirado, hasta
tuvo la suerte de superar el escándalo de la Funeraria madrileña, un servicio público vendido malamente, que le salpicó durante años por posible malversación de fondos públicos, pero del que finalmente fue absuelto.
Eso sí, políticamente ya no volvió a ser el mismo. Un poco como Pujol, cuando dejó de ser president.
Todas estas vicisitudes no han sido suficientes para cerrar la carrera de un hombre que, a sus casi ochenta años, se ve imputado en el caso Madrid Arena, y se le acusa de
homicidio por imprudencia grave profesional. Un juez cuestiona su idoneidad para hacerse cargo de un evento multitudinario y habla de razones más que evidentes, relacionadas con su edad. ¿Por qué asumir esa responsabilidad a esas alturas de la vida? No por necesidad, supongo, tampoco por gusto, imagino, entonces qué.
La misma pregunta que acecha a Pujol, desde que dejó de ser el modelo de político catalán bien avenido con el resto del Estado y, sobre todo, con
Madrit. ¿Valió la pena? ¿Ganar algo más? ¿Colocar a la familia?
¿A costa de no volver a ser nunca más quien con orgullo se fue?
Viñals y Pujol, Pujol y Viñals supieron, cada uno en su nivel, ejercer una influencia incuestionable y duradera en sus respectivos ámbitos de influencia. Y en vez de pasar a la posteridad por sus logros, lo van a hacer, casi con toda seguridad, por sus problemas, sus conductas y sus silencios, que en verdad terminarán por anular las bondades de sus trayectorias.
Así es la vida pública: lo último es siempre lo que más cuenta.
Total que
Viñals se ha convertido en un Pujol cualquiera justo en el peor momento para parecerse a Pujol. Quizá hace años admiró su capacidad política, sus mayorías consecutivas, su influencia en el PSOE, y sobre todo en el PP, y quiso ver que en política, para ser un gran líder, no es necesario que te acompañe el físico. Ahora ya solo puede lamentar que le tengan que comparar con un anciano venido a menos, cuestionado por la opinión pública y a la espera de lo que los tribunales y la magnanimidad social termine resolviendo con sus últimos días.
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