En los últimos días venimos prestando una atención especial a dos cuestiones de notable interés para todas las personas y el cuidado de su salud. Me refiero a temas tales como
la diabetes, enfermedad con elevada incidencia en la sociedad y que tanta relación guarda con nuestros hábitos de vida: nuestra alimentación, nuestra resistencia a realizar ejercicio, nuestras pautas de descanso…
Por otro lado, se está hablando también de la denominada
“adherencia terapéutica”. Cada vez son más los enfermos crónicos. Vivimos más tiempo, pero, una buena parte de ellos, condicionados a convivir con algún problema de salud que no podemos curar pero que sí podremos cuidar. Tendremos, por ello, que
tomar más medicamentos ya para siempre y, en consecuencia, tendremos también la tentación de no ser fieles a los tratamientos, de abandonarlos siquiera parcialmente, de no comprender bien como hemos de tomarlos y a esto se acompañarán rebrotes de nuestra enfermedad, acentuación de sus síntomas, etc. En definitiva,
un mal control de la misma.
Mayor problema tendremos aún con aquellos pacientes que, por alguna complicación adicional o por su edad avanzada que discurre, con no poca frecuencia, con
algún deterioro cognitivo a veces olvidan su medicación, las pautas que deben seguir y los cuidados que les son necesarios para mantenerse con el mayor nivel posible de salud.
Estos pacientes crónicos y polimedicados, así como sus cuidadores principales, requieren una atención profesional en forma de cuidados de salud en un momento en el que la atención sanitaria transita, en España y en el resto del mundo, desde
un paradigma basado en el curar a otro nuevo basado en el cuidar.
Ya hemos sido capaces de añadir “años a la vida”. Ahora -como repetimos con harta frecuencia- estamos en la fase de añadir
“vida a los años”. Y esto no se puede llevar a cabo si no es alrededor de ese concepto -especialmente enfermero- de “atención integral de salud”.
Pues bien. En este marco y para cubrir esas necesidades de presente, y aún más de futuro, el profesional al que la sociedad ha confiado esa responsabilidad no es otro que la enfermera/o. Su labor fundamental -exclusiva y excluyente desde una perspectiva estrictamente profesional- es esa:
brindar cuidados de salud que, como establece la ley, en España abarca todas aquellas acciones que tienen que ver con la prevención, la promoción y educación para la salud, el cuidado y seguimiento de las personas enfermas, familiares y cuidadores, así como la ayuda, cuando fuera el caso, a morir con dignidad.
Todos los enfermeros/as estamos llamados a cumplir éticamente con esa obligación, pero, es más, en nuestro país disponemos de perfiles enfermeros especialmente capacitados para abordar esos retos. Uno de ellos es el de la
enfermera especialista en Enfermería Familiar y Comunitaria. Es esa enfermera/o del centro de salud, en el nivel primario de salud, con sus cuatro años de formación universitaria y sus dos años adicionales de especialización que está habilitada legalmente para desarrollar todas esas competencias antes enunciadas.
La protección de la salud requiere, ciertamente,
un trabajo en equipo en el que cada profesional tiene asignada su particular e inigualable función. Ese modelo es el que garantiza una atención excelente a nuestros pacientes.
La frase
“Te cuida un gran profesional, te cuida una enfermera” adquiere hoy una relevancia especial a la hora de cuidar, por ejemplo, nuestra tensión arterial, nuestros niveles de colesterol, nuestra glucemia, nuestro sobrepeso, nuestros problemas respiratorios, nuestro dolor crónico, etc.
Digamos, para terminar, que cuidar de las personas es un arte bien conocido por los enfermeros y que éstos realizan de forma autónoma, de modo singular e insustituible, evidenciándose, además, científicamente, la eficacia clínica y costo-efectividad de las intervenciones enfermeras en la gestión de los procesos crónicos.
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