La
sanidad española, tal y como está actualmente vertebrada y organizada no está en condiciones de poder gestionar adecuadamente los avances tecnológicos que se están produciendo. Y es que cuando ni tan siquiera ha podido o querido enterarse de lo que era y suponía internet y no ha asumido la
transformación digital (lo que se ha llamado la tercera revolución industrial) de repente se va a tener que enfrentar a la cuarta. ¡Qué Dios nos pille confesados!
Nuestra sanidad ha sido un claro ejemplo de incapacidad para ver lo que tenía delante. A diferencia de lo que han hecho otros sectores con la con la irrupción en su quehacer diario de ordenadores e internet que han revolucionado la forma de trabajar, relacionarse, producir, consumir, etcétera, en nuestro mundo sanitario empleamos esas tecnologías para asómbrense… ¡Seguir haciendo lo mismo! Y así nos va.
"En nuestro mundo sanitario empleamos las nuevas tecnologías para asómbrense… ¡Seguir haciendo lo mismo! Y así nos va"
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El resto del mundo ha seguido evolucionando mientras en sanidad somos aún incapaces de introducir algo tan sencillo como la
firma digital. Vivimos en un mundo que continúa desarrollando ordenadores más potentes, despliega grandes infraestructuras para una mayor y mejor conectividad, que incorpora rápidamente sensores y dispositivos más pequeños, baratos, asequibles y accesibles, que apuesta por un internet más móvil. Además, están apareciendo nuevas tecnologías que se combinan entre sí, generando avances que ya no son lineales sino exponenciales, capaces de cambiar no sólo las industrias sino también la educación, el ocio, el comercio, la sanidad, por supuesto… En definitiva, transformando la vida cotidiana de las personas. Pero nosotros a lo nuestro,
discutiendo si el WhatsApp se puede o no usar en una guardia de hospital.
No nos hemos querido dar cuenta que en nuestro ámbito tenemos delante avances que van desde la ciencia de los materiales pasando por tecnologías como
impresoras 3D, nanotecnología, robótica, chatbots, etcétera. Sin dejar de mencionar los desarrollos en tecnología terapéutica, pero, sobre todo, en
Inteligencia Artificial, con máquinas capaces de aprender, adaptarse y tomar decisiones de manera cada vez más autónoma a partir de la información que capturan y manejan. Y que todos estos desarrollos no vienen solos, sino que se conectan en el Internet de las Cosas y que, nos guste o no, el futuro próximo está ahí y viene de la mano de
blockchain. Y nosotros centrados en si se ‘cae’ la
historia clínica digital o la
receta electrónica.
Y que además (cuestión en la que teóricamente debiéramos tener mayor interés) a todo ello tenemos que sumar que de la mano llegan toda una serie de innovaciones biológicas y médicas, que nos abren también el campo de la
ingeniería genética, en las que nuestros propios cuerpos se conectan en red a esta nueva dimensión. Y nosotros eso nos resistimos a pensar en ello, a incorporarlo al debate cotidiano.
El factor humano, clave en la revolución tecnológica
Ray Kurzweil ya definió en 1999 (hace ya unos cuantos años) el fenómeno “singularidad” entendido como el escenario futuro (no muy lejano) en el que
los desarrollos tecnológicos serán tales que superen a la inteligencia humana. Hoy disponemos ya de ordenadores capaces de procesar la información y diagnosticar con más velocidad y precisión que un médico, aunque es cierto que aún falta recorrer un largo camino para que tengan la fiabilidad y la sensibilidad al cien por cien como para descartar completamente el factor humano. Pero ahí le andan. Y nosotros, por supuesto, a lo nuestro. Lo nuestro que es seguir con el mismo
inmovilismo de siempre pensando en más recursos humanos, más consultas, más presupuestos, menos listas de espera, más médicos, más enfermeras… Pero sin dedicar ni un momento a lo realmente importante.
No somos capaces de ver la que se nos viene encima con esta nueva revolución que va a pasar por encima de nosotros como un huracán (ahora que tan de moda están). No supimos ver lo que significaba la tercera y nos tenemos que preparar para la cuarta.
"Seguimos con el mismo inmovilismo de siempre pensando en más recursos humanos, más consultas, menos listas de espera… Pero sin dedicar ni un momento a lo realmente importante"
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La sanidad española está obligada a transitar del
modelo tradicional con nichos cerrados definidos y conocidos hacia nuevos modelos abiertos que incorporen de verdad las innovaciones y los conocimientos que ocurren en nuestro entorno. Dada la velocidad y profundidad de los cambios tecnológicos de los que estamos hablando esto no será fácil por el retraso con el que nos enfrentamos a la situación.
Es necesario que de una vez por todas y sin complejos seamos capaces de
incorporar los grandes avances de la cuarta revolución industrial, siendo conscientes que se trata de una gran disrupción que tendremos que entender para gestionarla adecuadamente. Para eso necesitamos grupos multidisciplinares de profesionales abiertos a redefinir las reglas por las que hemos venido funcionando sin perder de vista el componente ético que es inherente a nuestro quehacer, en definitiva, que procuren la mejor manera de organizarnos en un mundo en el que la tecnología va a ser indisoluble con la aportación humana en la actividad sanitaria.
El potencial está ahí, disponemos del ingente capital humano que integran nuestros profesionales para hacerlo, pero necesitamos cambiar y necesitamos hacerlo urgentemente porque es ahora cuando
hemos de construir una sanidad de futuro, más tecnológica pero que por su esencia será también sin duda más humana.
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