Josep Maria Padrosa, director del Servicio Catalán de la Salud (CatSalut), ha pasado por la sede de Sanitaria 2000, editora de Redacción Médica,
para responder a muchas preguntas y, no sin cierta amargura y hasta perplejidad, hacerse una en voz alta: ¿qué está pasando en la sanidad catalana en 2014 que no pasaba en 2004 o en 1994? A su juicio, el modelo es el mismo, la Generalitat y el Departamento de Salud impulsan similares medidas que hace diez o veinte años, y CiU gobierna hoy con los mismos convencimientos en política sanitaria que siempre caracterizaron –y catapultaron hacia el resto del Sistema Nacional de Salud (SNS)- sus acciones. ¿Qué está pasando entonces?
Es evidente que
la crisis ha golpeado duramente a Cataluña, que fue la primera autonomía en reaccionar.
Aquel premonitorio “Vengo del futuro”, proclama con la que el consejero Boi Ruiz se presentó en Madrid al poco de llegar al cargo, fue toda una declaración de intenciones de lo que habría de venir, malo o peor, no sólo en Cataluña sino en todo el SNS. Pero además, el modelo catalán ha sufrido otra circunstancia que ha añadido más incertidumbre: la pérdida de un consenso político en torno a lo que había que hacer en el sistema sanitario, que era bueno, que era reconocible, y que era referencia para el resto del país.
Cataluña siempre fue una avanzada en dotar de autonomía de gestión a sus centros; algo parecido a sus experiencias de gestión clínica, a las que recurrentemente se ha mirado con admiración y sinceras ganas de copiar desde otros puntos de España.
Nueve empresas públicas y trece consorcios son el resultado de creer en un modo de hacer las cosas, independientemente de signos políticos o gobiernos. Pues bien,
parece que esta historia ha tocado a su fin y la polémica en torno al futuro consorcio de Lérida es todo un ejemplo del nuevo, y desafortunado, escenario.
Con todo,
el CatSalut persevera en la mejora del sistema, con un presupuesto que será algo mayor que el del año pasado, lo cual en estos tiempos no es poco, y con un esquema irrenunciable: acceso universal, cobertura pública y regulación entre proveedores a partir de un contrato. Y de hecho, sigue innovando, en materias que domina como nadie, como la colaboración público-privada. Ahí están los acuerdos de riesgo compartido con empresas farmacéuticas innovadoras, que permitirá introducir medicamentos de manera protocolizada, que cubrirá la Administración si se obtienen resultados en salud, pero que obligará al proveedor a asumir el riesgo si la terapia no funciona.
Padrosa asume que la reorientación del sistema sanitario es inevitable. La certeza de casi uno de cada tres ciudadanos tiene una enfermedad crónica obliga a buscar otras respuestas asistenciales que, en el caso de Cataluña, parece que irá orientadas a impulsar la resolutividad de la atención primaria.
Eso sí, el cambio será, tendrá que serlo, estructural, en ningún caso coyuntural.
Los cambios que hayan de venir, que vendrán, deberán ser trabajados y logrados con el mayor consenso posible. Cataluña lo ha demostrado durante años y nada hace pensar que no pueda volverlo a conseguir. Y ese mismo consenso es el que pretende recuperar en acciones con otros servicios de salud autonómicos, o en materias como la cohesión interterritorial, donde no hay término medio: o se pacta o se discute. Y en la sanidad, las faltas de acuerdo pueden arrojar a veces consecuencias muy dolorosas.
Desde su condición de director de servicio de salud más longevo de los que hay en la actualidad,
Padrosa tiene la autoridad suficiente para recordar con añoranza los buenos tiempos que vivió el modelo catalán y las condiciones obligadas que, entre todos los agentes sanitarios, se deberían recuperar para volver a recuperar aquel modelo brillante y eficiente. Ojalá sea posible.
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