Opinión

En este país


Carlos Deza, residente de Medicina de Familia
La piedra de Sísifo

10 diciembre 2020. 18.10H
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El 30 de Abril de 1833, Mariano José de Larra publica en La Revista Española, un artículo de costumbres titulado 'En este país'. Parte de una posición en la que el lector, sentado en su sillón y bebiendo algún líquido humeante, se regocija del seguro escarnio de algún grupo de personas, para acabar con el artículo atravesado en la garganta y reconociendo íntimamente, por la noche, tumbado en su cama y a oscuras, que podría ser uno de los muchos a los que va dirigido. Esa es la potencia de Mariano José de Larra: su incomparable capacidad de incomodar a todo el mundo.

En este artículo, como en muchos otros, hace una defensa de aquellas cosas buenas del país y llama a abandonar "una funesta expresión que contribuye a aumentar la injusta desconfianza que de nuestras propias fuerzas tenemos. […] Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, creemos explicarlo perfectamente con la frasecilla: ¡Cosas de este país! Que con vanidad pronunciamos y sin pudor alguno repetimos". Una lástima que decidiese abandonarnos de manera tan precipitada porque desde entonces el periodismo siempre ha tenido un vacío que nunca se llenará aunque encontremos algo mejor.

Realizo una pirueta de 187 años, con el artículo bajo el brazo, y aterrizo en el presente. En los días del coronavirus.

"Por nuestro carácter endogámico estoy rodeado de otros médicos, y con frecuencia solemos hacer caso omiso de nuestros propios consejos como si con nosotros no fuese la cosa"

Soy médico y con esta explicación basta. Cualquiera que conozca a uno sabrá de nuestro amor por los consejos, recomendaciones y prohibiciones. Para nosotros son descargas placenteras que nos elevan a los cielos. Por nuestro carácter endogámico estoy rodeado de otros médicos, y con frecuencia solemos hacer caso omiso de nuestros propios consejos como si con nosotros no fuese la cosa; siempre ha pasado, pero ahora en tiempos de coronavirus es especialmente inquietante.

Médicos que aconsejan mascarilla, distancia social y reducir la actividad social pero no faltan un día al cine, al blanco de las tres o a la comida con los amigos del domingo; luego llegan el lunes a trabajar y a viva voz denuncian el abarrotamiento de las terrazas y el aumento de las cifras de contagios mientras exclaman: ¡en este país solo nos gusta el cachondeo! Así nunca se va arreglar la situación.

Conozco médicos que elaboran indescifrables protocolos de aislamiento, estudios de contactos y solicitudes de pruebas, pero en la calle las mascarillas les molestan para respirar o los límites entre comunidades autónomas son para ellos inexistentes, dado que es vital ir al Ikea de otra ciudad a comprar una sombrilla Samsø, una funda de cojín Akerkuya o un par de escobillas de váter Bolmen (una negra y otra blanca). Luego, en el grupo de WhatsApp escriben airados: ¡en este país la gente solo entiende de mano dura y las cosas se arreglan con otro confinamiento!

Algunos médicos que de manera clandestina planifican complejos entramados de mentiras, justificantes y empadronamientos ficticios para ir el siguiente fin de semana a casa porque es el cumpleaños de alguien especial o llevan algunas semanas sin ver a sus parejas. Gritan a los cuatro vientos en sus respectivas plantas del hospital: ¡no sé para que me molesto tanto, en las carreteras no te para nadie, ya sabes, en este país…!

Otros médicos no parecen poder pasar un fin de semana sin organizar una actividad, plan o escapada: rocódromo, ruta, senderismo, ciclismo, degustación de vinos y quesos, buceo, surf, parapente, pesca submarina o botellones en casa. Estos, farfullan vehementemente frente al televisor: ¡la culpa es de los adolescentes y los jóvenes, la juventud en este país, vaya futuro nos espera!

Y luego el resto de ellos, que hacen un poco de esto y poco de aquello, bajo la premisa del como todo el mundo lo hace pues no voy a fastidiarme yo, y un día antes de contagiar a toda su familia, sientan cátedra con mi frase favorita: ¡porque yo respeto todas las normas, no salgo de casa a menos que sea necesario, no quedo con nadie y solo estoy con mi familia, a la gente le da todo igual, en este país nadie respeta nada, el país del pícaro, un país de charanga y pandereta como dijo el poeta!

Médicos que cometen los mismos errores que sus pacientes frente al coronavirus


En un artículo anterior expresé mi rechazo a todo lo que tenga que ver con el concepto vocacional de la medicina por lo peligroso del mismo. Alienta una asociación instintiva con algo divino y eso favorece el modelo paternalista y aumenta más la brecha dificultando la relación médico paciente. Es tan repetido que se ha convertido en un dogma de fe. Son ideas que necesitan ser desterradas para humanizar la profesión y huir de ese aura de misticismo. Sin embargo, existe un matiz importante, si bien el concepto de lo vocacional no existe, las personas que deciden ser médicos, adquieren un compromiso con la sociedad. Un compromiso implícito en la profesión que no obliga contractualmente pero lo hace moralmente. El compromiso de la responsabilidad.

"Un médico no puede emitir juicios, dar consejos, recomendaciones y prohibiciones desde su consulta sin aplicarse todo ello antes"

Un médico no puede emitir juicios, dar consejos, recomendaciones y prohibiciones desde su consulta sin aplicarse todo ello antes. La responsabilidad colectiva nace de la individual y cuando sucede lo contrario los cimientos son tierra mojada. No puedes quejarte de la situación actual si incurres en los mismos errores, posteriormente los racionalizas y luego desde tu posición privilegiada organizas a un determinado grupo de personas.

Al terminar la jornada diaria, de camino a casa, siempre camino por una calle llena de bares. Nunca faltan pacientes de mi cupo, pero tampoco médicos que no perdonan una. Después de saludar y seguir mi camino, me invade el desánimo y la rabia; por la situación actual, por el cansancio de todos estos meses y los que quedan, por las cifras que aumentan a diario, por los vivos que perdieron a sus muertos, y sobre todo, por la falta de responsabilidad y ejemplo de aquellos que deberíamos serlo. Siento la necesidad de decirle a la persona que camina a mi lado, que en este país no respeta las normas ni Dios, pero luego me tranquilizo y pienso en Mariano José de Larra y en sus artículos y me reafirmo en la convicción del esfuerzo de la mayoría de la sociedad y de sus médicos; en la responsabilidad de las personas que se toman en serio la situación y están a la altura de ella, porque al fin y al cabo las personas que no lo hacen son minoría pero siempre arman más alboroto.
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