Correspondió el año pasado la evaluación del
Plan de Acción frente a las resistencias antibióticas a nivel internacional y, de nuevo, Naciones Unidas, la
Organización Mundial de la Salud (OMS) y la FAO han dado la alerta en este sentido por la amenaza para la salud pública que suponen.
En estos momentos,
en nuestro país mueren más de 2.500 personas anualmente como consecuencia de las resistencias antibióticas; 25.000 en Europa; y 700.000 en el mundo. Pero el problema, grave de por sí, es que si no hacemos algo, mañana mejor que pasado, nos encontraremos en 2050 con que las resistencias antibióticas serán la gran epidemia del
siglo XXI: la primera causa de muerte en el mundo. Para entonces la
OMS calcula que más de 10 millones de personas fallecerán prematuramente a consecuencia de las resistencias antibióticas y la carga para la economía mundial se encontrará entre el 2 y el 3 por ciento del PIB.
La geografía de las resistencias antibióticas es también la geografía de la
desigualdad. Así, las regiones del mundo más afectadas serán
Asia y África, donde alcanzarán el 80 por ciento. El impacto se medirá en centenares de billones de dólares o de euros cuando serían millones, aunque muchos menos, los que habrían de ser destinados a enfrentar las resistencias antibióticas para que no sea demasiado tarde.
El coste del tratamiento de estas resistencias ya supera con creces en
Europa los mil millones de euros. El problema se conoce prácticamente desde los años veinte del siglo pasado. Casi a la par que el descubrimiento de la penicilina se constató que había gérmenes resistentes (en los años 40 los filia el propio Fleming). Pero su gravedad es cada vez mayor. Podríamos afirmar, sin demasiada exageración, que
las resistencias de los últimos tiempos crecen de manera geométrica, particularmente en procesos como las cesáreas, las prótesis o el cáncer; sin embargo, la investigación crece de forma aritmética: Logramos muy pocos antibióticos nuevos, algunos muy importantes porque atacan a las bacterias asesinas, a las macrobacterias o superbacterias, pero al mismo tiempo se produce un incremento acelerado de las resistencias a los antibióticos en presencia.
La causa fundamental de este incremento es la generalización de la antibioterapia, que se da de forma importante en humanos, pero también en animales.
Es muy grave que siga siendo legal como procedimiento de engorde en algunos países, no solamente como un procedimiento para garantizar la salud animal.
Por ello es necesario adoptar medidas, medidas urgentes y coordinadas, por parte de los Estados miembros de la UE y de la comunidad internacional.
España presentó su Plan de Acción en 2013, siendo uno de los primeros países en hacerlo. Estábamos en las mejores condiciones de partida. Pero desde entonces, las asociaciones científicas y los organismos internacionales, no han cesado en sus críticas porque no hemos destinado esfuerzos ni cantidades suficientes para abordar este problema de salud publica.
El Plan ha quedado muchas veces en papel mojado. La evaluación que se realizó a lo largo de 2017 ha vuelto a reiterar las mismas dificultades, con matices y sin avances sustanciales. Todo ello exige una mayor urgencia para enfrentar el problema.
Vayamos a lo más cercano: el ejemplo del
Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). De sus 900 camas, 90 (el 10 por ciento) están puntualmente paralizadas por infecciones nosocomiales, y de ese 10 por ciento, unas 45 aproximadamente, con infecciones multirresistentes.
El grave problema mundial trasladado a España, a cada territorio, a nivel de centros hospitalarios y de atención primaria.
Hay que intervenir a todos los niveles.
Se han puesto en marcha distintas medidas.
Una es el mencionado Plan de Acción; otra, el Plan de Ordenación o buen uso de los antibióticos. Sin embargo, no hemos logrado nuestros objetivos. Hay una mejoría en materia hospitalaria, donde podríamos decir que la situación se ha estabilizado sin ir a peor, pero en
Atención Primaria seguimos utilizando un 30 por ciento más de antibióticos que la media de la Unión Europea. Agrava aún más este dato el que utilicemos antibióticos de amplio espectro cuando la recomendación de la OMS es que en Atención Primaria la prescripción de los antibióticos sea la de los más específicos. De lo contrario, estamos seleccionando las bacterias
más agresivas.
Esto es una realidad. Por tanto, hay que redoblar esfuerzos en prevención, organización y presupuestos. No quiere decir que no se hayan hecho cosas por parte del
Gobierno y las CCAA, que han participado en los distintos programas, pero han sido insuficientes para la magnitud de un problema que se agrava más rápidamente de lo que avanzan las medidas para atajarlo. En este momento hay una presencia desigual de comisiones de infecciosas, aparte de que son necesarios nuevos infectólogos, una de las especialidades a reconocer como tal, en opinión también de las propias
Naciones Unidas.
Debemos poner en marcha comisiones técnicas de optimización de los antibióticos y de prevención de resistencias, que es lo que recomienda el Plan de Acción, incluyendo el posible nombramiento a los distintos niveles de un comisionado en materia de enfermedades infecciosas.
Es preciso desarrollar el Plan nacional, el Plan de Optimización, activar una guía de prevención y avanzar en el sistema de vigilancia y control. No se entiende, por ejemplo, que no hayamos logrado aún la erradicación del acceso a antibióticos sin receta médica, que persiste en el 4 por ciento, algo increíble.
Por último, la otra parte fundamental y que más llama la atención a profesionales y servicios de salud son las clamorosas carencias en la investigación de nuevos antibióticas y vacunas ante la pasividad de la comunidad internacional.
Lo vimos con el caso del Ébola, y es que la investigación en enfermedades agudas e infecciosas no interesa a las grandes compañías porque la rentabilidad está en la investigación de enfermedades crónicas y sus grandes números a largo plazo. Se calcula que el tiempo para la investigación es largo, el numero de fármacos nuevos finalmente comercializados mínimo y su utilización inicialmente reducida a los casos de resistencias sin arsenal terapéutico. Un negocio con baja rentabilidad a largo plazo y lleno de incertidumbres.
La crisis del
Ébola, que parecía relacionada solo con países subdesarrollados, en situación de pobreza o empobrecidos, nos hizo darnos cuenta de que nos puede afectar a todos, sin distinción. Por tanto, urgen nuevas fórmulas de financiación pública de la investigación, nuevas fórmulas que incluso están planteando los propios Estados Unidos, que no son, precisamente, partidarios de la financiación pública, pero que ven que si ésta no se da, no habrá investigación en una materia imprescindible.
Organismos internacionales han recomendado también la creación de un fondo global para la investigación de antibióticos y otros mecanismos de retorno de la innovación.
Si no lo evitamos con uso racional, compromiso internacional e investigación pública, la pandemia del siglo tiene nombre y apellidos:
resistencias antibióticas.
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