Hace unas semanas
parte interesada de la opinión pública criticó ferozmente al
consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, por decir en voz alta lo que muchos pensaban: que
en la versión de la auxiliar Teresa Romero había cosas que no cuadraban, y que era posible que estuviera mintiendo. Ahora que ya está
felizmente recuperada se atisba en ella y en su marido las ganas de convertir su caso en un circo mediático, y para ello parece que
no le duelen prendas en echar la culpa del retraso en su diagnóstico a la médica de cabecera que la atendió en su centro de salud. Como es lógico,
la profesión ha salido en defensa de su compañera y del sentido común: ¿cómo un facultativo al que le dicen que se ha estado en contacto con este virus no va a echar mano inmediatamente de protocolo?
¿Quién se puede creer que Romero le dijo a esta doctora que había atendido a uno de los misioneros con ébola y que la médico la mandó para casa como si fuese un resfriado? Los médicos, igual que en su momento el consejero
Javier Rodríguez, tienen una responsabilidad, y
no pueden ni deben consentir que se falte a la verdad en un caso tan grave de salud pública que pudo poner en peligro de muerte a cientos de personas que se cruzaron en la vida de la auxiliar cuando ya tenía la carga viral.
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