Que el mundo estaba cambiando era una obviedad, y además lo estaba haciendo a una velocidad de vértigo y casi sin darnos cuenta estaba también modificando drásticamente el modelo social.
Asistíamos a un cambio de paradigmas a nivel mundial que prácticamente afectaba a todos los ámbitos en que nos desenvolvíamos.
Hasta hace unas semanas
analizábamos las nuevas variables que entendíamos iban a determinar en gran medida el futuro de la asistencia sanitaria donde algunos de los desafíos ya los considerábamos reales e inaplazable su abordaje. Pensábamos ante esos retos en las respuestas que las administraciones se iban a ver obligadas a dar, por mucho que la lentitud de la maquinaria burocrática constituyese una barrera para muchos aún infranqueable.
Y de repente
un virus nos ha dejado KO. La realidad de esta pandemia ha puesto en evidencia un hecho incontestable: en un entorno voluble que discurre en modo casi instantáneo,
las administraciones públicas en general han vuelto a demostrarse como enormes e ineficientes instituciones, incapaces de reaccionar a tiempo a cambios externos imprevistos y cuando reaccionan lo hacen mal demorándose en
interminables procesos administrativos. Así es muy difícil enfrentarse a las incertidumbres que planean sobre casi todos los parámetros relevantes en
esta crisis que probablemente según los que más conocen del tema sus consecuencias se prolongaran hasta 2021 o 2022.
La competencia de nuestro
Sistema Nacional de Salud (SNS) ha sido puesta en jaque y no puede seguir basándose en la articulación de un
gigantesco aparato público que consume los recursos ciudadanos de manera tan poco eficiente. Pero que nadie se confunda: este
no es un alegato contra lo público sino contra lo público ineficiente. Conseguir activar de forma efectiva y eficiente los medios humanos y materiales de la
sanidad pública española implica desarrollar
mecanismos de decisión ágiles y organizaciones articuladas en redes, más allá de la fragmentación asistencial actual que opera dentro una rígida estructura pseudofuncionarial, sobrecargada de procedimientos y de niveles jerárquicos.
"Conseguir activar de forma efectiva y eficiente los medios humanos y materiales de la sanidad pública española implica desarrollar mecanismos de decisión ágiles y organizaciones articuladas en redes"
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De nada valdrán los incrementos presupuestarios y dotaciones que se consideran necesarios si la esencia propia de las organizaciones administrativas sanitarias no se adecúa a las respuestas que el SNS deberá dar.
Porque, no nos engañemos, tenemos por delante un horizonte de
contracción de recursos y en el marco de las restricciones previsibles hemos de ser capaces de
reforzar (no solo consolidar) nuestro sistema sanitario y aumentar su capacidad de respuesta en su funcionamiento ordinario y también frente a situaciones excepcionales. Para ello lo inteligente sería trabajar más en la organización, haciendo más hincapié en cuestiones como flexibilidad y capacidad de adecuación que en lo siempre bien visto como son obras y equipamientos por necesarios que también sean.
Pero para construir esta “
nueva administración sanitaria”, nuestros responsables políticos, con el concurso de todos los agentes sociales, deberían seguir una serie de propuestas estratégicas claras que pasan, a mi entender, por 5 premisas básicas:
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Admitir sin rodeos que el nuevo escenario reclama cambios trascendentales en nuestro modelo de administración sanitaria
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Desarrollar un nuevo concepto operativo para las administraciones sanitarias públicas, ágil, flexible con alto grado de autogestión (gestión clínica)
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Reorganizar las organizaciones sanitarias con un diseño mucho más integrado y eficiente, orientado a objetivos y resultados, evitando duplicidades y actividades superfluas
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Financiar adecuadamente generando un entorno de competencia (que no competitividad) y alto rendimiento
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Reorientar las prioridades de inversión, que deben enfocarse hacia la prevención, la investigación y la aportación de valor
Además,
es necesario que los líderes políticos y gestores de la administración sanitaria aprendan a pensar y actuar a corto plazo con información incompleta durante el transcurso de una crisis. Pretender actuar tras interminables horas de comités y grupos de trabajo no garantiza que los resultados vayan a ser mejores. Sí, puede que sean consistentes, pero resultarán, como la experiencia nos demuestra, tardíos y poco útiles.
Quizá el primer paso sea
corregir una debilidad sistémica de nuestras administraciones como es la ausencia de conocimiento de los mecanismos que operan en este mundo que ha cambiado, un primer paso ineludible para diseñar el nuevo modelo administrativo y de las organizaciones sanitarias. Porque, en efecto, parece muy claro que
con las actuales burocracias no será posible lograr organizaciones que se adapten y cambien tan rápido como el propio cambio.
Una de las principales lecciones aprendidas en esta crisis (espero que no se nos olvide tan pronto como otras veces) ha sido ver cómo nuestras organizaciones sanitarias tan escleróticas como reacias a cualquier reforma organizativa, han sido capaces, de introducir
reformas sobre la marcha, incluso en los roles profesionales. Y hacerlo desarrollando imaginación y asombrosa celeridad en cada lugar adaptándose a sus peculiaridades. Y con alto grado de
gestión clínica en estado puro donde los profesionales se han puesto a colaborar, coordinándose y planteando respuestas muchas veces autónomas.
"Cierto que algunas experiencias, especialmente en telemedicina, han resultado extremadamente útiles, pero realmente hace tiempo ya debieran haber sido instauradas. Pero nada de inteligencia artificial, big data…"
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No quisiera dejar pasar la oportunidad de
insistir en el componente tecnológico que esta crisis también ha dejado en evidencia. Hemos podido ver como, a diferencia de otros países y organizaciones sanitarias,
la tecnología no ha representado un valor en las respuestas puestas en marcha, es más en ocasiones diría yo ha supuesto un lastre.
Cierto que
algunas experiencias, especialmente en telemedicina, han resultado extremadamente útiles, pero realmente hace tiempo ya debieran haber sido instauradas. Pero
nada de inteligencia artificial, big data, … Era y es conocido que la interacción de las tecnologías con nuevos paradigmas organizativos puede potenciar la acción de nuestras organizaciones sanitarias y la propia administración hacia territorios antes desconocidos.
Por contra la
escasa o inadecuada utilización de la tecnología tiene nefastas consecuencias como hemos podido observar. Hora es ya de incorporar de forma decidida la tecnología al servicio de la consecución de resultados en salud y en la transformación de las organizaciones sanitarias.
En definitiva, la madurez y valía de sus instituciones queda de manifiesto en la manera de cómo una nación utiliza sus recursos en época de crisis. En este sentido
hemos podido ver como la debilidad institucional derivada de la incompetencia política ha debido ser suplida por el arrojo y esfuerzo de los profesionales sanitarios y los directivos de sus organizaciones. Esta crisis, que por un lado ha desatar todo el potencial de las personas, por otro ha puesto de manifiesto que
los retos del presente y del futuro exigen, además de adecuada financiación, nuevas estructuras y procedimientos públicos, que aceleren las respuestas, reduzcan la incertidumbre, promuevan la confianza institucional y aseguren en el ámbito sanitario el imperio de la equidad, en su sentido más amplio.
Si no somos capaces de sacar provecho de las lecciones aprendidas en esta crisis del COVID-19 con los numerosos casos de éxito que hemos tenido en experiencias de organización y gobernanza de nuestras instituciones sanitarias
habremos perdido una oportunidad única donde los integrantes del sistema sanitario han quedado legitimados ante la sociedad. Esta legitimidad ha de otorgarles el poder de reclamar organizaciones sanitarias mejor dotadas, más operativas y eficientes, fuertemente apoyadas en la tecnología, que funcionen por objetivos y respondan públicamente por ellos.
Nota:
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