Pocas autoridades sanitarias con el conocimiento y el valor para exponer sus posicionamientos como el conseller catalán Boi Ruiz. Ha vuelto a pasar por Madrid, invitado por PSN y la Fundación Ad Qualitatem, y resulta obligado escuchar el mensaje clarividente, arriesgado y, en ocasiones, rompedor que vertebra un hombre metido a político que, por encima de todo, es un gestor y lleva camino de convertirse en uno de los mayores expertos que puede orientar al sector en la muy complicada (y obligatoria) redefinición del Sistema Nacional de Salud (SNS).
Más allá del efecto sobre la salud de las personas, el sistema sanitario tiene otro efecto, que lleva mucho tiempo descuidado y que, para Boi Ruiz, es esencial: el efecto sobre la economía. Un efecto que denomina de arrastre, en tanto en cuanto la actividad sanitaria tiene notables consecuencias sobre el estado económico de cualquier comunidad. Antes, en tiempos de bonanza, esto ni siquiera se advertía, pero ahora ni el anhelo de equidad de cualquier sociedad desarrollada evita la tesitura de elegir.
El efecto arrastre del sistema sanitario es para Ruiz solo el principio de un ejercicio recopilatorio, transformador y casi revolucionario que se convierte en una auténtica red, que todo lo arrastra: desde la investigación hasta la atención primaria, pasando por los profesionales, los hospitales, los salarios, la tecnología, la farmacia, la relación entre agentes sanitarios… Nada escapa al ojo clínico del conseller, que en Madrid parece sentirse más libre, no para hablar como conseller sino como autoridad cuyo mensaje universal alcanza cualquier rincón del país.
En su idea esencial de transformación, hay dos motores fundamentales, que quiere aplicar en Cataluña y, de hecho, ya ha comenzado a hacerlo: la exigencia de resultados y la autonomía de gestión. Respecto a la primera cuestión, Boi Ruiz entiende que es fundamental medir, comparar y evaluar y que ni los profesionales ni los centros deben tener miedo a este profundo cambio de cultura. Su propósito es acabar con las inercias presupuestarias que, ejercicio tras ejercicio, sin la mínima reflexión al respecto, vienen adjudicando los pocos recursos disponibles a las estructuras asistenciales preexistentes, independientemente de su impacto en resultados de salud que tengan.
Para desmontar este entramado, generalizable a la mayoría de servicios de salud, hay que adoptar decisiones arriesgadas. Por ejemplo, en investigación biomédica, dedicando los recursos únicamente a la tarea de investigar, y no a cubrir los gastos de administración y equipamientos que genera cada equipo o unidad por su cuenta. Y en atención primaria, la eterna puerta de entrada al sistema, hay que exigirle que, cuando sea posible, sea también la puerta de salida, lo que significará que su capacidad resolutiva ha resultado eficaz y no ha generado un mayor gasto en especializada, que hoy por hoy es más puerta de salida de lo recomendable.
No hay más remedio que agudizar el ingenio porque el sistema está en la picota: con los salarios devaluados, con menos gasto farmacéutico que nunca, sin una sola inversión disponible y con las listas de espera creciendo con fuerza. Solo así ha sido posible sostener un servicio público de salud que, de otra manera, se hubiera venido abajo.
El futuro por tanto pasa por una inevitable exigencia de resultados a cada uno de los centros y factores de gasto sanitario. Si no hay déficit, la cosa irá bien, pero en cuanto aparezca, habrá medidas. No hay otro camino. Sí hay una fórmula que, a juicio de Ruiz, posibilita el que la deuda no aparezca: una apuesta decidida por la descentralización, pero de verdad, elevando la autonomía de gestión a principio indiscutible, donde los gestores efectivamente realizan lo que entienden oportuno para conseguir el resultado final.
¿Y la salud? ¿Y la respuesta asistencial? ¿Dónde quedan en el discurso de Boi Ruiz? Pues están en franca retirada porque él no quiere que su gestión o su sistema sanitario sea recordado por hacer más actividad, sino por tener menos enfermedad. “La cuestión no es hacer más trasplantes renales sino tener menos insuficiencias renales”, ha dicho, a modo de ejemplo, cambiando el enfoque de a más resultados, mejor sistema.
Cataluña se adentra en una etapa muy interesante desde el punto de vista sanitario. La financiación de la primaria será capitativa este mismo año, puede que en el segundo semestre. Habrá más autogestión en el primer nivel, más decisión para reducir las esperas y, si al conseller le dejaran, habría más personal laboral fijo y menos interinos, más alquiler que compra de tecnología, más plazas MIR para los médicos de aquí que no para los de fuera que, tarde o temprano, terminarán marchando… Es evidente que, sin aspavientos ni demagogias, el conseller Boi Ruiz está tejiendo poco a poco uno de los discursos sanitarios más brillantes que se pueden escuchar en el actual SNS y que, a poco que la economía acompañe, terminarán devolviendo a Cataluña al lugar que siempre le ha correspondido: el de ser faro y guía de la innovación y la calidad en la sanidad española.