Como pacientes cada vez vamos adquiriendo un mayor compromiso y responsabilidad en la toma de decisiones relacionadas con nuestro sistema sanitario. Aunque todavía queda mucho camino por recorrer en este sentido, sin duda que estamos en una buena posición de partida, especialmente si la comparamos con tan solo hace unos cuantos años en que el individuo no tenía un protagonismo activo.
Me llama la atención el concepto de medicina personalizada haciendo referencia especialmente a aquella en que la especificidad y sensibilidad de los tratamientos interpuestos son muy elevadas, hasta tal punto que
el diseño de nuevas moléculas tiene su punto de inflexión más relevantes en el tratamiento de ciertas patologías todavía no resueltas del todo como es el caso del cáncer en el que la terapéutica está vinculada hacia el concepto “target oriented”, es decir hacia la interacción con dianas terapéuticas altamente específicas, previamente identificadas y definidas para cada individuo.
"La personalización de la medicina tiene un componente que también es clave, la experiencia de paciente en su contacto con el sistema (Patient Journey) junto al conocimiento del ser humano en su integridad"
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Este aspecto sin duda que junto a los grandes avances que se están produciendo en el ámbito de la tecnología sanitaria va a incidir en un mejor pronóstico de las diferentes patologías, así como en un nivel predictivo mucho mayor que el conocido hasta el momento.
Pero
la personalización de la medicina tiene un componente que también es clave, la experiencia de paciente en su contacto con el sistema (Patient Journey) junto al conocimiento del ser humano en su integridad, el de saber manejar las emociones y los perfiles actitudinales de cada individuo ante la enfermedad, el de tener en cuenta la vertiente psicológica del individuo tan ligada a la salud, el de tener conciencia en todo momento de cómo hemos de comportarnos ante una persona que sufre y padece no solo las consecuencias de su proceso sino de toda la incertidumbre que genera el hecho de no conocer a ciencia cierta y de una forma comprensible las consecuencias de su padecimiento. Saber ponerse en el lugar del otro siempre es esencial, especialmente en una profesión eminentemente humanística como es la medicina.
En un mundo donde la soledad ha acampado con fuerza debido a múltiples factores no deberíamos caer en la tentación de minusvalorar la importancia de los intangibles que rodean a todo acto médico, me refiero en concreto a todo el componente subjetivo que subyace en ese momento de complicidad entre el médico, el profesional sanitario y el propio paciente.
Sin duda que
la tecnología es ya el gran aliado de una práctica clínica adecuada a los tiempos que vivimos, y no cabe cuestionar el hecho de que su implantación estratégica contribuirá a mejorar nuestro sistema sanitario en términos de indicadores de resultados de salud, tal es así que con la presión asistencial actual y futura solo mediante una redefinición del modelo teniendo en cuenta todos los avances que nos ofrecen los incesantes desarrollos científicos es como seremos capaces de dotar de la necesaria sostenibilidad y solvencia a un sistema que en su vertiente pública adolece de la necesaria flexibilidad y capacidad de adaptación a las necesidades que impone el tiempo.
Pero ante un panorama incierto y a la vez esperanzador y cargado de oportunidades como este no debemos ni podemos olvidarnos de que el ser humano no solo está sometido a los cánones habituales, sino que
la vertiente psicológica y emocional adquiere si cabe más relevancia cada día debido entre otros factores a la sociedad tan exigente que hemos decidido crear.
La psicosomática es una rama dentro de la medicina que sin duda debemos tener muy en cuenta si queremos dotar de soluciones adecuadas a nuestros pacientes en base a sus necesidades y pretensiones de salud y en este contexto
la visión equilibrada, integral y holística del individuo se hace cuando menos prioritaria.
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