Debo confesarlo: me causa estupor ver que en el
baile político, al que estamos asistiendo los ciudadanos como meros espectadores, lo que menos parece importar es trabajar honestamente y de la mejor manera posible por el
bien del conjunto de los españoles.
Mi perplejidad se debe a que la gente corriente, entre la que me incluyo, creemos
tener un sentido común que nos indica cuál es el mejor modo de proceder ante una situación determinada: primero, identificar de mayor a menor los problemas que se nos plantean, y luego buscar las respuestas que mejor se ajustan a cada caso guiándonos por las luces universales de la razón (que son potencialmente patrimonio de todos) y no, como parece suceder actualmente en la política española,
por intereses de parte o, incluso, muy personales.
Esto, se dirá, es mera
filosofía, pero lo cierto es que si nos abstraemos del
ruido ambiental y hablamos
de tú a tú dejándonos llevar únicamente por lo que el sentido común sugiere, vamos a concluir más o menos lo mismo, y es que
la política debería ser el arte de encauzar y poner en práctica ese tipo de posicionamientos previos asumidos por la mayoría. Sin embargo, no lo percibimos así, porque la política que vemos parece ser otra cosa… que ahora prefiero no calificar.
Yendo al grano, diré que, como a cualquier otro ciudadano, se me ocurren muchos ámbitos en los que podría llevarse a cabo
una actuación acorde con el interés general y lo que espera la mayoría de los españoles, aunque creo no ser parcial, dada mi condición de médico, si digo que el de
la sanidad pública brilla aquí con luz propia, dado que existe un amplio consenso en la sociedad, y también entre los políticos, sobre el rumbo a seguir.
Los objetivos ampliamente compartidos pueden sintetizarse en los siguientes puntos:
-
Una sanidad con gestión pública y financiada mediante impuestos que garantice el derecho de todos los ciudadanos a recibir una asistencia de calidad.
- Un nuevo modelo de
financiación estable, suficiente y finalista de acuerdo con los principios de cohesión territorial, igualdad y equidad en el acceso a las prestaciones.
- Un
órgano de gobierno que vertebre a los 17 servicios autonómicos de salud, facultad ésta que corresponde por ley al Consejo Interterritorial pero que hasta ahora se abstenido de ejercer.
- Mejorar
la eficiencia del SNS mediante un plan de reformas que contemple la reducción al mínimo de la burocracia, la coordinación entre los niveles de atención primaria y especializada, y la adecuada planificación de los recursos humanos y técnicos.
- Definir una
cartera común de prestaciones para todo el país.
-
Tarjeta sanitaria individual común para todo el SNS, en la que debería estar incorporada el historial de cada paciente.
- Garantizar la
libre movilidad de pacientes y profesionales.
Estos son los mimbres del Pacto de Estado deseado y que hasta la fecha no ha sido posible porque los principales partidos, de puertas hacia dentro, reconocen su necesidad, pero luego no se resisten a
utilizar la sanidad como objeto de confrontación política permanente.
Se trata de una hoja de ruta que, sobre el papel, es aceptada por todos los grandes partidos del actual marco parlamentario, y que por tanto es susceptible de materializarse en
un consenso amplio y sostenible en el tiempo.
Hoy he preferido hablar, simplemente, como un ciudadano que comparte junto a muchísimos otros la percepción de que hay
espacios para el entendimiento político cuya demora no tiene justificación alguna, siendo la sanidad uno de ellos, en este caso muy evidente.
Otro día lo haremos sobre la necesidad de reconocer el singular papel que corresponde al médico en el sistema sanitario y de las reivindicaciones que tenemos pendientes como profesionales.
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