*Artículo firmado junto a Miguel Souto Bayarri, profesor de Radiología en la Universidad de Santiago de Compostela.
"El auge de las máquinas nos ayudará a afrontar el
envejecimiento de nuestras sociedades". Esta es una frase de La imparable marcha de los robots, de Andrés Ortega (Alianza Editorial, 2016). La época actual es la era de la
digitalización, así como el siglo XIX fue el de la máquina de vapor. Apenas pasa una semana sin que se publique algo relevante sobre las posibilidades de la
automatización.
Nada nuevo bajo el sol; cada día se anuncia un nuevo "éxito" de la inteligencia artificial (IA), de la que incluso se dice que identifica mejor que los humanos los signos de distintas enfermedades. Claro que al lado de eso, siempre aparece una pregunta que pugna por colocarse en el centro del debate: ¿Preferimos que nos
atienda un médico o un robot?
Paralelamente, muchas voces alertan sobre los peligros que amenazan la
humanización de los servicios públicos, ese bien tan escaso, que demanda una defensa permanente. En el caso de la sanidad (pública, universal y gratuita), la atención personal es un valor fundamental porque se ha vinculado a un
proyecto integral en el que el ciudadano está en el centro de la atención, que luego se vuelca en su contexto social.
También se sabe que la preocupación de los ciudadanos por la automatización y su repercusión en la pérdida de puestos de trabajo está muy bien, pero no es suficiente para
planificar y organizar el futuro. Es un tema complejo, cuyas soluciones tienen la forma de una estructura poliédrica, de muchas caras: formación continua,
escolarización temprana, etcétera. En uno de sus últimos trabajos, Giovanni Peri, profesor de la Universidad de California, relaciona el desarrollo tecnológico actual y la mano de obra que viene con la
inmigración, e introduce un punto interesante para el debate. En dicho artículo plantea que los inmigrantes, que hoy trabajan en lo que nadie de nuestra sociedad acomodada quiere, podrían empujar a la población nativa hacia una mayor especialización y, contra lo que se suele afirmar, favorecer el aumento de oportunidades laborales para esta.
Por lo tanto, y tras esta pequeña digresión, conviene recapitular. En el debate público sobre estos temas, a menudo aparecen voces que parecen propias de una novela sobre un futuro distópico: "Las máquinas de inteligencia visual darán mejores resultados que la
visión del médico", "los pacientes preferirán que los consulte una máquina". Hace casi treinta años que apareció la primera
generación de algoritmos. Pero, sin querer pecar de neoluditas, es momento de reconocer que esas voces son actualmente infundadas porque, además, la inteligencia artificial en este sentido está en su infancia: muchos de los algoritmos, incluyendo el diagnóstico por ordenador totalmente automático, están en fase de
investigación y no han superado las fases más básicas de validación.
Lo cierto es que la reacción de la opinión publicada hasta ahora ha consistido en cantar ditirambos de la
automatización, la IA y el robot cirujano (los integrados); o en demonizar a los algoritmos y en advertir a la sociedad de los peligros que corren el orden social y económico vigentes (los apocalípticos). Todo ello no significa que los puntos de vista de unos y otros, por esencia sesgados, no deban ser tenidos en cuenta en virtud de las distintas situaciones particulares. Pero eso no implica que no debamos afrontar esa nueva forma de
realidad desde el lado crítico. Hoy se sabe que hay ya
compañías de seguros que están utilizando el "dataísmo" para cruzar información de las personas, conocer tendencias, e incluso denegar asistencia médica. El progreso asociado a los
avances tecnológicos no tiene vuelta atrás, pero es necesario gobernarlo.
En su ensayo Cibernética, (Massachusetts Institute of Technology, 1948), el autor estadounidense Norbert Wiener decía: "El pensamiento de cada época se refleja en su técnica".
Pero aquí se plantea un dilema inquietante, y es que no se sabe bien cuál va a ser el
papel de la inteligencia artificial en los cuidados sociales y en la atención sanitaria. ¿Jugarán los políticos y los gestores sus cartas con sensatez y equilibrio, combinando la medicina de máquinas con la medicina de palabras, en su interpretación más prudente y equilibrada? O, como nos alerta Evgeni Morozov, ¿están la
tecnología y la innovación ocultando la incapacidad de las instituciones públicas para proporcionarnos una atención más humana? ¿Cuál es el futuro de esa IA, de la que, según los medios, tantos consideran positiva para el progreso, pero al mismo tiempo otros muchos dicen estar preocupados con la dirección que está tomando? Es muy difícil hacer
profecías tecnológicas sobre el porvenir. La civilización y el futuro traerán la respuesta. Estaremos atentos.
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