Ya casi es Navidad.
Semana de antes de Navidad y después del puente más largo del año, ni más ni menos. Y la
incidencia covid vuelve a subir como a espuma del champán en las
cenas de empresa y las
fiestas navideñas. Es una época de alegría y celebración, sino fuera por el cansancio que muchos llevamos pegados a los talones y la sensación de que se repite un patrón que ya hemos vivido.
La
transmisión comunitaria de la variante Omicron en España ya es un hecho, y tenemos comunidades autónomas en riesgo extremo. Los centros de salud se ahogan y los hospitales ya empiezan a resentirse, las camas de planta y UCI ocupadas por casos covid comienzan a entorpecer de nuevo el funcionamiento normal, y este año debido a la relajación general de la población se suman a los de la
gripe, que no está controlada como el año pasado.
Volvemos a llegar a Navidad con una nueva ola, la sexta ya, ni más ni menos, y el Gobierno central y los autonómicos pidiéndonos un esfuerzo más a los de siempre, mientras se resisten a ser contundentes por miedo a los reproches. Por fin (tarde y ni siquiera de forma uniforme en todo el país) se ha implantado el
pasaporte covid. Y de repente lo que no ha conseguido el razonamiento científico, la petición de solidaridad y las recomendaciones médicas, lo ha conseguido el no poder entrar a una discoteca o a cenar a un restaurante.
A estas alturas de la jugada, otros países europeos a los que seguimos los pasos en niveles de incidencia con dos semanas de retraso, como siempre, ya han suspendido mercadillo navideños y otras celebraciones, en algunos hay confinamientos más o menos duros e incluso en otros se ponen ya fechas desde las cuales la vacunación será obligatoria: algo inconcebible en España. Aquí se sigue insistiendo en la buena adhesión de la población a la vacunación, aunque sabemos que
hay personal que trabaja con personas vulnerables que siguen sin vacunar y sin legislación que pueda remediarlo. Se insiste en que con las medidas de ventilación e higiene que todos conocemos, amén del uso de la mascarilla, es suficiente. Aunque ya empezamos a oír a dirigentes de diferentes comunidades recomendar, sí, otra vez, RECOMENDAR, que se eviten las concentraciones de riesgo. Porque como todos sabemos por experiencias previas, las recomendaciones sin restricciones obligatorias se han cumplido siempre.
Bajas por covid entre sanitarios
Pero mientras siguen evitando aplicar medidas impopulares, retrasando el momento de imponerlas en otra huida más hacia delante para
“salvar la navidad”,
los únicos brotes que salen en las noticias son los de sanitarios, y las administraciones apelan a nuestra responsabilidad y vocación de cuidado para pedirnos que no salgamos de casa, porque no podemos permitirnos unas bajas de sanitarios en plantillas ya diezmadas, ya que vamos a ser necesarios para contener esta sexta ola para la que no se están poniendo frenos.
"Los sanitarios sentimos cansancio e indignación de ser los únicos a quien se nos pide una responsabilidad y ejemplaridad con el covid que no se le exige al resto de la población, ni siquiera a los políticos y administraciones"
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La inmensa mayoría de compañeros y compañeras con los que hablo han suspendido por decisión propia toda cena o reunión. Pero todos y todas, sin excepción, arrastran la misma sensación de cansancio e indignación, de ser los únicos a quien se nos pide una responsabilidad y ejemplaridad que no se le exige al resto de la población, ni siquiera a los políticos y administraciones que nos la exigen.
Los sanitarios de este país
nos sentimos como los juguetes rotos del fondo de la caja, que se siguen estirando y lanzando contra la pared hasta que ya no den más de si y acaben en la basura. Como si no fuéramos personas más allá del uniforme y solo fuéramos maquinas que desechar una vez ya no podamos funcionar.
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