Una de cada cuatro recetas expedidas en el Sistema Nacional de Salud
sigue haciéndose a mano, según ha constatado el Ministerio de Sanidad y así va a exponer a las comunidades autónomas en el próximo Consejo Interterritorial. La
generalización del uso de la receta electrónica, que es completo en algunos servicios de salud como el Sergas o el de la Comunidad Valenciana, no termina de triunfar en algunas consultas donde, a lo que se ve, sigue mandando el bolígrafo del médico. Hace años, cuando la prescripción era una voluntad exclusivamente profesional, el bolígrafo se esgrimía figuradamente como un arma inapelable que el médico tenía para hacer el bien (curar enfermedades) y también el mal (disparar el gasto farmacéutico). Hoy, entre protocolos, recortes, comisiones, genéricos, informes de posicionamiento terapéutico y demás iniciativas de control,
el médico y su bolígrafo ya no son lo que eran, aunque en algunos sitios sigan funcionando. Es solo cuestión de tiempo, porque parece inevitable que la receta electrónica se termine imponiendo en todas las consultas igual que se ha impuesto el control del gasto farmacéutico.
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